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lunes, mayo 20, 2024
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Crítica La Huérfana


No ha sido un buen año para el cine de terror. No es que las películas de miedo estén dejando de gustar al público, sino que en lo que llevamos de año hemos encontrado pocas propuestas, por no decir ninguna, que vayan a permanecer en la memoria de los espectadores pasadas unas horas tras salir de la sala de cine. ¿Qué película de terror recordará el gran público cuando pase un tiempo de este año? Es cierto que ha habido propuestas muy interesantes, como la película sueca Déjame Entrar, pero han sido minoritarias, no han llegado a todo el mundo. Hasta el caso de REC2, una de las películas de género más esperadas del año , ha acabado dejando algo de lado el terror para convertirse en una parodia del género. El resto casi siempre se ha encargado de seguir alimentando los tópicos y los lugares comunes que tan buenos resultados dan en la taquilla, pero que no acaban de convencer. Asesinos enmascarados, fantasmas de andar por casa, locos con hacha en ristre, posesiones demoníacas… Más de lo mismo. Y el ritmo de producción es tan elevado que, tarde o temprano, se acabará por agotar la fuente y nadie, ni siquiera los menos exigentes, querrá acudir al cine a ver una película de miedo. Básicamente, porque ya no asustarán más.

La Huérfana no es una película como las demás que se han visto en 2009. No es que su guión sea un dechado de originalidad, es cierto. Pero tiene la rara costumbre de tomarse casi una hora para presentarnos a los personajes, los lugares, la historia, y para prepararnos para lo que está por venir. Sólo la escena inicial de la película, el sueño de Vera Farmiga en el hospital recordando su aborto en un mar de sangre y la mirada casi terrorífica de su marido, ya pone los pelos de punta. No trata de asustarnos, sino de incomodarnos en la butaca, de ponernos en tensión. Y lo consigue. La verdadera fuerza e inteligencia de La Huérfana no reside en su historia, sino en cómo nos es contada ésta.

El cine de terror es uno de los que más depende de la dirección. Necesita de ritmo, fuerza visual, una excelente puesta en escena y todos los trucos que puedan recordarse para insuflar de vida una historia. Puedes tener algún que otro desliz en el guión, pero si el director no es al menos competente, las historias suelen caer en el ridículo más absoluto y producir más lástima que escalofrío. Por eso una película como ésta merece tanto la pena. Porque hay un trabajo de dirección vital detrás de ella que la llena de fuerza y de un malsano ambiente que produce más de un escalofrío en la sala. Ojo, no sustos, que eso es muy fácil de conseguir. Basta con subir el volumen de la música de golpe y hacer aparecer algo de entre las sombras y ya tenemos un susto. Pero hacer que el espectador lo pase mal y se incomode en su butaca… eso es harina de otro costal. Y Jaume Collet-Serra lo consigue con esta película de una forma sutil, inteligente y cuidada. En su fotografía cuidada, en sus planos medidos, en los insertos que se suceden continuamente (la imagen de las piezas de un columpio en movimiento y el chirrido del metal ya dejan claras las intenciones del director), en los momentos de amenaza, de violencia velada… Ahí Collet-Serra triunfa con claridad.

Claro que el director español se apoya en un reparto de actores excelentes donde podemos ver a la siempre olvidada Vera Farmiga, a un inquietante Peter Saarsgard, una excelente CCH Pounder o los niños Jimmy Bennet y Aryanan Engineer, con ésta última dando una lección de sobriedad a muchos de sus mayores. Pero por encima de todos ellos se eleva la figura de Isabelle Fuhrman. Debido a la ausencia de sustos, por su mirada y gestos pasan gran parte de los momentos más escalofriantes de la cinta. Fuhrman es capaz de pasar de la dulzura al odio en cuestión de segundos. Capaz de situarse entre las sombras y con sólo unos susurros erizarnos la piel. La mirada sádica que despliega cuando disfruta de sus peores actos no tiene precio. Elegir a la niña adecuada era imprescindible, y con Isabelle se han encontrado de pleno con una joya difícil de igualar.

Evidentemente la película no es perfecta ni lo pretende. El guión pasa por demasiados lugares comunes. La historia tiene el regusto a algo que ya hemos visto una y mil veces. El final cae en demasiados tópicos como para tomárnoslo en serio y a nadie parece importarle demasiado. Sobre todo por el hecho de que (sin reventarle a nadie la película) no se atreve a llevar su premisa inicial hasta sus últimas consecuencias, le entra el miedo de última hora en busca de la sorpresa final. Y hay escenas y personajes que de puro bobos producen una sonrisa, como la psicóloga que atiende los problemas del personaje de Farmiga y como se resuelve esa trama. No es un gran problema cuando hemos disfrutado en el camino de una película mucho más madura de lo que parece a simple vista, de unos personajes bien dibujados y de algunas secuencias realmente espeluznantes y turbadoras. Porque La Huérfana no pretende asustarnos, ni hacernos botar en la butaca, sino que intenta (y lo consigue la mayor parte del tiempo) hacernos sentir incómodos, tensos y en peligro. Quizá, en ese aspecto, el film se encuentre más cercano al thriller psicológico que al cine de terror al uso. Y en ese sentido no pude evitar recordar continuamente durante su proyección, el debut de otro director español experto en ambientes malsanos, Jaume Balagueró. De muchas cosas de aquella Los Sin Nombre (1999) bebe esta película, con niña escalofriante incluida. Dos películas que se evaden de lo sobrenatural para hacer que lo más cercano sea lo más terrorífico. Ese mal que se esconde en los niños, como ya demostró el maestro Narciso Ibáñez Serrador con su seminal ¿Quién puede matar a un Niño? (1976) Y eso, por lo menos a mí, produce más terror que todos los fantasmas del mundo juntos.

La huérfana es una buena película, sin aspavientos. Podía haber sido perfecta. Quizá la próxima vez.

Jesús Usero


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