Alex Garland no defrauda y mantiene su valor como nueva voz del cine de ciencia ficción.
El director de Ex Machina vuelve a sacarse de la chistera un ejercicio de cine plenamente de autor en el marco de un género poco dado a permitir que se le someta a este tipo de propuestas más personales, al menos en su variante cinematográfica. Otra cosa es lo que ocurre en la variante literaria, donde la ciencia ficción ha dado paso a numerosos talentos de la literatura y algún que otro maestro mainstream indiscutido como Phillip K. Dick. Pero en el cine raramente asistimos a lo que nos propuso Garland con Ex Machina y vuelve a proponernos con resultados igualmente positivos en Aniquilación: personajes plenamente desarrollados e interesantes más allá del envoltorio de ciencia ficción que los rodea, una utilización del género de ciencia ficción madura y plena en sus posibilidades para generar el mismo tipo de preguntas que suscita la literatura del mismo y que en el cine suelen quedar reducidas a mero pretexto para facilitar el espectáculo visual. Y, hablando de lo visual, Garland vuelve a conseguir hacer del paisaje un personaje más de su trama con algunas tomas de singular belleza que no restan un ápice de solidez al conflicto interior que viven sus personajes. Podríamos decir que los protagonistas de Aniquilación viven ese conflicto más en exteriores por contraste con el conflicto de interiores que nos propuso el director en Ex Machina, pero en los dos casos se mantiene como clave de ambas propuestas una especie de pincelada temática del autor mirando a sus personajes como víctimas encerradas en un laberinto, presas de una claustrofobia que acaba por transmitirse con eficacia al propio espectador. En Ex Machina la locación eminentemente en interiores –si bien con un arranque visualmente arrollador en exteriores- correspondía de forma tan coherente a su propuesta argumental y tema como en Aniquilacion corresponde ese aire de aventura exótica y selvática de parque zoológico con especies mutadas que en ningún momento resta solvencia al desarrollo de sus personajes y además incluye su propia dosis de claustrofobia en interiores con los momentos de interrogatorio del personaje de Natalie Portman que inevitablemente recuerdan aquellas otras secuencias protagonizadas por Alicia Vikander en Ex Machina.
Nuevamente la anécdota que desata el argumento es eso, mero pretexto para dar cabida a lo que, como ocurriera con Ex Machina, es sobre todo un trabajo de dirección de actores. Llama la atención por poco habitual en el género de ciencia ficción que aquí el mejor efecto especial sean precisamente los integrantes del reparto, y no el alarde de trucos visuales reclutados para habitar la parte más superficial de la trama. Sobresalen especialmente Natalie Portman y Jennifer Jason Leigh.
Garland ha demostrado en eso, como en todo el resto de esta propuesta, una personalidad para mantener sus claves y estilo, sus inquietudes como director, más allá del juego con las necesidades de los grandes estudios, que es mucho más de lo que pueden decir otros realizadores menos afortunados en sus encuentros y alianzas con los sellos más poderosos de Hollywood, y no miro a nadie, pero inevitablemente me acuerdo ahora mismo de lo que le ocurriera por ejemplo a Josh Trank después de su interesante Chronicle cuando chocó en Fox contra el muro de Los cuatro fantásticos, o la deriva paulatinamente menos interesante, cuando no directamente fallida, de Duncan Jones desde Moon y Código fuente en adelante… o más bien hacia atrás. Garland no hace concesiones a la galería, y eso dignifica el resultado final de su película.
Miguel Juan Payán
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