Crítica Asteroid City película dirigida por Wes Anderson con Scarlett Johansson, Tom Hanks, Margot Robbie, Jason Schwartzman
Metaficción demasiado encerrada en sí misma, vuela por debajo de otros trabajos del director.
En sus primeros compases, Asteroid City promete ser otro viaje de exploración de la ficción y sus recursos en la línea de la filmografía de Wes Anderson, pero pronto se revela como un ejercicio demasiado autoconsciente y entregado más al exhibicionismo gratuito de los estilemas de su autor y a la sobrexplotación de sus mecanismos de reflexión sobre la ficción en sí misma como para estar a la altura de sus mejores -y más frescas- propuestas y se queda no solo lejos de El gran hotel Budapest (2014), sino incluso de La crónica francesa (2021). Y no digamos ya de las obras sobre las que construyó su muy particular e intransferible filmografía.
Frente a Academia Rushmore (1998), Los Tenenbaums. Una familia de genios (2001), Life Aquatic (2004), Viaje a Darjeeling (2007), Moonrise Kingdom (2012), o sus dos incursiones en el cine de animación con Fantástico Sr. Fox (2009) e Isla de perros (2018), Asteroid City exhibe una preocupante sensación de agotamiento de la fórmula o quizá la tendencia en Anderson a dejarse atrapar finalmente por su propia imagen o etiquetado como cineasta. ¿Habrá escuchado con demasiada atención y poca capacidad de discriminación los elogiosos anhelos de lo que esperan sus seguidores incondicionales de todas y cada una de sus películas, hasta negarle al propio espectador la magia que en sus títulos anteriores nos permitía escapar por el camino abierto de su ejercicio fértil y vigoroso de la sátira de la frontalidad y obsesión simétrica de sus encuadres?
Es todavía prematuro pensar que Wes Anderson puede estar siendo ya víctima del síndrome de estancamiento del último Woody Allen provocando que algunas de sus películas sean totalmente prescindibles, pero no lo es para poner en cuarentena su infalibilidad como creador de historias, a la vista de la deriva descendente que se anunciaba en el episodio central de la rítmicamente irregular La crónica francesa y la tendencia a ser un auténtico ladrillo que tienen algunas partes de esta Asteroid City, que no es totalmente prescindible ni absolutamente reprobable, pero en la que roza más el aprobado que el notable o sobresaliente que suele calificar a las películas del director.
Entendido y aceptado desde el primer momento el prometedor arranque del juego de Asteroid City con el lenguaje del teatro adaptado al cine, y viceversa, ejercicio de parodia de la sociedad estadounidense a través de un nostálgico viaje que nos lleva a la falsa imagen idílica de éxito y plenitud de los Estados Unidos en los años cincuenta.
El cambio de lenguaje como tema central expresado en forma de fluido y vertiginoso viaje del blanco y negro al color y de cambio de relación de aspecto, que nos lleva de la televisión al teatro y del teatro al cine, estalla luego en los créditos de apertura, utilizando el tren y el desierto para llevarnos al territorio visual de la superproducción Hollywoodiense propia de los años cincuenta y consecuencia precisamente del duelo de la gran pantalla con la pequeña pantalla en esa época, visión tejida con cierto punto de nostalgia por la magia perdida del cine de colores imposibles del Technicolor bajo la clave de la parodia de Anderson para convertirse en un comentario casi metafórico a esa sociedad que anhela verse representada y mirarse en el espejo de los culturalmente elitistas escenarios de Nueva York pero finalmente se reconoce más en las fábulas cinematográficas de la pantalla grande para el público de masas es toda una declaración de intenciones.
Que la metáfora se complemente con un juego cromático exagerado que parece aludir a las disparatadas entregas de dibujos animados de la Warner Bros. protagonizados por el Coyote y el Correcaminos, con el correcaminos haciendo un papel de recurso significativo como rutina de paso en paralelo con el papel del narrador interpretado por Bryan Cranston, así como los planos de persecución de automóviles como metáfora de la naturaleza más visceral del cine, promete mucha más fluidez y mejor ritmo narrativo en la alianza de lenguajes que propone Asteroid City en su arranque del que finalmente va a mostrar en su desarrollo posterior.
Esos prometedores prolegómenos acaban siendo víctimas el mar de los sargazos de la pedantería en que cae el largometraje al desarrollar la relación entre los personajes de Scarlett Johansson y Jason Shwartzman, al tiempo que en el resto de subtramas y personajes que orbitan en torno a ese ladrillo difícil de digerir, siendo engullidos por esa especie de agujero negro algunas buenas posibilidades desaprovechadas de algunos personajes, mientras otros de los habitantes de la galería de habitantes de la película o se muestran totalmente prescindibles o se pasan de rosca en el ejercicio de metalenguaje -insoportable la escenita del teatro el sueño-, chocando contra los arrecifes sectarios del elitismo intelectual solo para iniciados, por mucho que algunos chistes funcionen y nos arranquen algunas sonrisas.
Resultado de todo ello es que Anderson tiene material en esta película con mucho potencial, pero ese potencial llega a liberarse plenamente, o solo se insinúa o, como el ladrillo de la relación de la estrella con el reportero de guerra, se pierde en una nada convirtiéndose en un lastre, corriendo así Asteroid City el riesgo de convertirse en una colección de ideas afortunadas y momentos de ruptura de ritmo desafortunados, elitistas y pedantes que están más cerca de la irregularidad del episodio central de rebelión estudiantil de La crónica francesa que de los mejores logros del director.
Miguel Juan Payán
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