“Las personas que no son marginadas, ya sea psicológica, emocional o físicamente, me parecen buen material para vender alimentos para el desayuno, pero no son material para hacer películas”. La frase es de Arthur Penn, uno de los mejores directores de la generación de cineastas que se forjó en la televisión antes de pasar al cine y cambió definitivamente el cine americano desde finales de los años cincuenta y hasta los años setenta.
Nacido en Filadelfia el 27 de septiembre de 1922, Penn falleció el pasado día 28 en Manhattan, Nueva York, y era sin duda uno de los más astutos y ecléctico entre los directores estadounidenses. Después de lidiar con programas televisivos en directo y dirigir funciones teatrales, su aportación al cine consistió en llevar los géneros y temas tradicionales tratados por Hollywood hasta una madurez que no habían conocido previamente en la década más interesante de su filmografía.
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“Las personas que no son marginadas, ya sea psicológica, emocional o físicamente, me parecen buen material para vender alimentos para el desayuno, pero no son material para hacer películas”. La frase es de Arthur Penn, uno de los mejores directores de la generación de cineastas que se forjó en la televisión antes de pasar al cine y cambió definitivamente el cine americano desde finales de los años cincuenta y hasta los años setenta.
Nacido en Filadelfia el 27 de septiembre de 1922, Penn falleció el pasado día 28 en Manhattan, Nueva York, y era sin duda uno de los más astutos y ecléctico entre los directores estadounidenses. Después de lidiar con programas televisivos en directo y dirigir funciones teatrales, su aportación al cine consistió en llevar los géneros y temas tradicionales tratados por Hollywood hasta una madurez que no habían conocido previamente en la década más interesante de su filmografía.
Penn desarrolló además una gran reputación como director de actores, sacando el máximo partido a figuras como Dustin Hoffman, Faye Dunaway, Warren Beatty, Jane Fonda, Robert Redford o Gene Hackman, quienes trabajando a sus órdenes encontraron algunas de sus mejores interpretaciones.
Ecléctico y sagaz, supo conducir a grandes géneros como el western, el policíaco, la película de gánster o la intriga por nuevos caminos. Esa aportación quedo clara en su filmografía desde su debut como director de largometrajes con El zurdo, un western poco habitual en el que ayudado por Paul Newman reflexionaba y profundizaba en la psicología de un icono del género como Billy el Niño. Fue el primer ladrillo de su reedificación de los géneros en títulos posteriores como La jauría humana, que era un híbrido entre el western y el drama con toques dignos de Tennessee Williams, Bonnie and Clyde, cuyo montaje incorporó las novedades de estilo y expresión de las nuevas olas del cine europeo al cine norteamericano, Pequeño gran hombre, con la que desmontó la mitificación del western atacando un icono patrio estadounidense, la última batalla del general Custer, o La noche se mueve, inapelablemente una de las mejores películas de detectives de la historia del cine, con un Gene Hackman soberbio y un final que sigue persiguiendo al espectador días después del visionado…
Junto a éstas, otras grandes películas de su filmografía son El milagro de Anna Sullivan, que previamente había rodado en versión televisiva y había dirigido en montaje teatral, Acosado, El restaurante de Alicia, Missouri y Georgia.
Se adelantó al empleo de la cámara lenta aplicado por Sam Peckimpah en los tiroteos de Grupo salvaje con el desenlace de Bonnie and Clyde, otorgándole un significado orgásmico a la violencia, de la que afirmó: “Realmente no sé cómo eliminar la violencia de una forma gráfica de arte como son las películas. Sería como eliminar uno de los colores primarios de la paleta de un pintor”.
Miguel Juan Payán
