Crítica de la película Bienvenidos a Marwen
Robert Zemeckis sigue sin tener suerte con sus experimentos de animación.
Varias veces lo ha intentado con resultados irregulares, pero no tan irregulares como en ésta ocasión. Salvo en su versión de Cuento de Navidad, Zemeckis no acaba de rematar la jugada al en lo que se refiere a sus trabajos de animación: siempre se quedan por debajo de los resultados de sus propuestas en imagen real. En esta ocasión incluso ha probado suerte adaptando una historia basada en personaje y hechos reales que por la vía del personaje principal se acerca de algún modo a Forrest Gump y además en el juego argumental de híbrido de realidad y ficción tiene algunos puntos en común con otro de los grandes éxitos del director, ¿Quién engañó a Roger Rabit? Pero eso no le ha proporcionado el éxito, sino más bien uno de los más sonoros fracasos comerciales de su carrera, y en todo caso uno de los desencuentros más claros con su público.
La idea de partida era interesante: contar una historia seria, un drama real terrible, a través de la combinación de la misma con una sucesión de secuencias de acción protagonizadas por muñecos tipo Geyperman y muñecas tipo Barbie. Pero al hacerlo así, el director entra en el mismo territorio y se enfrenta a los mismos problemas que han marcado otros intentos de híbrido que como esta película han pagado su originalidad a base de un desencuentro con el público. Por ejemplo me ha recordado mucho en algunos momentos a Sucker Punch, con la que Zack Snyder se estrelló por los mismos motivos: su continuado ir y venir de la ficción a la realidad, pretendiendo que la ficción interactúe al mismo nivel con la realidad. Le ocurría algo parecido a El corazón del guerrero, de Daniel Monzón y a El último gran héroe de John McTiernan y protagonizada por Schwarzenegger, que curiosamente fue pionera, al estilo de Forrest Gump, en incorporar celebridades desaparecidas como Humphrey Bogart a su fábula de acción. Todas ellas pagaron el precio del ir y venir continuo de la “realidad” de su relato a la ficción del mismo, corriendo el riesgo de desorientar e incomodar al espectador al tiempo que se supera su tolerancia y poniendo a prueba hasta el límite su capacidad de suspensión de la incredulidad. Raramente cuaja este tipo de fórmulas. A otros intentos más recientes en esta misma línea, como Scott Pilgrim contra el mundo, de Edgar Wright o Ready Player One de Steven Spielberg les ha ido mejor. Serían la excepción de la regla posiblemente porque desde el principio del relato juegan bien sus cartas para que el espectador acepte saltar con ellos a uno y otro mundo de los dos que integran su fábula. Eso no se algo que consiga en ningún momento Zemeckis con este largometraje en el que los fragmentos de acción con animación de la película están torpemente incorporados al drama real, más interesante de partida, pero que además de hacer frente a ese lastre inicial de interrupciones de la pirada de pinza con los muñecos presenta cierto tono de cansancio del director a la hora de proponernos la puesta en escena, cayendo en lo obvio. Un ejemplo: el plano del coche de Kurt, el novio de la vecina, junto al jeep de los muñecos.
Es posiblemente la película más triste de todas las dirigidas por Zemeckis, que da muestras de agotamiento de recursos en este trabajo y cierta querencia hacia la caída en los tópicos.
Miguel Juan Payán
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