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lunes, abril 29, 2024
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Crítica Indiana Jones y el dial del destino ★★★ (2023) por M.J.P.

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Crítica Indiana Jones y el dial del destino película dirigida por James Mangold con Harrison Ford, Mads Mikkelsen, Phoebe Waller-Bridge, Antonio Banderas

Entretenida y leal al personaje. Mejor que La calavera de cristal.

Aunque no llega a recuperar la magia de las tres primeras entregas, la trilogía original, creo que esta película ha sido injustamente maltratada por los comentarios previos. Rodeada de todo tipo de rumores e informaciones sobre rodaje de nuevas secuencias y cambios de final -aclaro que el final de la versión que he visto en el pase y se va a estrenar en cines me parece perfecto y justo con el personaje y el espíritu de la franquicia, el mejor posible teniendo en cuenta la propia personalidad y premisas establecidas por la propia película-, esta cuarta entrega resulta finalmente un buen entretenimiento, leal y justo con el personaje, y por tanto con sus seguidores. Y esto, tratándose de la quinta entrega de una saga y un personaje tan icónicos, sobre el que pesa una exigencia y expectativas especiales por parte de sus seguidores, tiene bastante mérito.

Si no puede recuperar la magia de En busca del arca perdida, El templo maldito y La última cruzada tampoco hay que reprochárselo porque ni siquiera los propios padres del personaje, el triunvirato formado por Steven Spielberg, George Lucas y Harrison Ford, pudieron hacerlo en El reino de la calavera de cristal.

Seamos justos: ocurre simplemente que para empezar nosotros como espectadores ya no somos los mismos, y con las sagas, franquicias, secuelas y precuelas pasa lo mismo que con los automóviles, que automáticamente empiezan a devaluarse desde el momento en que recoges en el concesionario. Ya El templo maldito no logró replicar la frescura y la sorpresa de la primera película, aunque supo salir bien del reto aplicando a la narración un ritmo distinto, aún más trepidante, que impedía que el espectador se pusiera mucho a pensar en nada -estrategia que luego han aplicado muchas imitadoras con menos méritos y peores resultados-, y siempre he pensado que, siendo muy buena película, La última cruzada estuvo a punto de quedarse en una especie de nueva versión -que no refrito a calzón quitado, conste- de En busca del arca perdida, y si alcanza su propia personalidad es esencialmente en base a su prólogo dominado por el amor de Spielberg a John Ford y por la encarnación juvenil del héroe que hace el desaparecido River Phoenix y porque Sean Connery era muy grande y la verdadera alma de esa película, suficientemente talentoso y hábil como para ganarse su propio papel de coprotagonista de la película sin robarle un gramo de protagonismo a Harrison Ford.

Afirmaba el escritor Juan Manuel González en su comentario sobre la cualidad de mito y el sentido intemporal del clásico Casablanca de Michael Curtiz para el libro Cien películas para amar el cine, que “la magia, como sabemos, forma parte no solo de todas las disciplinas creativas y obras que consiguen emocionar y perdurar alimentando la energía de los sentimientos -aparentemente fugaz, pero en verdad eterna-, sino también de cualquier proceso de iniciación personal”. Iniciación personal del espectador, se entiende, y eso es lo que fue la saga de Indiana Jones en sus primeras tres entregas para varias generaciones de aficionados al cine, y seguirá siendo para integrantes de nuevas generaciones si se toman el tiempo de ver las películas y aparcar sus prejuicios por los valores, virtudes y aportaciones del cine de puro espectáculo y entretenimiento bien narrado.

A título de ejemplo para mí El templo maldito siempre estará vinculada a la segunda cita con la mujer con la que llevo felizmente casado varias décadas, y la tarde antes de que se pusiera de parto de nuestra hija los dos, bueno ya los tres, estábamos viendo en casa La última cruzada. No se me ocurren otros dos momentos de mi vida más importantes que esos. Y son momentos compartidos con esta saga.

Explico esto como ejemplo del reto, y por qué no decirlo, el lastre al que se ha enfrentado no solo James Mangold sino todo el equipo de El dial del destino, incluido el propio Harrison Ford, a la hora de volver sobre este personaje icónico de la cultura popular compitiendo con los vínculos que éste ha establecido con los espectadores de varias generaciones a través de las películas anteriores. Opino que que han sabido salir de un reto difícil a base de aportar una mirada al mismo tiempo respetuosa y también convenientemente nostálgica, pero nunca derrotista o llorona, al ocaso del héroe, y siempre con una visión y una identidad propia que suma puntos a favor de esta quinta entrega de la saga.

Las citas y guiños a la mitología se revelan como uno de los elementos definitorios de la película desde el principio cuando el antagonista muy bien resuelto por el siempre eficaz Mads Mikkelsen, pone la mano en la lanza de Longinos que atravesó el costado de cristo en recuerdo de la palma quemada por el agente nazi de la primera película al coger el medallón en la taberna de Marion, y culminan en el desenlace.

