Crítica de la película Black Mass
Recuperación del mejor Johnny Depp y una buena película de tema criminal.
El reto era serio, y opino que tanto Johnny Depp como el resto de sus compañeros, el director y la propia película, salen muy bien parados de esta propuesta. Black Mass es una película totalmente recomendable. Siendo sincero, no puedo por menos que meterla en mi lista de películas realmente favoritas de este año, que se reduce a cuatro: Un día perfecto, Sicario, Deuda de honor y ésta. Quiero decir que son las que más me ha interesado ver y las que, a la larga, más he disfrutado, por motivos distintos entre cada una de ellas, aunque todas tienen en común su capacidad para abordar el cine de géneros y sus respectivas con eficacia y sin renegar del género en el que se desenvuelven con soltura, al contrario que otros recientes ejercicios de géneros con complejo, algo fariseos y que pecan de falsos.
Es comprensible que dada su temática, Black Mass vaya a ser comparada por algunos espectadores y no pocos críticos y comentaristas de cine, entre los cuales me cuento, con otros títulos, así que me lanzo a la piscina y aclaro que por su manera de abordar el tema, y en el amplio abanico de referencias que podrían manejarse para darle a lector una idea de qué se va a encontrar cuando vaya al cine a verla –cosa que les recomiendo hagan sin son aficionados al buen cine, porque ésta película lo es-, me quedo sobre todo con lo mucho que me ha recordado a algunos títulos esenciales e igualmente recomendables de uno de los más afinados cultivadores de este tipo de historias: Sidney Lumet. Varias cosas, distintos momentos de Black Mass, me han llevado a pensar en películas como El príncipe de la ciudad, Distrito 34: corrupción total o La noche cae sobre Manhattan, a las que encuentro más cercanas al título que nos ocupa que, por ejemplo, Uno de los nuestros o Infiltrados de Scorsese, o American Gángster de Ridley Scott, o El precio del poder, de Brian De Palma. No es ese tipo de película. Lo aclaro para que nadie vaya engañado al cine. No es ese tipo de historia. Esto va con otro ritmo. Un ritmo que marcan sus planos de laberinto urbanita utilizados a modo de punto y aparte visual que separa los distintos capítulos del relato, o planos como el de los dos agentes del FBI minimizados en tamaño y casi perdidos entre el cemento del monolítico edificio de la agencia, o esa insistencia en los primeros planos como base de su caligrafía narrativa, en la que destaca también ese sutil movimiento de cámara que repite en los momentos decisivos o de ruptura entre los personajes: en el hospital con Depp y Dakota Johnson, en el último encuentro de Joel Edgerton con Benedict Cumberbatch, etcétera. Todas las batallas de construcción de los personajes se ganan en el territorio del primer plano, todos los conflictos entre los personajes se libran también en primer plano. Y eso me gusta. Hay una buena administración de los recursos de las miradas que lo dicen todo sin una sola palabra, por ejemplo, o principalmente, en el personaje de Depp, en el de Cumberbatch y aún más especialmente en el de Rory Cochrane, con esa pregunta final que no llega a contestar.
La construcción en flashback, hilvanada por esa declaración de los socios de Bulguer, es una fórmula que está bien aprovechada para armar el puzle de la historia con buen ritmo y cubriendo todos los aspectos más destacados del asunto. Además la película tiene esa capacidad esencial de mantener nuestro interés y aportar algo diferente que reactiva nuestro interés cuando parece que la máquina de fabular está parándose o a punto de caer en un bajón de ritmo por repetición. Por ejemplo: claramente empieza teniendo como protagonista a James “Withey” Bulguer, pero después de un primer acto y de una primera mitad del segundo acto en el que Depp parece copar casi todo el protagonismo, hace crecer el personaje de Joel Edgerton, el agente del FBI John Connolly, hasta un nivel de co-protagonista. Ese relato de tres amigos de la infancia finalmente situados en lados distintos de la ley y el poder, o lo que es lo mismo, representando tres maneras diferentes de entender, obtener y ejercer el poder, como son Bulguer, su hermano político y su colega de la infancia Connolly, se constituye en triunvirato nuclear del reparto en torno al cual gravita un reparto de auténtico lujo si medimos el lujo en esa parcela por el nivel de talento de los integrantes del elenco. Apunten, que todos ellos tienen su momento para lucirse, por breve o episódico que éste sea: Dakota Johnson, Kevin Baco, Peter Sarsgaard, Rory Cochrane, David Harbour, Adam Scott, Corey Stoll, Juliane Nicholson, W. Earl Brown, Juno Temple… Un ejemplo de cómo contar con lo mejor de lo mejor incluso para papeles breves lo tenemos en la escena de Depp/Bulguer con la esposa de Edgerton/Connelly, interpretada por Julianne Nicholson, o en la escena en el coche entre Junto Temple, Rory Cochrane y Johnny Depp, o en el diálogo de la receta secreta de familia entre Depp y David Harbour…
A todo lo anterior pueden añadir la evolución del personaje de Bulguer, que Depp construye como una especie de James Dean psicóticamente empeñado en la tarea de ser el depredador más peligroso de su entorno, hasta el punto de que en varias escenas acaba por convertirse en un auténtico monstruo que instala una intriga inquietante cada vez que se acerca un momento de violencia en la película. Depp disfruta dándonos una especie de variante del gánster interpretado por Jack Nicholson en Infiltrados.
Tengo que decir no obstante que quien menos me ha convencido es Joel Edgerton. Esperaba más por ese lado, pero creo que Edgerton no acaba de hacerse con el papel. Sólo hacia el final, en el encuentro con los dos policías en el portal de su casa ha conseguido convencerme. Por el contrario la película le permite a Depp recuperarse de la colección de flojos trabajos que nos ha estado propinando últimamente.
Miguel Juan Payán
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