Crítica Los renglones torcidos de Dios
Crítica de la película Los renglones torcidos de Dios
Imaginativa e inquietante adaptación del libro homónimo de Torcuato Luca de Tena, ejecutada con rigor y diálogos atrayentes por el barcelonés Oriol Paulo.
Torcuato Luca de Tena publicó la novela Los renglones torcidos de Dios en 1979, en plena Transición democrática. Mientras el país intentaba alejarse de las aterradoras décadas de la dictadura franquista, los antiguos y salvajes manicomios dejaron paso a instituciones menos agresivas desde el punto de vista mediático, aunque todavía conservaban algunas prácticas deshumanizadas, con respecto al tratamiento y diagnóstico de los enfermos mentales. Según las propias declaraciones de Luca de Tena en el momento de la aparición del texto, el autor confesaba que había pasado un tiempo prolongado en diversos centros psiquiátricos, para documentar convenientemente la trama. Un estudio in situ que aportó fuerza al relato impreso, y que el director catalán Oriol Paulo ha sabido recrear en esta convincente y electrizante adaptación de tan celebrada historia.
La acción del film empieza con la llegada a un sanatorio mental de una joven esquiva y cortante, llamada Alice Gould (Bárbara Lennie). La mujer aclara en la entrevista de ingreso que su internamiento es voluntario y consensuado por todas las partes implicadas, después de que esta intentara envenenar a su esposo. La inteligencia y contundencia en las respuestas de la elegante dama advierte al facultativo que debe aprobar el ingreso de la protagonista de que se encuentra frente a una paciente capaz de engañar a cualquiera, con su fino sentido de la ironía y de la lógica discursiva. Sin embargo, y pese a las creíbles palabras de la protagonista, Alice es en realidad una investigadora privada, que ha acudido a la institución mental para esclarecer la oscura muerte de un joven enfermo, la cual fue considerada inexplicablemente como un suicidio, Desde el primer día, la detective se pone a atar los cabos sueltos de un asunto que amenaza con bombardear su estabilidad psíquica. Aunque también es posible que nada de lo que piensa Gould sobre su situación sea como cree, y todo se convierta en una mera estratagema para esconder la verdad.
Oriol Paulo aprovecha de manera brillante el constante juego entre realidad y ficción, verdad y mentira que despliega el personaje que caracteriza Bárbara Lennie; y lo hace con la inestimable ayuda de la actriz madrileña. Lennie exhibe un enorme muestrario de sus dotes dramáticas, para concebir un papel que cambia según evoluciona el guion, y que se despieza en varias personas a la vez, todas ellas con diferentes razones para estar en el psiquiátrico que dirige el algo negligente Samuel Alvar (Eduard Fernández realiza un verosímil y convincente trabajo, como el psiquiatra que comanda el centro en el que ingresa AG).
Los laberintos emocionales que describe el guion de Los renglones torcidos de Dios están ilustrados de manera más que adecuada por la tenebrosa institución mental en la que transcurre el argumento (en alguna escena recuerda a la de La noche de Halloween), y por el peculiar cuadro de personajes que metamorfosean su significancia, conforme avanza la película. El resultado de tal experimento es una cinta en la que se diluyen las supuestas certidumbres del principio, para acabar en una pesadilla similar a la neurosis policial mostrada en Shutter Island (Martin Scorsese, 2010).
En medio de este esquema expositivo, Oriol Paulo escenifica con elocuencia los diferentes estados de ánimo de Alice Gould, y de las razones por las que ingresa en la institución psiquiátrica. Un truco de percepción cerebral a través del que Bárbara Lennie transmite la angustia continua de una mujer que pierde progresivamente los referentes de su propia realidad existencial.
Jesús Martín
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