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Crítica Missing
Ingenioso thriller, en el que la protagonista investiga la desaparición de su madre sin salir casi de su casa, a través de conexiones online y grabaciones con dispositivos digitales.
La tecnología parece ser capaz de sustituir con éxito a los antiguos métodos de Sherlock Holmes y Hercule Poirot. Con las redes sociales y la llamada aldea global, ahora no resulta una utopía acceder a cualquier realidad, por lejana que esta se encuentre: únicamente se necesita un smartphone, una buena conexión a internet y mucha imaginación para vulnerar la privacidad de las cuentas a rastrear. Tales herramientas son fuertes pilares argumentales incluso para montar un thriller en toda regla, como demuestran Nicholas D. Johnson y Will Merrick en Missing.
Sin salir nunca del entorno digital (todo lo que acontece en el film está grabado por la cámara de una computadora, un móvil o un smartwatch), el argumento narra la pesadilla vivida por June (Storm Reid) y su madre Grace (Nia Long). La joven de dieciocho años perdió a su padre cuando era una niña y, desde ese trágico momento, las relaciones con su progenitora se han ido enrareciendo progresivamente. Sin embargo, todo se transforma en un infierno cuando la madre de June le comenta a su hija que se va de vacaciones a Colombia con su nueva pareja: un hombre extraño, aunque amable, llamado Kevin (Ken Leung). Después de un tiempo sin tener noticias de ellos, June descubre que Grace ha desaparecido sin dejar rastro, por lo que la chica comienza una angustiosa investigación desde su casa en Los Ángeles, para averiguar dónde se halla su madre.
A pesar de que resulta un poco raro estar siempre sujeto a una escenificación completamente digital (salvo las secuencias finales con la policía, todo está tomado de grabaciones con dispositivos electrónicos diferentes de una cámara de cine), el largometraje de Nicholas D. Johnson y Will Merrick logra mantener la tensión, estimulada por giros constantes en la trama. Estos recursos permiten no notar en exceso el cansancio que genera estar siempre sometido a la partición de la pantalla en múltiples ventanas, con realidades conectadas entre sí. Unos cuadros secuenciales que muestran los frutos obtenidos por las pesquisas llevadas a cabo por protagonista en redes sociales, correos electrónicos, llamadas de vídeo y noticiarios en streaming.
Semejante dependencia del aspecto tecnológico, más incluso que del artístico, hace que Missing se perciba como una obra destinada a exhibir la enorme influencia que las redes sociales y la realidad virtual tienen en las personas del siglo XXI; mucho más evidente en los menores de veinte años, aunque también es extensible a la gente de mayor edad. La facilidad con que June se convierte en una especie de Marlowe con un potente wifi como elemento dinamizador marca la poca credibilidad de un film en el que muchos de sus componentes rozan la inverosimilitud más llamativa y patente.
Si se deja de lado el hecho de que una chica normal de dieciocho años es difícil que pudiera obtener los resultados que consigue June, a pesar de la destreza tecnológica de esta; la cinta consigue solventar lo rocambolesco de su propuesta temática con notable eficacia. Lástima que la el empeño en no utilizar nunca las imágenes de tipo convencional impida que las virtudes de la obra se superpongan por encima de los envoltorios medianamente llamativos.
Jesús Martín
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