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jueves, abril 25, 2024
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Crítica Sin identidad ★★★

La película Sin identidad es un recomendable y muy entretenido ejercicio de suspense que recupera con astucia las claves del cine de intriga.

No me extraña que haya sido un taquillazo en Estados Unidos, porque tiene muy claro cómo comunicarse con el público y meterse al espectador en el bolsillo desde los primeros cinco minutos de proyección. Las incógnitas se van desvelando y planteando en cascada bien servidas por un reparto de lujo que encabeza un sólido Liam Neeson y en el que destaca también el trabajo de dos auténticos veteranos, Bruno Ganz y Frank Langella, que tienen además una escena de duelo interpretativo frente a frente que es todo un lujo.

Si a todo ello le añadimos un ritmo endiablado que nos hace meternos en el pellejo del protagonista utilizando claves narrativas –que no necesariamente visuales- de la saga de Jason Bourne protagonizada por Matt Damon, tenemos una cita obligada con el cine de evasión de calidad.

Influencias, muchas. Toques de Alfred Hitchcock por todas partes, desde la temática, de “falso culpable”, aunque con un giro final elaborado que resitúa el papel del protagonista en toda la trama, hasta momentos que son casi un guiño, como el de las tijeras en la camilla o la combinación del maletín, la vigilancia, encuentro y ocultación entre las fotos de la exposición… todo ello en un esquema que inevitablemente nos recuerda películas como Con la muerte en los talones, El hombre que sabía demasiado o 39 escalones.

Ocurre que estas claves estaban también muy presentes en la otra película que más me ha recordado Sin identidad, el homenaje que Roman Polanski rindió al cine de intriga con Frenético, cuya fórmula argumental tiene muchos puntos en común con esta otra película durante la mayor parte del metraje, si nos limitamos a cambiar París por Berlín, encontramos repetida la fórmula de doctor norteamericano, esposa y chica que le ayuda, si bien la versión de Polanski acababa incorporando sus propias obsesiones y era por tanto más oscura que la que hace de ese esquema argumental Jaume Collet-Serra, que acaba más en el territorio Hitchcock, incluso visualmente, con ese tren que sale de la estación y ese plano final de la ciudad de Berlín.  Basta comparar a la acompañante del protagonista, Emmanuelle Seigner en Frenético, Diane Kruger en Sin identidad, para percatarnos de que estamos en un medio ambiente argumental diferente y que aumenta esa diferencia a medida que progresa la trama.

No obstante, hay que aclarar que Sin identidad no se basa en la película de Polanski, por mucho parentesco argumental que tenga con ella, sino en la novela, Fuera de mi cabeza, de Didier van Cauwelaert. Por otra parte hay otros momentos que recogen otras influencias, como el robo de la información del ordenador o el intento de desactivación de la bomba, que están más emparentados con la primera entrega de Misión imposible dirigida por Brian De Palma, o el personaje del detective interpretado por Bruno Ganz, que Ernst Jürgen, que en su recorrido vital, que es el propio de la Alemania del siglo veinte y parte del veintiuno, no puedo evitar me recuerde al detective Bernie Gunther de las novelas negras de la saga Berlín Noir de Phillip Kerr. Su afirmación de que “los alemanes somos expertos en olvidar…” podría haberla hecho el bueno de Bernie en cualquiera de sus aventuras antes, durante o con posterioridad a la Segunda Guerra mundial. Ya de paso aprovecho para recomendar a los lectores que echen un vistazo a las novelas de Kerr, porque son de lo mejor que se puede leer hoy en día en el nuevo relato policíaco de serie negra.

Lo que Collet-Serra nos propone es una montaña rusa de intrigas sin pausa, en la que hacia el final se acumulan los giros argumentales, jugando con la doble tensión en paralelo y recuperando el cine de suspense en sus claves más puras, todo ello girando en torno al trabajo de un Neeson que solo con ponerse a andar delante de la cámara consigue construir un personaje, porque su forma de trabajar es la de las estrellas clásicas, pero con el talento de un buen actor. Neeson tiene la ventaja de la capacidad interpretativa unida a una imagen capaz de encandilar a la cámara, y con poco esfuerzo se mete a los espectadores en el bolsillo primero en su faceta de hombre corriente preocupado por las cosas cotidianas y más tarde de víctima de una conspiración, evolucionando posteriormente a las claves de héroe de acción cuando así se lo requiere el argumento.

Otro asunto interesante del planteamiento de la película es el tema del doble, que tanto predicamento tiene en el cine fantástico y de terror y que aquí, en una clave de intriga policíaca, encuentra acomodo sustentado por los mismos miedos y acogido al mismo paraguas de complejos e incógnitas que tan bien le funciona en aquellos otros géneros. De lo que nos habla Sin identidad es precisamente de esa pregunta existencial que agarrota al individuo con mayor o menor frecuencia: ¿Quién soy realmente? Y a partir de ahí ataca al miedo a ser suplantado por otro en todos los aspectos de nuestra vida. Un miedo muy eficaz y de actualidad toda vez que las nuevas tecnologías nos están robando un poco más de privacidad cada día y quizá también empiezan a hurtarnos nuestras propias identidades, suplantadas por todo tipo de avatares y variantes que circulan por la red. Es un asunto interesante que creo también ayuda a que nos identifiquemos con este pobre tipo que intenta encontrarse a sí mismo en un puzzle de incógnitas que parecen multiplicarse a su alrededor.

Finalmente una cosa que me llama la atención es la aparente inmoralidad del desenlace de la trama, que dejando al margen una clave de redención algo limitada y casi como obligación, nos remite a una cierta irresponsabilidad por los propios actos éticamente deleznable, pero narrativamente muy relacionada con el estado de ánimo y el compromiso moral de nuestra casquivana y autoindulgente sociedad.

Miguel Juan Payán

Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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