Crítica de la película Abuelos
Simpática y sentimental comedia de Santiago Requejo, con la que pretende defender el protagonismo social de los mayores de cincuenta y cinco años..
A primera vista, Abuelos puede parecer una película reivindicativa; destinada a luchar contra la marginación profesional que sufre el colectivo de los que ya peinan canas. Sin embargo, esta realidad queda pronto superada por un guion que toca temas diferentes, no siempre relacionados con el ámbito de la obsolescencia laboral.
La historia comienza con un comercial en paro, llamado Isidro (Carlos Iglesias). Este individuo siente que su mundo se ha acabado, y que sus habilidades en el campo de las ventas están oxidadas. Así lo experimenta en las extrañas entrevistas de trabajo a las que acude, donde la técnica del brainstorming es más importante que exponer los méritos curriculares. Este hecho lleva al angustiado y entristecido Isidro a solicitar la ayuda de sus amigos, Arturo (Roberto Álvarez) y Desiderio (Ramón Barea); y juntos deciden idear un negocio que suponen de éxito inmediato: una guardería que permita a los padres tener acceso a sus hijos en todo momento, al tiempo que desarrollan sus actividades laborales. Los tres se empeñan a fondo en su proyecto, pero las situaciones de Arturo y Roberto son muy diferentes a la de su compañero. Arturo es un novelista de éxito, que es considerado un experto en el universo femenino. Una pose que el escritor pierde momentáneamente, cuando una supuesta hija y su pequeña acuden a él, para pasar unos días en su apartamento. Por su parte, Desiderio es un jubilado que ansía profundamente ser abuelo, pero cuyo vástago se niega a concederle este simple anhelo.
Los distintos objetivos vitales se funden en la carcasa del mencionado negocio de la guardería, para poner en primer plano el asunto del emprendimiento en personas que no suelen ser incluidas en esta categoría de desarrollo profesional. Santiago Requejo retrata con efectividad e imaginación la problemática de los mayores con sueños de superación, a los que suele frenar la burocracia y la concepción de que la sociedad da la espalda a los que suman demasiadas velas en las tartas de cumpleaños. No obstante, el cineasta no carga las tintas en la desesperación, o en la mera queja colectiva; sino que activa el argumento con una galería de personajes capaces de entretener, incluso con sus desgracias existenciales.
En esa tarea, la de hacer creíbles los problemas del trío principal sin por ello buscar el melodrama inherente a sus respectivas realidades, Carlos Iglesias, Roberto Álvarez y Ramón Barea aportan frescura y solvencia a sus caracterizaciones; siempre verosímiles y carentes del pesimismo medioambiental que se supone a los que padecen semejantes contratiempos vivenciales.
Al final, el asunto de la marginación profesional por cuestiones de edad queda superado por historias tangenciales de índole humano y costumbrista, como la de la quiebra matrimonial de Isidro; el poso familiar que reside muy escondido en Arturo; y el amor romántico al que se abandona Desiderio. Asuntos que superan ampliamente al del emprendimiento profesional, que da origen a la historia.
Jesús Martín
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