Crítica de Arde Notre Dame
Crítica de la película Arde Notre Dame
Notre-Dame de Paris se ha convertido a lo largo de los siglos en una de las catedrales más destacadas entre los fieles, visitada por personas procedentes de todo el globo terráqueo en cualquier estación del año.
Admirada por Víctor Hugo y por los estudiosos de sus increíbles tesoros artísticos, el templo construido entre los siglos XII y XIV sufrió un devastador incendio el 15 de abril de 2019, que hizo temer por su destrucción total. El cineasta Jean-Jacques Annaud reproduce esas horas de incertidumbre, cuando las llamas no cedían ante las mangueras de los bomberos y las tareas conjuntas de extinción. Un temor que se extendió rápidamente, provocando una auténtica conmoción a nivel planetario.
El responsable de En busca del fuego recrea el citado y caótico escenario con la idea clara de enfatizar el ingrediente heroico que envolvió a los bomberos que participaron en la salvación del templo, quienes no titubearon a la hora de poner en riesgo sus propias vidas. Ese componente épico es el que mejor funciona en la película, y el que otorga al film una tensión que de otra manera habría quedado diluida en un conjunto de mensajes reiterativos, respecto a la importancia de la catedral parisina para el concierto espiritual y artístico del Viejo Continente.
Para lograr la implicación de los espectadores, Annaud narra los acontecimientos desde la perspectiva de las personas de a pie. Bajo esta fórmula, el primero en tomar contacto con el edificio es un trabajador que se incorpora al puesto de vigilante. Es un hombre sencillo, que atiende con cuidado las instrucciones que le da su superior. Él es quien da la voz de alarma, sobre las señales procedentes del tejado, donde se inician las llamas. Tras este prólogo, la acción se traslada al cuerpo de bomberos, con el general Gontier (Samuel Labarthe) como líder destacado. A este se suma un conjunto de actores con rostros difícilmente reconocibles, cuyas acciones marcan la evolución dramática con mucho sudor, y alguna que otra lágrima de por medio. Unos profesionales a los que se suma la presencia del personal de la catedral, concretado en roles de gesticulación excesiva y visceral, como el del conservador jefe de las reliquias, nominado Laurent Prades (Mikael Chirinian).
Jean-Jacques Annaud refleja en los tipos mencionados la parte más enérgica de la movie, para mezclarla convenientemente con una atmósfera reverencial y espiritual, que se antoja como demasiado artificial y estrambótica. Dentro de este delirio autoral, la escena de la niña empeñada en encender una vela, antes de desalojar el interior de Notre-Dame, recuerda bastante al recurso usado por Steven Spielberg en La lista de Schindler (con la niña del abrigo rojo, en una imagen completamente en blanco y negro); mientras que los cánticos a las afueras del templo están tratados de manera un tanto artificial y extravagante.
Sin papeles con identidad suficiente como para generar la empatía preferencial por parte de los espectadores, Arde Notre Dame se podría catalogar como una película épica sin héroes especialmente identificables. Un mal que impide destacar el elemento humano, por encima del protagonismo único de la catedral que inspiró a Víctor Hugo para que Quasimodo se paseara a lo largo de su campanario, y conversara animadamente con las escalofriantes gárgolas de piedra.
Jesús Usero
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