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domingo, mayo 5, 2024
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Caperucita Roja **

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Más entretenida de lo que esperaba y menos esclava del romanticismo forzado para adolescentes de lo que me temía, esta versión del célebre cuento bucea en la explotación de la moda de romance terrorífico estilo Crepúsculo con resultados más aseados que los conseguidos hasta el momento por dicha saga.

Afirma la directora Catherine Hardwicke en su texto introductorio de la novela de la película escrito por Sarah Blakley-Cartwright y David Leslie Johnson que esta nueva versión se basa en una idea de Leonardo Di Caprio que Leslie Johnson convirtió en guión y que “los cuentos son modelos de de una gran riqueza a la hora de comprender y crear nuestros propios mundos, y eso fue exactamente lo que intenté hacer con este”, y que en su versión de Caperucita Rojo “el Lobo representa un lado oscuro y peligroso del hombre y fomenta la existencia de una sociedad paranoica”.

Y lo cierto es que eso está en la película, me atrevería a decir que incluso por encima de la faceta más romántica y previsible del relato, de manera que la revolución hormonal de la fémina protagonista, dicho sea de paso bien servida por Amanda Seyfried, que ya es en sí misma un motivo para permanecer atentos a la pantalla (¡qué ojos los de esta chica, caray!), y su dilema sobre con cuál de sus pretendientes quedarse pasa casi a un modesto segundo plano dando paso al tema de la caza del hombre lobo propiamente dicha, que es lo que mantiene el interés del público.

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En ese sentido reconozco que ha sido una grata sorpresa que no me metieran por la escuadra otra peripecia de amores con monstruitos tipo Crepúsculo. Me temía lo peor en ese sentido antes de entrar al pase, pero he salido menos perjudicado por ese asunto de lo que me esperaba. Cierto es que hay rollete romántico al principio, en medio y sobre todo en un desenlace que es pura babilla moñas para vender colonias el día de San Valentín, pero no en dosis tóxicas o claramente ofensivas para quienes no somos adictos al “romeojulietismo” para quinceañeras.

Esta Caperucita Roja no es obviamente ni En compañía de lobos, película de Nel Jordan de 1984 que aprovecho para recomendar a quienes quieran una ración de algo parecido pero con más mala uva y más abiertamente sexual. Tampoco es un ejercicio al estilo Tim Burton tipo Sleepy Hollow, aunque algunas cosas en común tiene con aquella, por ejemplo la importancia de la trama de intriga, la búsqueda de la respuesta a la pregunta ¿quién es el hombre lobo feroz? El suspense se integra así con el terror, ganando mayor protagonismo a medida que avanza la trama y dando un tono cada vez menos terrorífico al resultado final.

Junto al tema de la paranoia y el ejercicio de suspense en busca del culpable, la película cuenta a su favor con un rápido avance hacia la situación central de su argumento. Tras solo unos minutos de moñez romántica para presentar a la parejita de turno, suena la campana en la aldea, aparece el primer cadáver y empieza la caza del lobo, así que la acción no tarda en manifestarse. Y con la llegada al pueblo del cazador de monstruos y su horda de sicarios bien armados el asunto ya escapa a toda posible catalogación como relato romántico para convertirse en una fábula de fantasía con licántropo donde estorba muy poco el triángulo sentimental entre los personajes principales del relato y se cobra casi más espacio de metraje la red de mentiras que ha ido tejiendo cada uno de los personajes que rodean a la protagonista.

Es en ese juego de suspense donde la película se asemeja más a Sleepy Hollow de Burton, si bien le faltan muchos mimbres para alcanzar los logros de aquella, un pequeño clásico del género. Entre otras cosasle falta la fundamental clave poética y realmente gótica, junto con la mirada de afecto hacia los monstruos y las criaturas del horror, que aquí no aparece por ningún lado.

Por otro lado la directora tampoco consigue darle al relato el carácter desmitificador y la traducción erótico-festiva que animaba En compañía de lobos. Su ejercicio es más bien  otro distinto: conseguir una variante de explotación de la fórmula Crepúsculo pero levantando el listón un poco para que pueda ser consumida por público en general, no adicto a los enredos hormonales de la adolescencia. Lo consigue merced a su clara decantación por darle mayor protagonismo a la caza y además ser astuta y eficaz a la hora de presentar los conflictos principales de los personajes apenas con una pincelada, como el motivo de venganza que sirve como móvil al asesino de lobos o el triángulo sentimental en el que también se vio metida la madre de la protagonista antes que ella, y que además explica la identidad secreta del amante rápidamente y sin enredarse, con una sola escena.

Esas son muestras de eficacia en el manejo de los elementos y cuestiones que preñan la historia de pequeños giros y guiños que si bien le otorgan cierto aire de culebrón no son lastre para el ritmo del relato, bastante intenso y animado, aunque le sobren unas cuantas panorámicas aéreas por las montañas y los bosques que parecen sacadas de la saga Crepúsculo y tampoco vienen mucho a cuento toda vez que al principio del relato se nos sitúa ya sobradamente en la ubicación en la que se va a desarrollar la fábula.

Me queda eso sí la sensación de que no han aprovechado todo lo que podría haber dado de sí el personaje de Gary Oldman, ese matalobos santurrón que controla la aldea con su pequeño ejército de asesinos de monstruos y que para ser sinceros me parece que tenía grandes posibilidades como protagonista de su propia historia, sin depender de las calentones hormonales de Caperucita Roja.

Eso sí, al final prima el ejercicio de replicación de Crepúsculo, y el lobo, sin ser los peluches a que nos tiene acostumbrados dicha saga, tampoco es la mala bestia terrorífica que aparecía en Aullidos, Un hombre lobo americano en Londres o La bestia debe morir. Buena muestra de esa idea de ejercer como réplica con mayor calidad o exigencia de Crepúsculo, es el hecho notable de que no se nos muestren las transformaciones de hombre en lobo y/o viceversa.

Demasiado bronco ese asunto para incorporarlo al puzzle de imágenes de cuento moderadamente oscuro pero en el fondo con espíritu de postal amable que tiene esta previsible pero distraída nueva versión de la historia de Caperucita Roja, que no sorprenderá a nadie, pero se deja ver mejor de lo que me había temido.

Miguel Juan Payán

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