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Crítica Los asesinos de la Luna ★★★★★ (2023) de Martin Scorsese

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Crítica Los asesinos de la Luna película dirigida por Martin Scorsese con Leonardo DiCaprio, Robert De Niro, Lily Gladstone, Jesse Plemons

Gran película a la altura de lo mejor de Martin Scorsese.

De que va Los asesinos de la Luna

Un veterano regresa del frente a la casa de su tío buscando ocupación y encuentra un papel en la conspiración que pretende robarle a los miembros de la Nación Osage sus derechos.

Crítica Los asesinos de la Luna

Visualmente presentada desde su comienzo como el anti western definitivo de un maestro del cine que admira a los maestros de ese género pero discrepa de sus falseados contenidos y mitologías, Los asesinos de la luna es el tipo de película que claramente va a crecer con cada nuevo visionado, pero es también, hay que advertirlo, una propuesta que desde la cumbre de su impresionante alarde de gran cine de tres horas y veintiséis minutos de duración hace gala de impecable solidez al mismo tiempo que le exige al público una igual madurez a la hora de valorar el tiempo y los estímulos que espera encontrar en una película de Scorsese de manera distinta a como está acostumbrado.

 Scorsese ha tejido una historia que se desplaza con un ritmo diferente al de sus más aplaudidas propuestas, Taxi Driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros, Infiltrados, y renuncia a todo tipo de anzuelos, ya sean visuales o narrativos, para sacar adelante con extrema seriedad este retrato sobre el mal en estado puro, uno de los más perturbadores que quien esto escribe ha visto en el cine, por la naturalidad, sobriedad y realismo con el que describe la absoluta abyección de sus protagonistas.

En el cine de Scorsese no hay realmente ni héroes ni antihéroes. Solo hay personas equivocadas que siguen con normalidad un camino hacia la maldad y el egoísmo. Pero si en otras películas del director ese ejercicio del mal llevado a cabo por sus personajes quedaba equilibrado y abría una puerta que podía ganarles cierta simpatía del público con algún intento de búsqueda de redención, en Los asesinos de la luna no hay escapatoria alguna ni justificación que valga a la hora de disculpar o exonerar de su absoluta corrupción. A público le resulta simplemente imposible perdonar sus actos, lo que se debe a una muy inteligente manera de presentarnos a personajes, situación y hechos por parte del director.

Más que la crónica de unos asesinatos esta película es el mejor dibujo del mal que ha hecho el director en la pantalla y está protagonizada por los que sin lugar a duda son representantes del depredador más peligros que habita este planeta: nosotros, los humanos.

Crítica Los asesinos de la Luna ★★★★★ (2023) de Martin Scorsese

Scorsese se entrega con singular pericia y acierto a sacar partido de su experiencia como narrador audiovisual para ponernos delante de las narices un espejo en el que nos podemos ver reflejados en los aspectos más oscuros que es capaz de desarrollar nuestra especie.

Eso nos desarma desde el primer momento, nos obliga a mirar el mal a la cara, sin posibilidad de escape, en una crónica habitada por fieras que acechan durante toda la película a una víctima, Molly, a través de la cual Lily Gladstone se postula como firme candidata a los premios de interpretación de este año, esperemos que en una merecida nominación en clave protagonista y no de actriz de reparto, porque opino que esta película es claramente un ejemplo de protagonismo a tres bandas.

Junyo a Gladstone, que protagonista “tapada” de la propuesta y el único personaje éticamente sano y defendible de este paseo por el horror de la corrupción humana, comparten ese complejo ejercicio de protagonismo Leonardo Di Caprio y Robert De Niro.

En la difícil y compleja función de protagonismo desde el lado oscuro de la naturaleza humana, condenado por una definición inmediata como antagonista, Leonardo Di Caprio se supera desde la primera vez que le vemos en pantalla, en el tren, con el gesto y la mirada de un depredador oportunista y carroñero. Llegado el momento del interrogatorio en el tercer y último acto de la película, con ese plano que recuerda la revolución del lenguaje cinematográfico que llevó adelante Orson Welles en Ciudadano Kane (1941) situándonos por unos instantes en el punto de vista de espectador en una representación teatral contemplada desde el foso de la orquesta, Di Caprio adopta claves y gestos que me han recordado en algunos momentos al Marlon Brando de otro clásico, Un tranvía llamado deseo (1951), dirigida por Elia Kazan, con esa mandíbula de falsa seguridad en sí mismo que expresa justo lo contrario de lo que pretende. Pero su boca no tarda en torcerse poco después bajo el foco abrasador de la luz sobre su rostro en un perverso rictus que imita como rasgo de falta de personalidad propia de su personaje, cómplice del monstruo, el perpetuo gesto de perversa y cruel malignidad que caracteriza al gran antagonista de la película, William Hale.

El personaje de Hale trae de vuelta a un Robert De Niro nuevamente titánico, gigantesco, arrollador e inolvidable, digno de los mejores trabajos del actor, que nos demuestra que su baldía hiperactividad ante las cámaras de los últimos años en papeles alimenticios de menor entidad, sin exigencia, en piloto automático, no ha borrado un ápice del ambicioso y demoledor animal cinematográfico que conocemos y habita nuestros mejores recuerdos cinéfilos. El trabajo de De Niro nos recuerda como aficionados al cine la suerte que tenemos de coincidir en el tiempo con este actor y poder disfrutar de su evolución y de poder confirmar con esta película que sigue ahí, esperando que un director a su altura como Scorsese y un guion capaz de explotar su talento como el de Los asesinos de la luna le permitan brillar nuevamente.

Y, junto a todo eso, tenemos a un Martin Scorsese que tampoco se rinde en su búsqueda de aproximaciones aplicaciones y reivindicación de los mejores recursos del cine clásico, lo que no le impide explorar más allá de la zona de confort corriendo el riesgo de alargar esa búsqueda hasta un metraje ciertamente exigente para el ritmo de la película y para los límites de dedicación al goce del cine por parte de los espectadores. Él lo sabe: ha encontrado aquí un camino diferente al de sus mejores éxitos, pero igualmente estimulante y válido, capaz de llenarnos como aficionados al gran cine y de hacernos valorar la excepcional sinceridad de ese lamento que se materializa en forma de lágrimas al final de la película tras recorrerla como un intenso llanto de denuncia puntuado por un uso muy astuto de la música como herramienta narrativa.

Cada minuto de Scorsese, Gladstone, Di Caprio y De Niro en esta película es un regalo. Les recomiendo que aprovechen para disfrutarlo en la pantalla más grande que encuentren.

Te gustará si te gustó…

Se mueve en algunos aspectos entre Las puertas del cielo (1980), si hubieran dejado a Michael Cimino presentarla tal como él quería y con todo su metraje, y Pozos de ambición (2007), de Paul Thomas Anderson.

                                             Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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