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lunes, diciembre 9, 2024
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Crítica Mi vecino Totoro

MI VECINO TOTORO

Los amigos del cine de animación y también del cine en general, están de enhorabuena si habitan cerca de alguna de las salas en las que la productora Aurum estrena mañana día 30 la que sin duda, y visto el resto de la oferta, es la película más recomendable de la semana: Mi vecino Totoro. Clásico del cine de animación, japonés y no japonés, este título dirigido por Hayao Miyazaki en el año 1988 es una de las producciones más admiradas del mítico Estudio Ghibli, que el director japonés fundó en 1984 junto con Isao Takahata, director de las series televisivas Heidi y Marco. Remasterizada y con toda su riqueza visual, Mi vecino Totoro se recupera así en una nueva copia para lucir en pantalla grande todas las características que la han convertido en una de las producciones más célebres del paisaje de dibujos animados japoneses.

Encontraremos en ella el trazo limpio pero rico en matices de todo el cine de Miyazaki junto con su inagotable imaginación para incorporar el mundo de la fantasía a los entornos y personajes realistas en una sinergia que ya hemos disfrutado y admirado en obras posteriores como la aclamada y premiada El viaje de Chihiro y la más reciente Ponyo en el acantilado, que son los dos títulos de la obra del director más conectados con Mi vecino Totoro, tanto por sus planteamientos narrativos como por sus personajes y propuesta visual. La capacidad para convocar las fantasías infantiles como elementos de una fábula que no conoce edades y es igualmente válida y seductora para espectadores adolescentes y maduros es una de las características del cine de animación de Miyazaki que brilla ya con luz propia en esta película donde además encontramos ese canto a la naturaleza que disfrutamos en compañía de los protagonistas, pasando por “el túnel de árboles”, un precedente del paso al mundo de fantasía de Chihiro.

El acierto de Miyazaki es no tratar a la infancia como una especie de ghetto en el que habitan criaturitas sin cerebro a las que se debe hablar como si fueran bobas. Miyazaki muestra su respeto a la fantasía infantil al tiempo que rinde homenaje a esa manera de mirar el mundo que tenemos en la infancia pero perdemos en la edad adulta, regalándonos la oportunidad de recuperar esos momentos de inocencia siquiera brevemente y por intermediación de las dos niñas protagonistas de esta historia. En ese sentido la casa vacía que nos muestra en el arranque de Mi vecino Totoro es toda una metáfora de la historia recién empezada que va a ser amueblada cuanto antes con una serie de acontecimientos, situaciones y personajes imposibles, en las que el paisaje cobrará protagonismo destacado e incluso sutiles y elegantes cualidades pictóricas de alto nivel, como en las escenas de la búsqueda de Mei hacia el desenlace del relato.

Y como siempre ocurre en el cine de Miyazaki, junto al optimismo que preside el conjunto del relato de Mi vecino Totoro, encontramos momentos auténticamente mágicos que al mismo tiempo son capaces de trasladar al espectador una sensación de tristeza, como la secuencia de las dos niñas esperando el autobús en el que debe llegar su padre, donde saca el máximo partido a las posibilidades estéticas que ofrece la animación frente a la imagen real. Miyazaki muestra su talento sacándonos de esa sensación de soledad y tristeza con una sutil habilidad para imponer giros dramáticos en su historia, saltando desde el realismo naturalista hacia la fantasía desbordante. La inolvidable imagen de Totoro y el paraguas y la aparición del Gatobús merecen estar entre los grandes momentos de la historia de cine de animación junto a los clásicos.

Luego, por supuesto, está la capacidad de Miyazaki para pensar sus imágenes desde una perspectiva clásica que le permite ordenar su relato con envidiable coherencia. Un ejemplo de sencillez y eficacia en el respeto de la lógica narrativa del medio audiovisual: Satsuki escribe a su madre en la parte izquierda de la pantalla y mirando hacia la derecha, y su madre lee la carta en el hospital en la parte derecha de la pantalla y mirando hacia la izquierda.

En resumen, Mi vecino Totoro es una buena oportunidad para llevar a los niños al cine a ver un dibujo animado que trata al público infantil con el respeto que merece, sin por ello renunciar a facilitar un saludable y grato entretenimiento que abre las puertas de la imaginación también al público adulto.

Miguel Juan Payán

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