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Crítica Cerrar los ojos ★★★★ (2023)

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Crítica Cerrar los ojos película dirigida por Víctor Erice con Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, María León, Soledad Villamil

Víctor Eríce cierra las heridas de 31 años en el dique seco con un drama de soberbio espíritu poético al que le pesan la anacronía y un metraje abusivo.

De que va Cerrar los ojos

Veinte años después de la desaparición del actor Julio Arenas (José Coronado) durante el rodaje de una película, el director de aquella, Miguel Garay (Manolo Solo), recibe la invitación de un programa de televisión que piensa rescatar tan extraño suceso. Esto llevara a Garay a transitar los recuerdos, errores, sueños y personas relacionadas con la truncada cinta y la perdida de su amigo, buscando así encontrar la paz perdida que ordene su vida y su pasado.

Crítica Cerrar los ojos

Para los veteranos en Victor Eríce, el acto de cerrar los ojos ya les resultaría familiar desde los tiempo de El espíritu de la colmena (1973). A lo largo de su brevísima obra, los distintos personajes encontraban en este gesto una conexión especial que, paradójicamente, les permitía volver a abrirlos y descubrir que su mirada se sentía renovada y enriquecida. Algo que el propio Eríce relaciona directamente con el cine (temática meta asidua) y su poder para obliterar nuestra visión del mundo que nos rodea abriendo a su vez otros nuevos.

Treinta y un años ha tardado el maestro vasco en poder recuperar ese poder místico para devolverlo a la gran pantalla, sumándole el honor de ejercer como título de su nueva película, y ha decidido emplearlo en subsanar precisamente el dolor consecuente a haberse visto alejado de lo que mas ama durante tanto tiempo, situación que arrasó con el sueño (truncado) de un proyecto personal arrebatado como fue ese robo por parte del productor Andrés Vicente Gómez de El embrujo de Sanghai (cinta que fue a parar a manos de Fernando Trueba con desafortunados resultados).

La que posiblemente se convierta en el título final de Erice, debido a su avanzada edad, no se guarda absolutamente nada porque entiende que a estas alturas ya no tiene sentido andarse con remilgos. Su inicio, que de tan perfecto uno no puede mas que frotarse los ojos, recupera dicha adaptación de la novela de Juan Marsé pero con los rostros de un inconmensurable Jose María Pou y un José Coronado que solo da una leve muestra de la “masterclass” que está por llegar. Cuando concluye, se nos muestra que lo visto es la primera de las dos únicas secuencias rodadas de esta película matrioska antes de que Julio Arenas (el personaje de Coronado) desapareciese sin dejar rastro. Dicha desaparición, sigue siendo, veinte años después,  una brecha insondable para Miguel Garay (genial Manolo Solo), el director de aquella cinta y presumible alter ego del mismo Erice, La pérdida de su mejor amigo se antoja la pieza desencajada de un enigma irresoluto que le ha impedido ordenar su vida y, posteriormente, su pasado. Al iniciarse un programa de televisión en torno a este caso, Garay tendrá la oportunidad de revisitar lo ocurrido, su obra y varias de las personas relacionadas con el extraño suceso, así como sus propios errores y sufrimientos.

El autor despliega a partir de aquí un hermosísimo retrato de ramificaciones infinitas sobre la búsqueda de encontrar la paz con uno mismo. Los increíbles  personajes (mención especial a Mario Pardo y Soledad Villamil) con las que se mantienen conversaciones larguísimas estructuradas en torno a un lenguaje poético arrebatador se muestran casi aplanadas en un ejercicio bressoniano de plano-contraplano donde la pesadumbre vital se contagie en el espectador. Esto, junto a cierto desentreno de una mano demasiado tiempo inmovilizada, conjuga momentos de lucidez absoluta con otros de inevitable acartonamiento, lo que puede suponer un cierto desafío para el espectador normalizado a la agilidad tonal y la concisión. 

José Coronado en Cerrar los ojos

Duele decirlo, pero es así. Este periplo en busca de la madurez no siempre llega a funcionar como su prólogo (o epílogo) anticipan. El resultado se muestra irregular en su elaboración, dejando una sensación de esfuerzo disparejo según la secuencia (muy esclarecedor el uso de la iluminación) y provocando intermitentemente una teatralidad anacrónica cuando el guión, los actores o la dirección no se coordinan con exactitud o el montaje no acota su muy frecuente brillantez dejando fuera el sobrante que amenaza con intoxicar la delicadeza de ciertos pasajes. Lo que resulta irónico es que, después de toda la leyenda negra pesando sobre la decisión de Querejeta de mutilar El Sur (1983), obteniendo una obra maestra absoluta, sea posiblemente la falta de alguien con esa capacidad fría de poner límites lo que haya privado a Cerrar los ojos de convertirse en algo único.

 Aun así,  todos lo que acontece resultan de una riqueza verbal desbordante y subyugante (en mas de un ocasión no podía apartar la mirada); funcionando secuencialmente para atacar diferentes puntos, casi episódicos, de una existencia chafada en el amor, la amistad o la paternidad.

A partir de cierto momento relacionado con la presencia de nuestro protagonista en el Cabo de Gata, lugar donde vive en melancólica referencia a la porción eliminada de El sur, el film abandona su gesto mortuorio y la luminosidad se traduce en dinamismo y elipsis precisas, intercaladas con momentos de belleza increíbles capaces de obliterar ese desatino puntual (lo de María León es un error de casting grosero), tales como el momento nudos, la llegada de Ana Torrent y, evidentemente, un final que evidencia una sabiduría única en nuestro cine capaz de lograr capas meta-fílmicas de reverberación temática, con detalles de absoluto genio (ese Rey Triste en forma de ajedrez y personaje meta-ficticio que es Erice desdoblado en Solo y Coronado a la vez).

Las expectativas en el regreso de un artista de tal calibre eran tan absurdas que cumplirlas se antojaba una quimera, pero el trabajo que Erice nos lega es uno de los mas valientes, lírico y extraños que se puedan llegar a recordar, tantos en sus muy mayoritarios aciertos como en los perdonables errores, pero lo mas importante es que reluce por los cuatro costados que ha satisfecho su objetivo esencial: traer la paz a un director que merecía más con el único medio de expiación capaz, el cine. 

Te gustará si te gustó…

No hay otro como Eríce, por lo que solamente puedes pensar en El espíritu de la colmena (1973) y El sur (1983)

Miguel Ángel Espelosín

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Miguel Ángel Espelosin
Amante del audiovisual cultivado entre las páginas de Acción y coleccionista de físico. Con la mirada siempre puesta en el cine de festivales y autores

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