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miércoles, diciembre 11, 2024
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El Gran Hotel Budapest ****

El Gran Hotel Budapest ****El Gran Hotel Budapest. Comedia genial de Wes Anderson, más Tintín que el Tintín de Spielberg.

Reconozco que el cine de Wes Anderson no me interesa. No encaja con mi manera de ver la vida ni los personajes, pero igualmente reconozco que el tipo sabe lo que hace y además lo hace muy bien. El Gran Hotel Budapest es de sus mejores trabajos. Es su película que más me ha gustado junto con Life Aquatic, y tiene algunos momentos de puro genio visual, como el plano de Zero parado frente a la puerta gigantesca de la cárcel, pura viñeta de Tintín mejor que todo lo que hizo con Tintín Steven Spielberg. Wes Anderson afirma que su película está inspirada por los escritos de Stefan Zweig, pero en realidad lo que me parece es una perfecta adaptación del estilo, los mundos, las situaciones y los personajes de las aventuras de Tintín concebidas por Hergé. De hecho, creo que Zero y Mr. Gustav, los personajes interpretados por Toni Revolori y Ralph Fiennes, son una especie de variante o reformulación del dúo formado por el Capitán Haddock y el reportero Tintín en los cómics de Hergé, salvo que en esta ocasión, como no podía ser menos en una película de Wes Anderson, el tono ideológico de la aventura se sitúa en las antípodas ideológicas del que animaba las peripecias de los héroes de Hergé. Si aquellas estaban más o menos viradas para el conservadurismo atroz, éstas otras de los antihéroes del Gran Hotel Budapest están viradas hacia el no menos atroz buenrrollismo que suele caracterizar las fábulas dirigidas por Anderson.

Verán ustedes: el problema que tengo con las películas de Wes Anderson, el motivo por el cual sus alardes visuales, su brillante sentido del humor y su palpable talento para manejar historias, personajes, situaciones y ritmo como una especie de caja de sorpresas constantes que es particularmente eficaz en El Gran Hotel Budapest, es que, en esencia, me parece que son como el chocolate Mendel´s que consumen con éxtasis culinario sus personajes en esta película… tiene pinta de estar muy rico, las cajas que lo presentan son elegantes y estilizadas, pero no me gusta el chocolate… Quizá si fuera cerveza…




Dicho más claro: creo que todo el cine de Wes Anderson es buenrrollista, bienpensante, políticamente correcto, y por tanto no me creo ni a sus personajes ni sus situaciones… pero esencialmente no me creo a sus personajes. Y si me gusta más en su filmografía esta película junto a Life Aquatic es porque en ellas es donde mejor reconozco ese tono de segunda lectura más cáustica y cínica, de sátira, que marca como una especie de mensaje con tinta invisible el cine de Wes Anderson. Creo que en todas sus películas hay dos películas. En un tono más superficial, Anderson nos propone un ejercicio de postureo, una postal idealizada del mundo por la que transitan personajes imposibles que no obstante son automáticamente tomados en serio como recurso poético por  los infatigables y algunas veces muy cansinos seguidores del director, empeñados en convertirnos a su causa contra viento y marea.

