Crítica Hacia la libertad
Visualmente poderosa, argumentalmente llena de clichés.
La nueva película de Antoine Fuqua protagonizada por Will Smith supone la vuelta de la estrella después de ganar el Oscar, lo que supone también su vuelta al ruedo después de la bofetada a Chris Rock durante aquella entrega de premios. Algo que ha dañado la imagen del actor, por supuesto, que ahora será puesta a prueba con el estreno en Apple TV + de Hacia la libertad, una historia inspirada en hechos reales que refleja los últimos coletazos de la esclavitud en Estados Unidos y que, por desgracia, sigue siendo completamente vigente a día de hoy, cuando nos encontramos con un país como el norteamericano, dividido por el racismo todavía. Pero Fuqua quiere que para hablar de esos temas, lo hagamos desde las claves del cine de género, con una película llena de acción y aventura enclavada en el género de supervivencia, y con unos villanos muy marcados acorde con el tono de la historia.
Un esclavo separado de su familia y obligado a trabajar en el ferrocarril justo durante la Guerra Civil norteamericana, cuando Lincoln declaró libres a todos los esclavos, provocando el enfrentamiento entre Norte y Sur. Así este esclavo descubre que debería ser libre y decide escapar, lo que le lleva a un peligroso viaje a través de los pantanos en dirección Norte. Un viaje en el que se enfrentará a la naturaleza, despiadada e inmisericorde, y a los hombres que le persiguen sin descanso. Lo que podía haber sido simplemente un drama sobre la esclavitud y la liberación que llevó a la guerra, se convierte en algo más gracias a ese tratamiento en clave de género. Aunque eso haga que la película caiga en más tópicos de los previstos, en más momentos de esos que te hacen pensar si no se han pasado un poco con las exageraciones narrativas.
Pero hay un actor al frente que lo da todo física y emocionalmente, más allá de polémicas o entregas de premios. Will Smith está aquí mucho más interesante que en el papel por el que recibió el Oscar. Desde el acento a esa mirada cansada pero siempre desafiante, al miedo, pasando por la determinación o la fe. Su personaje lo tiene todo para que el actor brille y lo hace, como lo hace Ben Foster con ese villano que en manos de otra persona habría sido un desastre completo. No son ellos ni mucho menos el problema de la historia, ya que este viene por otro camino, el del guión en general. Primero porque el personaje de Foster, pese a los esfuerzos del actor, es todo tópicos y clichés. Ni una pizca de humanidad que nos haga interesarnos por lo que le sucede. Segundo porque se mete en ciertos jardines evitables…
Hay una escena con una pequeña niña y una campana que define lo que podía haber sido la película y no fue. Esa escena respira crudeza y realismo. Y justo minutos después tenemos el tema del caimán… y todo se te viene abajo. Le falta veracidad, le sobran clichés. La historia pedía a gritos un mejor tratamiento de los personajes que acompañase el poderoso estilo visual de Antoine Fuqua, que va desde esa cuidadísima fotografía que a veces parece carente de color, a esos elegantes encuadres y movimientos de cámara, a ese ritmo de la historia y a esas muy buenas escenas de acción. Es en el alma donde falla la película, y en su excesivo e injustificado metraje. La clave estaba en esa foto real de la espalda destrozada por los latigazos, no en la pelea con un cocodrilo…
Jesús Usero
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