Los diálogos funcionan con muy buena puntería para describir con pocas palabras y máxima economía de tiempo las motivaciones de los personajes principales –“No es sobrenatural, son matemáticas”; “¿Por qué persigues el objeto que volvió loco a tu padre?”; “Esto ya no es una aventura, esos tiempos quedaron atrás”-, en una película que no detiene en ningún momento su ritmo frenético de acción trepidante, tomando como referencia el tono de serial al que ya he aludido en El templo maldito. Y Mangold vuelve a caminar con seguridad por una historia de ocaso abordando el tema de la vejez, no de manera tan sólida como en Logan, quizá porque en aquella otra película dominaba una intensa poesía del pesimismo que aquí no le ha quedado otro remedio que trocar en celebración más optimista, dejando no obstante buenas pinceladas emocionales que definen el extrañamiento, la soledad y la desubicación a que se encuentra sometido el protagonista en su madurez y el enfrentamiento con la realidad irreversible de la vejez en escenas como la última clase en la universidad del protagonista, ya sin alumnas que le manden mensajes de afecto desde sus párpados y con la televisión que invade el aula materializando la modernidad que barre a la arqueología y con ella los logros del personaje, el desenlace de la despedida de Sallah en el aeropuerto o el diálogo con Helena en la escalada de la montaña.

Pero si el lector ve ahí arriba tres estrellas y no cuatro en una película que me parece buena en su liga de producto de ocio audiovisual, y leal con el personaje y sus precedentes, es porque no todo cuadra bien en ella.

Confieso que no me molesta tanto que los efectos visuales de rejuvenecimiento de Harrison Ford estén en algunos planos -no en todos, ojo-, y sobre todo en un primer plano sobre el tren que deberían haberse ahorrado y en otro en el que Indiana camina por el techo de los vagones convirtiéndose en un dibujo animado, por debajo de lo que se le debe exigir a este tipo de arte digital en la actualidad.

Me parece más lesivo para la película que desperdicien en un ejercicio de mera aparición testimonial al personaje de Sallah, y peor aún a un personaje tan interesante como el de Antonio Banderas, que coprotagoniza además una secuencia de acción submarina bastante pobre que está pidiendo a gritos más desarrollo y acción. Son avisos de lo que pasa con otros momentos y personajes de la película, que se quedan en promesa o boceto, como la agente de la CIA. Realmente no llegamos a entender y empatizar con Helena y sus motivaciones, y las del villano de Mikkelsen se quedan en mero esquema repetido de principio a fin. Y el desenlace pide a gritos mayor inmersión en clave de acción en ese entorno que se nos propone.

Crítica Indiana Jones y el dial del destino ★★★ (2023) por M.J.P.

Si algo tenían las tres primeras películas de Indiana Jones era su capacidad para meternos de cabeza en mundos y paisajes totalmente definidos en los que Indiana Jones vive sus aventuras. Es algo que intenta pero no siempre consigue El dial del destino, salvo en algunos momentos en la casa del protagonista y en las cuevas hacia el final. De manera que no solo se echa de menos la mirada de cine clásico y la composición de Steven Spielberg en las secuencias de acción, sino también en otros momentos de construcción y uso de los ambientes un tanto despersonalizados en esta película. Quizá ha sido una elección de Mangold para materializar la propia desubicación del protagonista, pero creo que devalúa el conjunto de la propuesta.

He dejado para el final el verdadero talón de Aquiles de la película. Es curioso, porque en el argumento se alude mucho al poder de los números, de las matemáticas, y del tiempo, y casualmente es en números y tiempo donde sufre más El dial del destino, de la que he dicho que es entretenida, aunque finalmente provoque cierto agotamiento por acumulación de secuencias de acción.

En busca del arca perdida una reina del cine trepidante de acción, pero dicha acumulación de frenetismo está equilibrada con algunas secuencias de diálogo tan sólidas como el cara a cara entre Indy y Bellocq después de la desaparición de Marion que describe incluso desde la fotografía, con el juego del rostro del héroe entre luz y sombra, la personalidad del mismo en la encrucijada entre el ladrón de tumbas y el arqueólogo. El dial del destino carece de esa alternancia con momentos más reposados de diálogo y contenido.

La película es un buen ejemplo de la actual tendencia a alargar las películas más de la cuenta, pasando por alto que hay un tiempo límite en la capacidad del público para entregarse a una fórmula de narración de acción trepidante continuada como las que propone la saga de Indiana Jones. Después de una hora y 45 minutos, máximo, el espectador se empieza a distanciar porque empieza a agotarse, y si las tres primeras películas de la saga funcionaban era porque sabían retroalimentarse continuamente en su propia montaña rusa de momentos cumbre, pero también porque medían cuidadosamente su metraje.

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Por ejemplo, en El dial del destino el prólogo es excesivamente largo y el flashback que muestra la infancia de Helena y el enfrentamiento de Indiana y su padre es totalmente prescindible porque eso ya se ha contado verbalmente antes en un diálogo entre Indiana y Helena. No aporta nada. Solo está ahí para poder hacer un artificioso encadenado por imagen entre Helena e Indiana jugando con el recurso visual del reflejo en la ventanilla del avión, pura muleta narrativa.

En todo caso, pienso que hay que ir al cine a verla para despedirse de Indiana Jones como merece, y quedarse a escuchar la icónica música hasta el final, en memoria de todos los buenos momentos que nos ha hecho disfrutar esta saga que debería llegar con esta película a su punto final.

                                                                       Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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