Crítica de la película Colette
Wash Westmoreland aprovecha una excelente ambientación histórica de la bohemia literaria parisina de finales del XIX y principios del XX, para encauzar este esmerado biopic sobre la vida de Sidonie-Gabrielle Colette.
La capital de Francia era una ciudad en continua ebullición a finales del siglo XIX y principios del XX. En sus calles se daban cita los escritores, los pintores, los escultores, los poetas, los dramaturgos y los creadores llamados a liderar las vanguardias de una época prodigiosa desde el punto de vista del arte. Dentro de semejante ola de talento, Colette supo entusiasmar a las masas, con sus historias de la pequeña Claudine y su despertar a la vida y a los placeres.
Pese a no firmar sus obras hasta mucho después de que estas fueran publicadas bajo la autoría de su esposo, el espíritu de los textos mostraban una sensibilidad femenina que encendió el interés en miles de lectoras, las cuales reclamaban la presencia en los escaparates de una heroína que expresaba muchos de los sentimientos que ellas experimentaban en la privacidad de sus casas.
Wash Westmoreland se acerca a la existencia de Colette desde esa perspectiva: la de una narradora con ansias de dejar su huella en el mundo, simplemente dando rienda suelta a la identificación de sus personajes con las mujeres que devoraban sus aventuras de tinta y papel.
La cuidada ambientación de la época, plagada de atmósferas densas y excesos modernistas, sirve de espectacular antesala para guiar escénicamente un relato con fuerza y nada cansino, en el que es posible imaginar la zozobra amorosa que sufre Colette; condenada a esconder su relación lésbica con una aristócrata rusa, y enjaulada en un matrimonio donde su esposo explota su genio para su propio lucro.
El argumento arranca con la protagonista de joven en su casa campestre, un hogar aburrido donde se entrega a la pasión que desata en ella un visitante curtido en sus andanzas por el continente, llamado Willy. La buena conexión entre ambos les lleva a pasar por el altar, para instalarse posteriormente en la urbe del Sena. Una vez allí, Colette es animada por los derroches económicos de su marido a escribir sus recuerdos de niñez, materializados por una chica nominada Claudine. El éxito de estas novelas cortas proporciona a la pareja una cuantiosa renta; y abre la anodina realidad de Sidonie a un sinfín de vivencias, donde descubre sus preferencias sexuales hacia otras mujeres.
Keira Knightley y Dominic West encarnan con soltura y verosimilitud a Colette y al aprovechado Willy. Ambos sumergen sus respectivos trabajos en un continuo ejercicio de dramatización excesiva, lo que favorece a la trama. Los diálogos de la pareja son parte de lo mejor del libreto, con sus ambiguos comportamientos hacia todo lo que resulta excesivamente comprometido.
Westmoreland carga el peso sobre la singular amistad y odio que se profesan Colette y Willy; aunque su retrato queda un tanto disminuido en intensidad, cuando se dedica a ofrecer algunas notas deslavazadas sobre el entorno y el plantel de secundarios.
La rapidez con la que se suceden los hechos resta un poco de contundencia a la sólida construcción que requería la puesta en escena de una existencia tan enérgica como la de Colette, lo que diluye la supuesta crítica social que está implícita en el filme.
Jesús Martín
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