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Crítica Dune parte dos película dirigida por Denis Villeneuve con Timothée Chalamet, Zendaya, Rebecca Ferguson, Austin Butler
Incluso mejor que la primera. Villeneuve firma una obra maestra.
De qué va Dune parte dos
Paul prosigue el viaje con los fremen junto a su madre, caminando hacia su destino.
Crítica Dune parte dos
El director completa con brillantez su adaptación de la primera novela de Frank Herbert reescribiendo el concepto de cine épico desde la mirada y el trabajo con los actores, y saca partido en esta segunda parte del camino de presentación de universo y personajes ya andado en Dune Parte Uno, que le permite profundizar más en personajes y situaciones y con un ritmo más pausado, sosegado, pero en el que no faltan una colección de planos absolutamente espectaculares.
Pero lo más interesante es que si con todo lo anterior se confirma en esta película como maestro de la ciencia ficción, le otorga además al género toda la madurez, solidez y dignidad que raramente suele mostrar en el audiovisual, a través de una película perfecta que no tiene nada que envidiar a las mejores obras literarias de dicho género. Pocas veces hemos visto esto en el cine.
Brillante pulso de lo cercano con lo excepcional
Esto ocurre porque Villeneuve ha sabido imponerse como autor a un género particularmente difícil para que un director pueda destacar como tal. Y lo hace dando un giro radical a los abordajes de la ciencia ficción por el sencillo procedimiento de no tratar esta película como si fuera ciencia ficción. Pienso que ese es el gran hallazgo de Villeneuve en las dos partes de Dune, aunque se hace aún más evidente en esta segunda parte.
Villeneuve normaliza desde el primer momento y equilibra así su relación con el material de base que trata, la novela de Frank Herbert, traduciéndola a imágenes como una historia de personas sometidas a situaciones excepcionales, desenfundando cierto tono intimista en las relaciones que unen a sus personajes.
De ese modo, sobre un tapiz de fondo épico en el que el paisaje adquiere todo el peso de un personaje más de la trama, nos habla de toma de poder, decisiones y comunicación, la trinidad de temas que han sido epicentro de su cine desde el comienzo de su carrera. Y como ocurre en todas sus películas desde el principio de su carrera, lo hace estableciendo una puesta en escena y una cobertura visual para sus personajes y su historia que los hace más cercanos al público convirtiéndose en gente corriente enfrentada a situaciones excepcionales.
En esta segunda película aún más que en la primera, y esto me parece un factor clave de diferenciación entre ambas, la épica rodea a sus personajes, pero nunca dejan de ser cercanos al público, por mucho que sus acciones y el ambiente en el que se mueven resulte excepcional. De ese modo cuando el relato alcanza sus momentos plenamente épicos en lo visual, nunca dejamos de sentirnos cerca de esos personajes.
Dos ejemplos para explicarlo, sin destripar la película: el momento de monta del gusano y el tipo de plano y diálogo e interpretación que acompañan a Paul desde el grupo de los fremen, que se sientan a ver el suceso casi como si fueran espejo del público de la sala dentro del plano en la pantalla; ese momento, uno de los muchos de un gran Javier Bardem, cuyo papel, para beneficio de la película, crece en esta segunda parte, en el que Stilgar exclama: ¡Tan grande no!.
Otro ejemplo en un sentido totalmente distinto: la manera de definir el ambiente de terror que rodea a los habitantes del entorno de los Harkonnnen, mostrando la crueldad y extrema violencia con una inquietante naturalidad casi descuidada que define el asesinato y la tortura como hechos cotidianos en esa sociedad sin subrayarlos. Terrorífico.
Épica de miradas y diálogos silenciosos
Villeneuve nunca deja que lo excepcional borre del tablero el poder de los pequeños gestos cotidianos que realmente definen mejor el mundo en el que se mueven sus personajes y en el que en todo momento nos sentimos integrados. Ejemplo: la recogida de agua de los cadáveres.
El director sabe que sobre esos pequeños gestos y sobre el diálogo esencial de las miradas sin palabras de sus personajes -es una película en la que realmente hablan poco pero donde en ningún momento se renuncia al diálogo desde los silencios-, es donde realmente tiene que contar su historia, porque, como afirmara Martin Scorsese, el cine trata tanto de lo que está dentro del encuadre como de lo que está fuera.
Y por ese mismo procedimiento en Dune se cuentan más cosas sin palabras, desde el primer plano, desde el trabajo de actores y desde las miradas más que desde los diálogos, imponiendo el reino absoluto de la imagen sobre la palabra.
De ese modo, cuando estalla la acción, lo hace de forma rápida, impresionante, contundente, fruto de la cuidadosa dosificación y de un poder para la construcción de planos y una habilidad para construir encuadres que mantiene durante las casi tres horas que dura la película una arrolladora belleza de composición, materia en la que Dune Parte Dos es una escuela en sí misma, destacando también la habilidad con la que ha encontrado e impuesto su ritmo pausado a los acontecimientos excepcionales que retrata.
Te gustará si te gustó…
Aún mejor que Dune Parte Uno.
Miguel Juan Payán
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