Crítica La niña de la comunión
Luces y sombras en la película de terror de Víctor García.
Un Víctor García que se ha fogueado con toda suerte de productos de serie B o directos a video en Estados Unidos, desde las secuelas Reflejos 2 o Hellraiser: Revelations, a Gallow Hills o la producción Syfy Depredador Ártico. Curiosamente su trabajo en España ha sido en la segunda unidad de Mindscape o la serie El inocente, escrita por el guionista de esta película, Guillem Clua. Y es curioso que con nombres tan interesantes en el guión como el de Clua, o el de Alberto Marini, que figura como autor de la historia original, nos encontremos ante una película tan fallida en su guión, especialmente en su tramo final. Porque el arranque y la parte menos habitual, la transita de forma más que interesante, proponiendo cosas al espectador y jugando con la atmósfera, para luego caerse en la resolución.
La niña de la comunión nos lleva a un pequeño pueblo en el que una familia con dos hijas, reside desde hace poco. Estamos a mediados de los años ochenta y los padres, que pasan por un complicado momento económico, han conseguido trabajo en el matadero de un pequeño pueblo, propiedad de unos familiares. Llega la comunión de la hermana pequeña, momento de alegría, pese a los pesares económicos. La hermana mayor mientras, sale de fiesta, y a su regreso a casa con unos amigos, cree cruzarse con una niña vestida de comunión, y encuentra una muñeca. Desde ese momento la maldición de la niña pesará sobre los cuatro que la vieron, e intentarán buscar una explicación a lo sucedido antes de que sea demasiado tarde. Un cuento de terror clásico centrado en una leyenda urbana nuestra. Algo tan propio como la celebración de la primera comunión y aquellas muñecas que antes se regalaban a las niñas.
Algo que comienza con una tensión creciente y muy bien construida. Ese es el planteamiento de una película que no presiona con sustos al espectador (el primero no llega hasta casi los 40 minutos de proyección) y que se dedica a presentar personajes y situaciones cotidianas muy nuestras y muy creíbles. La cena familiar, los problemas de trabajo, el choque con la cultura del pueblo, los amigos y la fiesta… Todo encaja y hace que cojamos cariño a los personajes, destacando las jóvenes Carla Campra y Aina Quiñones, protagonistas indiscutibles del relato y con la suficiente fuerza y presencia para conquistarnos. Igual que la dirección de García, todo ambientación, fotografía y elegancia. Se puede comprobar en los momentos trance bajo el agua, o en el paseo por el bosque. Son aspectos positivos de una historia que dosifica los sustos, aunque quizá abusa de ellos en el tramo final. Pero eso es lo que suele buscar el público de estas historias.
Aunque algo que también buscan es la resolución. Una respuesta a las dudas planteadas. Una coherente revelación. Algo que desemboca en un final algo tibio, que luego plantea una nueva incógnita y se marcha dejándonos como estábamos. Es cierto que el planteamiento de la propia historia es engañoso (leyenda ancestral contra historia reciente) pero el tercio final no tiene ni la fuerza, ni la ambientación, ni la coherencia del inicio, dejando como resultado una película menos poderosa y mucho más convencional. Lo esperado y esperable, pero con un final tan precipitado e insatisfactorio que nos deja pensando si no están pensando en una secuela antes de contar la historia de esta película. Eso juega en su contra, porque el espectador no va a disfrutarlo seguramente, y quienes la vean seguramente acabarán con la sensación de que todo termina abruptamente y sin explicaciones.
Jesús Usero
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