Crítica Imperio de la luz
Buenas intenciones pero regular ejecución en esta nostálgica carta de amor al cine de Sam Mendes.
Es curioso comprobar cómo un director tan fascinante como Mendes, ha ido durante toda su carrera dando saltos, entre géneros, entre estilos de proyectos… aunque lo más recordado recientemente sea la brillante 1917, y aunque una de sus mejores películas sea Skyfall, su primera incursión en el mundo de James Bond, Mendes ha brillado en películas como Camino a la perdición, Revolutionary road o American Beauty. Más cerca de esta última que de sus incursiones en el cine bélico, su nuevo trabajo, Imperio de la luz, se queda a medio camino, sin tener fuelle completo para ser una verdadera pieza de arte. Es más una película convencional con una historia demasiado manida y conocida. Y una forma de contarla que tampoco va a revolucionar la carrera del cineasta. En otras manos podríamos decir que es una película interesante, pero de Sam Mendes siempre se espera algo más. Sigue siendo interesante, pero hay un punto de decepción.
Ambientada en un cine de una ciudad costera británica a inicios de los ochenta, la película pretende ser un relato sobre la conexión humana al mismo tiempo que una carta de amor al cine y a sus habitantes. No sólo a las películas que lo pueblan, sino a aquellos que hacen funcionar una sala de cine, o al menos lo hacían a inicios de los ochenta. Una labor que quien esto escribe conoce a las mil maravillas después de más de 20 años trabajando en una sala de cine, y que la película refleja con amor, pero a veces con algo de despiste… Como siempre en estos casos, romantizándola más de la cuenta, quizás. Pero además la película indaga en las relaciones en torno a una mujer, Hilary, una de las responsables del cine, que ve su vida desmoronarse poco a poco.
Olivia Colman lidera con poderío un reparto en el que hay nombres fantásticos como Colin Firth o Toby Jones, aunque el papel más importante después de Colman recaiga en Michael Ward, quien lo pone todo para estar a la altura de sus compañeros de reparto. La química con Colman, con quien comparte gran parte del relato, funciona, pero el guión no acompaña a los personajes porque es disperso, no sabe centrarse en la historia que realmente debe contar, la que es verdaderamente interesante, y acaba divagando. La escena de los asaltantes del cine describe dónde podía haber llegado esta historia en realidad y dónde no consigue alzarse al final. Por muchos guiños a las salas de cine. Por ejemplo, toda la parte del palomar es demasiado edulcorada y trastoca el tono de la historia, ofreciendo un punto melodramático excesivo.
No es ni mucho menos una mala película, y Mendes sabe exprimir el espacio en el que sucede la acción, el cine Empire, desde el primer al último rincón, y desde el primer al último personaje. Se puede ver por ejemplo en las escenas de remodelación, o cuando un personaje enseña a otro cómo debe proyectar una película. Pero cuando tiene que enseñar colmillo y morder con fuerza, la película se desvanece, pierde todo su potencial, se vuelve previsible y termina abrazando demasiado ese toque de melodrama encantador pero sin alma, que no se parece en mucho a las mejores obras del cineasta. Queda un relato bienintencionado, claro, pero si esperan esa magia de películas anteriores de Mendes, no la van a encontrar salvo en un par de contados momentos. Podría ser una apreciable opera prima, pero como nueva película de Mendes, se queda corta.
Jesús Usero
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