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Crítica Monstruo ★★★★½ (2023)

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Crítica Monstruo película dirigida por Hirokazu Koreeda con Soya Kurokawa, Hiiragi Hinata, Sakura Ando, Eita

Con la apariencia de un puzzle en continua transfiguración, Kore-eda entrega uno de los análisis mas precisos de los últimos tiempos sobre la autentica monstruosidad, esa que hace daño desde la aparente inocuidad.

De que va Monstruo

El reciente comportamiento extraño del joven y sensible Minato hará que su madre empiece a indagar sobre las posibles causas, llevándola a la conclusión de que el origen del problema reside en el colegio, concretamente en un nuevo profesor sobre el que empiezan a surgir varias señales de maltratador. El desarrollo de la historia nos hará revisar lo ocurrido alternando este punto de vista con el del propio docente y el niño, para reconstruir un puzzle donde la verdad desvelará la complejidad de nuestras relaciones.

Crítica Monstruo

Quien dice que el cine debe mostrar la realidad miente como un bellaco. La clave en el cine, aquello que nos llama a una pantalla, siempre será la mirada. Buscamos nuevas miradas (o miradas clásicas especialmente inspiradas) que nos ayuden a conocer mejor la imperfección del mundo y nos reconforte adoptando la seguridad que supone afrontar los dilemas con ojos ajenos. En estas lides, Hirokazu Kore-eda siempre ha demostrado ser diestro en esas maneras gráciles tan propias de los maestro asiáticos a la hora de conducir la mirada. Tanto Still Walking, como De tal padre, tal hijo, o incluso su, malabarista argumentalmente, palma de oro Un asunto de familia, ejemplarizaban una inteligencia finísima desbrozando las irregulares capas que conforman el concepto de familia y la integración de esta, a veces incluso contorsionista, en las rígidos cañones sociales de la comunidad japonesa (aunque podría ser cualquiera). Sin embargo, lo mas admirable de todo es que nunca la posición clínica tan fácilmente asumible cuando uno se dispone a hundir el bisturí en terrenos sobre los que genios como Yasujiro Ozu ya delinearon las formas de corte le ganó el puesto a las hechuras del melodrama; pero algo cambia en Monstruo.

La película arranca amenazando con recuperar la disfunción en el seno maternofilial, con ausencia de figura paterna incluida, como base de la amargura. Algo hace sufrir a Minato y su madre, incapaz de acceder plenamente a su hijo (o de aceptar que la labor es mas dura sin su marido), decide tomar cartas en el asunto. Cuando las insinuaciones apuntan a un nuevo profesor como culpable de la situación, la cinta torna hacia lo que parece ser su meta principal: una disección de la problemática educativa y su tendencia a lavarse las manos. Kore-eda aplica su consabido humor atonal y derrocha calidad técnica para acceder a los recovecos del conflicto (la secuencia de la madre flanqueada por la disculpa de cinco personas) de lo que parece un bullying desnivelado. La película estaba hecha.

No obstante, lo que aguardaba en realidad es una del las mejores obras cinematográficas que nos va a otorgar este 2023. Y no lo digo porque su estructura narrativa recupere Rashomon (a un tercio de relato el punto de vista cambia y regresamos al origen para disfrutar una nueva perspectiva), sino porque lo que hace con ella podría ser de lo mas justificado e iluminado desde la aportación de Kurosawa al subjetivismo. A través de la recuperación de la posición del profesor primero, y el propio alumno después (en conjunción leve con la directora), el autor japonés enhebra un tríptico sobre la ausencia de comunicación real, la precocidad a la hora de dictar sentencia y eliminar la presunción sobre lo que se escapa a nuestro círculo mas inmediato (con espacio solo para uno, nadie mas) y lo mas importante, que la monstruosidad del título (y con la que tan fácilmente calificamos lo de fuera) proviene de nuestra propia cotidianidad. 

Monstruo

Que felicidad obtendríamos si pudiésemos ordenar nuestras decisiones en torno a un rompecabezas como el de Monstruo, donde cada individuo aporta sus fragmentos al puzzle de la ceguera humana. Así observaremos que una frase hecha esputada por un borracho, la masculinidad mal expresada, la comparativa bienintencionada, o incluso el enmudecimiento ante el dolor propio, pueden derivar en un caos inimaginable, especialmente dañino cuando los niños y su dubitativa comprensión son expuestos a esta vorágine.

No deseo desvelar nada de la belleza de una flor que se va abriendo ante la mirada atónita del espectador mientras detalles nimios como una zapatilla, unos caramelos o una fotografía adquieren connotaciones totémicas y ofrecen lecturas hirientes pero absolutamente necesarias, bañadas por metáforas de renacimiento (la del fuego purificador e iniciador al principio y el agua limpiadora y sanadora del final) o la expresividad (el momento musical). La práctica ausencia de traspiés tonales en un guión férreo y la proeza narrativa de un director tan seguro del virtuosismo sencillo de sus imágenes que se atreve a transmitir el concepto de la incomodidad mediante la simple reiteración de una maniobra de aparcamiento convierten el enfrentarse a esta película en un ejercicio de auto-exploración de insultante delicadeza que discurre paralelo a esa metamorfosis continua de lo mostrado y deja cuestiones para la reflexión. ¿Es la crueldad una hija bastarda de nuestro dolor y el miedo a ser dañado?

La mirada de Kore-eda siempre ha observado de cerca las grietas que conforman nuestras fallas, pero esta vez ha destapado una veta de certeza angustiosa, la que muestra lo increíblemente solos que estamos en realidad y cuan corto es el alcance de nuestra visión. Ante esto solo ofrece una alternativa: ojalá nos reencarnemos en seres que amen sin parangón.

Te gustará si te gustó….

Lo facil sería decir Rashomon de Kurosawa, pero su drama intenso y medido nos devuelve al propio Kore-eda, como Still Walking.

Miguel Ángel Espelosín

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Miguel Ángel Espelosin
Amante del audiovisual cultivado entre las páginas de Acción y coleccionista de físico. Con la mirada siempre puesta en el cine de festivales y autores

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