Crítica La secta película dirigida por Jordan Scott con Eric Bana, Sadie Sink
Contradictoria fusión de dos películas que se enfrentan, ninguna de las cuales confía en sí misma.
De qué va La secta
Un psicólogo divorciado estadounidense estudia sectas suicidas en Alemania y de paso hace frente a un trauma personal relacionado con su pasado
Inseguridad, aislamiento y sectas
Desde ese punto de partida argumental la película tiene mimbres y recursos para poder salir adelante como una propuesta interesante desde esa presentación prometedora que en su planteamiento visual recuerda las películas de terror japonesas de los noventa, con la entrevista del protagonista y una de sus pacientes cuya situación de aislamiento social agudo, al modo de los hikikomori japoneseses, introduce, con esos primeros planos del interior de la casa, un tratamiento de terror destilado en trama de intriga.
De partida y aproximadamente durante los primeros 40 minutos de película, esa propuesta funciona bien e incluso podría haber servido como referencia de fábula ilustrativa de las nuevas frustraciones de la generación de jóvenes surgidos desde la gruta de inquietud de la pandemia de COVID-19 y el confinamiento.
El concepto, expresado en el diálogo, de que “El mundo se está desintegrando”, sirve bien como trasfondo en el que hacer circular a los personajes por un laberinto de inseguridades y miedo a la soledad que desemboca en la vulnerabilidad ante las sectas, problema de creciente e inquietante protagonismo en nuestra sociedad, como ocurre en cada momento de crisis de valores.
De la obviedad rebuscada a lo prometedor
Ocurre que a veces ese laberinto se materializa con excesiva y rebuscada obviedad en el planteamiento visual de juego con el decorado y las localizaciones. Por ejemplo, en los planos del edificio-cárcel de cemento en el que vive el joven con su abuela, en los reflejos que muestran la dualidad como una sombra premonitoria sobre el personaje del padre en un par de momentos en el que éste pasa frente a un espejo, en el bosque primigenio, y en general en la frialdad y abandono que rodea a la hija desde que llega a la ciudad y el espacio de vacío que separa a los miembros de la secta cuando se reúnen.
En otras tres ocasiones sin embargo ese trabajo visual de localización, iluminación y puesta en escena alcanza una cobertura visual muy interesante, prometedora y claramente superior a todo lo demás que la rodea. Es el caso del ya citado comienzo de entrevista con la muchacha aislada. De la entrada del protagonista en la casa del suicidio colectivo que sirve de paso para presentar a la psicóloga. Y sobre todo en la que en mi opinión es la mejor secuencia de la película, el examen del cadáver de la muchacha en el bosque.
En ese momento la iluminación plantea un estimulante giro en el duelo entre luz y oscuridad, con la masa de oscuridad rodeando los focos de luz deslumbrante para evidenciar la debilidad de la luz, la verdad, frente a la trama de oscuridad, la mentira, que rodea no solo a los personajes sino especialmente al personaje más interesante de la historia, que no son ni el padre interpretado por Eric Bana ni la hija a la que da vida Sadie Sink, sino la psicóloga forense de la policía, Nina, que encarna Sylvia Hoeks.
No es casualidad que ese mismo personaje sea el protagonista de la secuencia más inquietante después de la de arranque de toda la película, planteada además desde una manera sencilla, con el personaje sentado en una silla, sustituyendo efectos visuales por interpretación de la actriz.
Deus ex machina, prisas y desenlace ambiguo
Lamentablemente en los puntos clave de progresión de la trama la película elige renunciar a su construcción más sugerente y contenida de la intriga y pisa el acelerador por un camino pedregoso menos interesante, entregándose primero al simbolismo visual esteticista y vacío y luego a la precipitada transformación final de la tensión del suspense en acción en paralelo trepidante en la última media hora de metraje. Lo obvio, previsible y tópico le gana así partida a esa otra truculencia cercana y posible, y precisamente por ello más inquietante, que rodea a los personajes en esos primeros cuarenta minutos, cuando la trama todavía se está desvelando y, por decirlo de algún modo, está en construcción desde la perspectiva del espectador.
Resultado de todo ello son esas dos películas enfrentadas que pelean consigo mismas, ninguna de las cuales tiene la suficiente confianza en sus recursos para imponerse a la otra con decisión, dando como resultado un híbrido que, para empeorar las cosas, desde el guion resuelve ese precipitado paso al tercer acto y desenlace con un deus ex machina: el joven en la misma discoteca a la que acude la hija del protagonista con una amiga.
Ni siquiera la ambigüedad del final del arco argumental del padre y la hija, que por otra parte es más bien muestra de esa indecisión y falta de confianza de la película en sí misma manifestada durante todo el metraje, antes que libertad de elección para el público, consigue justificar la torpe ruptura de ritmo y acumulación de tópicos previsibles y efectismo gratuito y simplón que se produce en el tercer acto de esta película que desperdicia sus mejores recursos de arranque en una progresión equivocada y cada vez más conformista de su propuesta.
Miguel Juan Payán
Copyright 2024 AccionCine. Se permite el uso del contenido editorial del artículo siempre y cuando se haga referencia a su fuente, además de contener el siguiente enlace: www.accioncine.es
Síguenos en nuestro canal de WhatsApp o Telegram para recibir las noticias en tu móvil o únete al grupo AccionCine de Telegram para conversar de cine y hacer amigos.
Crítica La secta