Crítica Cónclave película dirigida por Edward Berger con Ralph Fiennes, John Lithgow, Stanley Tucci, Isabella Rossellini
Una bomba al corazón de la iglesia católica envuelto en suspense ejemplar
Este thriller guarda mucho más bajo la sotana
Arqueaba yo la ceja cuando, tras diez minutos de metraje, Edward Berger decidía que el mejor momento para lanzarnos el título de su fastuosa Cónclave era en un plano cenital sobre el cadáver del santo padre siendo trasladado a la morgue. En ese momento intuí que lo que se vendía como un thriller vaticano alrededor de la elección de un nuevo sumo pontífice en realidad escondía mas de un as de mala baba bajo la manga. Y, claro, hubo fumata blanca tras la sonrisa con la que abandoné la sala.
Evidentemente, hacer mención alguna acerca de la naturaleza de los ardiles empleados por el director del remake de Sin novedad en el frente para tejer su maraña eclesiástica debería acarrear la ganancia inmediata de puntos para visitar a Satanás, ya que gran parte del encanto de este juego de poderes entre sotanas y mucetas en realidad se encuentra en observar como el tablero tiene mas jugadores que piezas y como la metáfora política del exterior deja paso a un entretenimiento que tiene mas de hilarante que de reflexivo. ¿Significa esto que estamos en realidad ante una comedia tergiversada?
En absoluto, todos sus elementos discurren siguiendo el patrón del misterio ejemplar europeo, esto es: sobriedad del gesto y respeto por la idiosincrasia de la tradición, giros de guión categóricos que retuercen la trama, una banda sonora estridente para marcar el compás de la revelación y un montón de señores muy serios dialogando sobre la relevancia de cada suceso.
Cónclave es una cinta magníficamente fundamentada en el puro nervio narrativo, con exquisito gusto clásico por la economía del lenguaje (cada palabra cuenta tanto como la saliva empleada en pronunciarla) así como por la impronta estética y estática de muchos de sus encuadres, en los que Berger apuesta por las líneas rectas y formas geométricas para representar una doctrina rígida y también nos muestra a sus criaturas deambulando bajo la magna obra del hombre en homenaje Dios (antigua y moderna).
Sin embargo, cuando uno termina de atar todo los cabos de las corruptelas y debates ideológicos y empieza a leer entre los versos de la oratoria católica, además descubre que el engaño no solo tiene forma de dinamita, si no que su espíritu es sumamente más cachondo de lo que su genial (y muy controvertido) truco final proclama a los cuatro vientos.
Un reparto como una basílica
Entre tantas capas de intenciones subrepticias necesitabamos un asidero al que agarrarnos y poder disfrutar del paseo. Ese cardenal Lawrence de Ralph Fiennes elegido para conducir uno de los rituales mas jugosamente secretos del mundo, y al que la cámara nunca se cansa de seguir y observar de formar minuciosa mientras se acaricia el solideo (el gorrito rojo), no solo hace las veces de sabueso voraz o brújula moral, también representa la duda misma hacia una institución marcada por los escándalos contemporáneos y la creciente falta de influencia sobre el pensamiento de la sociedad.
La mirada de Fiennes, uno de esos intérpretes cuyo valor nunca es suficientemente reconocido ni premiado, concentra toda esa ausencia de dignidad (puede llamarse de Fe si prefieren) que Edward Berger considera que sufre el corazón mismo de una iglesia quebrada entre mil opiniones.
A su alrededor revolotean diversos ejemplares del vampirísmo del poder, cada cual con su propia función dialéctica en ese abanico que recorre desde el progresismo falaz al populismo reaccionario y ese gusto perenne que es ver a actores de la talla de Stanley Tucci o John Lithgow dar sus replicas mientras aportan su grano de arena a la solidez del conjunto
Pero ninguno llega a hacer sombra a la labor ontológica que posee Fiennes como pilar de carga sobre el que descansar un aglomerado tan imponente (¿hay un solo minuto de metraje sin él?) y todos los intentos de simbolismo narrativo; ni si quiera esa Isabella Rossellini de mirada adusta que parece deambular entre vejestorios sin ton ni son hasta que su significado se nos confiere por la vía del mazazo para hablarnos del futuro.
Cine nuestro, que estás en los cielos
Cónclave tenía los elementos y herramientas para haberse configurado de diversas maneras, muchas de ellas con forma de revolución tosca o de crítica sanguinaria hacia el organigrama de una religión que siempre es blanco fácil por mansa y sumisa en sus remordimientos. En su lugar prefiere ser un ejemplo sumamente inteligente y funcional de como el cine tiene la capacidad de introducirse en los resquicios mas aislados y ofrecernos las reuniones más excluyentes no solo para dejarlas en cueros, si no también para iluminar lo terrenales e imperfectas que se despliegan ante una luz que sí es purificadora e igualitaria: la del entretenimiento sobre el que es imposible apartar la mirada.
Elena Campos
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Crítica Cónclave