Crítica Belfast
Crítica de la película Belfast
Sin duda una de las mejores películas del año.
Y posiblemente, ya de paso, la mejor película en la carrera de Kenneth Branagh como director. Una historia sencilla, conmovedora, inteligente, directa y divertida sobre una época, el inicio de los Troubles a finales de los sesenta (cuando el ejército inglés llenó las calles de Irlanda del Norte marcando el conflicto entre los unionistas y los separatistas, muchas veces ligados a protestantes y católicos respectivamente, y que escaló con la presencia del IRA y llevó a 30 años de incertidumbre y violencia) y una familia que debe decidir cuál será su destino y su futuro. Una suerte de autobiografía del director y guionista que sirve de homenaje a sus padres y sus abuelos, y a toda aquella gente decente que se vio involucrada en el conflicto.
A través de los ojos de un niño, vemos cómo los Troubles comienzan en Irlanda. El ejército se despliega y se levantan barricadas. Cruzar la ciudad de Belfast se convierte en una odisea muchas veces en la que se juzga al vecino por sus opiniones políticas o por la religión que profesa. Este niño no lo comprende del todo bien, pero tiene una familia que le adora, unos padres que se esfuerzan por hacer lo mejor posible, unos abuelos que intentan estar siempre ahí para ellos, y unos amigos que siempre dan la cara por ellos. Aunque puede que la situación, por mucho que este niño lo desee, sea insostenible para su familia cuando la violencia llegue a la puerta de su casa.
Ese niño tiene los rasgos de Jude Hill, uno de esos jóvenes prodigio que no sabemos de dónde vienen pero que demuestran ser brillantes. Aunque en esta ocasión los acompañantes no sólo cumplen, sino que brillan muchísimo. Empezando por esos abuelos, Ciarán Hinds y Judi Dench, que huelen a candidatura al Oscar, y pasando por los padres, una maravillosa Catriona Balfe y un no menos excelente Jamie Dornan. Son la clave de una película que tiene mucha verdad en sí misma, que en su precioso blanco y negro nos lleva por las calles de una ciudad al borde del colapso, con un cariño enorme por el mundo que la rodea y un trato exquisito a los personajes y al espectador.
Belfast no es melodramática ni manipuladora. Es sencilla, es conmovedora, es elegante y es deslumbrante (esas visitas al teatro o al cine donde todo es mágico y que demuestran el amor de Branagh por el arte). La película es simplemente una pequeña joya, sin excesos y con alma. Sabiendo dónde debe comenzar y hasta dónde debe llegar y para ello basta tomar sus giros dramáticos, que son muchos y que no vamos a desvelar aquí. Pero entiendan que cuando esos giros llegan, el director siempre se contiene, siempre se muestra firme. Es una película que sabe a verdad. Si emociona lo hace de corazón, y si brilla lo hace por méritos propios. Belfast es, simplemente, cine, y además narrado en poco más de 90 minutos. Una pequeña gran maravilla. No hay que perdérsela.
Jesús Usero
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