Pero por debajo de todo eso intuyo a un Wes Anderson francamente gamberro que brilla con especial talento en Life Aquatic y en El Gran Hotel Budapest. Y por eso son estas dos las películas de su colección de trabajos que más me interesan. El gamberro Wes Anderson no tiene nada en común con sus seguidores más pijos, bienpensantes, buenistas y gilipollas. Pasa del gafapastismo y disfruta dibujando personajes como el del matón interpretado por Willem Dafoe en esta película. El Wes Anderson de salón, el de superficie, aquel al que aplauden sus seguidores más bobos, hace posturitas visuales como el propio protagonista gerontófilo encarnado por Ralph Fiennes en esta película para ligar a sus amantes ancianas tirando de afectación y elegancia exagerada que desde la exageración, como ocurre con las propias películas de Anderson, acaba siendo una sátira. El Wes Anderson gamberro, que es el que más me interesa, brota en escenas como las de la persecución de Jeff Goldblum en el museo a manos del matón interpretado por Dafoe, con ese final de amputación tan significativo. El Wes Anderson gamberro se ríe de la afectación de sus propias criaturas, cambia el cuadro del niño con la manzana por una pintura-esputo protagonizada por dos lesbianas. El Wes Anderson gamberro inventa personajes como el de Harvey Keitel en la cárcel, puro cachondeo de las odiseas carcelarias con fugas imposibles. El Wes Anderson gamberro pone junto al respetado autor literario a un niño armado con una pistola de dardos… Hay muchos guiños de este tipo en el que el Wes Anderson más gamberro consigue imponerse al Wes Anderson más elegante y de salón por sus exabruptos.

El Gran Hotel Budapest se manifiesta además lo que más y lo que menos me gusta del cine de Wes Anderson. Me molesta que algunos de sus defensores más bobos defiendan en su cine el exceso visual que critican luego en el cine de evasión y acción más comercial, de modo que lo que les parece sobrado y excesivo, por ejemplo en una película de sobre Thor o el Capitán América, lo aplauden como un rasgo sublime de personalidad en una película de Wes Anderson. Cuando en realidad el pecado es el mismo.

Wes Anderson es formalista, recargado, visualmente adicto al exceso. Su cine es puro efectismo. Y la profundidad psicológica de sus personajes es tan discutible como la de los personajes de Quentin Tarantino. En lo esencial hay momento de El Gran Hotel Budapest que son tan profundos como el reparto de tollinas de Uma Thurman en el desenlace de Kill Bill. Ambos son puro pastiche de lo excesivo voluntariamente buscado por los directores como sello de estilo. Pero en Tarantino eso ha sido criticado en muchas ocasiones. O en Rob Zombie. Mientras que en Wes Anderson es aplaudido. ¿Quizá porque nos pinta un mundo idealizado de valores absolutamente imposibles desde su buenrrollismo políticamente  correcto mientras que los personajes de Tarantino sobreviven partiéndole el hocico al prójimo y los de Rob Zombie son payasos sangrientos que se lanzan al abismo de la defecación universal entregándose al caos con alegría y sin pudor moral alguno? ¿Será porque Anderson dibuja su caos desde el cinismo y el sarcasmo de una falsa apariencia visual de orden, mientras Tarantino tira de una definición de la realidad concebida sobre la mecánica de las viñetas del cómic y Rob Zombie simplemente dibuja espasmos orgásmicos de satánico caos apenas reprimido en las que eyacula atrocidades indiscriminadamente?

Dejo al lector de este comentario que saque sus propias conclusiones. Pero aviso ya que en El Gran Hotel Budapest he vuelto a disfrutar de ese caos gamberro que habita en la segunda lectura de las películas de Wes Anderson y ha vuelto a gustarme mucho reencontrarme con esa faceta más disparatada y divertida de su cine, con esa segunda identidad del director “de culto” capaz de reírse de sí mismo y de esa imagen como un perverso Mr. Fox (añadan el dibujo animado El fantástico Mr. Fox a la lista de películas del director que más me gustan). Eso sí, creo que desde que se produce la fuga, la película afloja un poco y sus imágenes y recursos no están del todo a la altura de lo que hemos visto hasta ese momento.

Pero con todo, El Gran Hotel Budapest me parece un inteligente y muy sano entretenimiento, visualmente notable, con algunos chistes francamente lucidos y desternillantes que me hacen aceptar con media sonrisa ese mundo recardado y sobreactuado que siempre me propone Wes Anderson como cortina de humo para el gamberro irreverente que se oculta tras el telón de su etiqueta como director “de culto”, adorada por los wesandersianos más simplones.

Miguel Juan Payán

©accioncine

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