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Crítica Oppenheimer película dirigida por Christopher Nolan con Cillian Murphy, Emily Blunt, Robert Downey Jr., Matt Damon, Florence Pugh
Nolan dinamita el biopic con un drama atómico gargantuesco.
Puede no parecerlo, pero Oppenheimer comienza con una explosión. La mente del físico padre de la bomba que cambió la historia de la humanidad marca el punto de partida del relato con un estallido incendiario y situa tanto al espectador como al propio autor en un preámbulo excitantemente vertiginoso, de un modo escalofriantemente semejante al desafío que supondría controlar la reacción en cadena de los átomos de hidrógeno para cualquier dios de la ciencia.
Christopher Nolan se tiene en altísima estima, y esto, a pesar de lo que pueda parecer, no es malo. Hace falta conocerse bien a sí mismo para poner a prueba los límites propios y equipararse, cada uno en su campo, con uno de los mayores científicos del siglo XX, pero es que el director británico entiende que si se le quiere hacer verdadera justicia a un tipo como J. Robert Oppenheimer no puede abordarse un acercamiento con vergüenza y devoción, sino que el análisis completo, ese que desnuda el alma, implica una mirada sin complejos a los ojos y para eso era imprescindible asumir un reto equiparable en proporciones.
Como la hoja de cálculo “nolanita” y su método científico siempre transcurren la dimensión temporal entendiéndola como la linea mas recta para unificar puntos inconexos, no ibas a renunciar ante tremenda auto-imposición, ahora que por fin se lanza a rodar lo que siempre ha querido, es decir, la física pura y dura sin justificarse tras las cortinas del sci-fi o la acción. Por ende, comprende que si va a meterse en la cabeza mas volátil de cuantas se haya interesado, tendría que mostrarla tal y como es, en toda su titánica efervescencia, e intentar manejarla con maestría cinematográfica. Y eso hace.
Sus 3 horas se antojan un agujero de gusano que pliega el tiempo en poco mas que un segundo con un montaje ritmico antológico secuenciado como si las particulas del aire se atrajesen por gravedad temática entre sí, a modo de pregunta y su cuántica respuesta, y a medida que la narración fluye, esta libera entropía y se ordena dando lugar a esa percepción de solidez que explica Oppenheimer entrecruzando sus dedos con Emily Blunt. Sin embargo, entre esta especie de periplo a fogonazos que rápidamente recuerda al Terrence Malick de El arbol de la vida (su homólogo aquí seria El hongo de la muerte) o al JFK de Oliver Stone, se desatan todo tipo de mentiras, pasiones, engaños, esperanzas, dolor y envidias que convierten esta en una película tan densa como, toma paradoja, en la mas emocional de su director. Otro truco del prestidigitador cinematográfico definitivo, aquí mejor acompañado que nunca en un trabajo actoral coral candidatable a cualquier premio habido y por haber. Si el director lleva la batuta de la ilusión, sus intérpretes acaparan la mirada en el efecto, siendo difícil imaginar una mejor labor de comprensión y fluidez con ese vaivén rítmico, donde cada frase y cada gesto encajan como un guante febrilmente calculado y se acompasa hermosamente con ese otro desquicio genuino que es la composición musical de Ludwig Göransson, capaz hasta de insertar el chirrido de un contador geiger como nuevo instrumento de tensión.
Obviamente el conejo nunca saldría de la chistera sin el mejor guión jamás firmado por su autor, auténtico nuevo elemento de la tabla periódica capaz de ralentizar los electrones del caos audiovisual, cual grafito de pluma y tinta, en una armonía de madurez. Conformando un dibujo personal-shakesperiano y político-moral sobre la figura prometeica de una sociedad insaciable con crear nuevos dioses…para luego matarlos.
Oppenheimer podría describirse entonces a la manera de un obra del neoclasicismo, en su contenido trágico griego inmisericorde con su deidad abatida a la par que dignificante con sus principios idealistas, pero también, otra paradoja, en sus formas, al recuperar una mirada clásica en estabilidad simbiótica con su vorágine autoral.
Al fina, el terror definitivo de vislumbrar con la claridad de Nolan la consecuencia funesta que ha tenido el progreso mas fascinante de la Historia al descubrir un nuevo mundo como es el atómico se hace palpable cuando, entre la fulgurante composición de thriller de espionaje, juicios y traiciones, aparece el cálculo innegable de suma 0: los dotados con la mayor visión quedan ciegos ante el fuego divino prohibido y el factor casi incuantificable de la estupidez humana lleva a que los dos mundos no pueden coexistir; siendo el surgimiento de uno la matemática destrucción del otro. No obstante, como bien se dice una y otra vez, la teoría solo llega hasta cierto punto.
Miguel Ángel Espelosín
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