Crítica Toda una vida película dirigida por Hans Steinbichler con Stefan Górski y August Zirner
Una estudiada propuesta para reconquistar la verdadera experiencia cinematográfica.
Toda una vida rema contra la corriente de cine estridente de nuestros días y muestra la diferencia entre sencillez y simplismo insultante en todos y cada uno de sus planos y propuestas.
Rompiendo con la simpleza desde la sencillez
Desde ese punto de vista, y aunque solo sea por romper con la estulticia visual que baña muchos intentos de subrayado visual estridentes e insolentemente estúpidos de algunas de las películas que han llegado recientemente a la cartelera, ya debería ganarse el afecto del aficionado al cine amigo de conseguir alguna forma de experiencia diferenciadora cuando entra en una sala a ver una película.
Pero además la película posee una aparente sencillez que desarma al espectador desde el primer momento, retomando claves que pueden remitir fácilmente a la recuperación del sustrato literario para la narrativa cinematográfica.
Esa sencillez es coherente y muy estudiada en relación con lo que pretende conseguir y lo que quiere contar.
Respecto a lo que quiere contar, logra algo realmente difícil: convertirnos en compañeros de viaje del protagonista llevándonos a seguir sus pasos y empatizar en clave cómplice con los momentos oscuros y los momentos brillantes de su experiencia existencial sin subrayados melodramáticos que estropearían nuestra experiencia y nos sacarían automáticamente del relato.
Composición y convivencia
En lo referido a lo que pretende conseguir, cómo lo hace y por qué (qué, cómo y por qué son cosas que deberíamos preguntarnos con más frecuencia cuando juzgamos lo que nos gusta y lo que no nos gusta tanto en el cine como en cualquier otro asunto de nuestra vida y entorno antes de atrevernos a emitir una opinión que muchas veces es oportunista y precipitada), el director somete la puesta en escena de su película a un continuado ejercicio de centralidad.
Desde el mismo entramos ya desde el principio de la historia en una mirada que consigue transmitir el equilibrio y la paz que parece presidir el recorrido vital del protagonista incluso en los momentos más perturbadores de su existencia, sobre todo en la infancia y en la terrible tragedia que marcará su vida condenándole a una soledad que se resiste a aceptar y en la que encuentra la manera de seguir viviendo y compartiendo con otro ser humano su experiencia a pesar de aquello que los separa.
Ese gesto de convivencia y comunicación con el otro encaja perfectamente en la definición del niño que acepta el rechazo y el maltrato con un estoicismo incluso perturbador para el espectador y se niega a entregarse a la ira, incluso cuando la vida lo somete a los peores golpes que podríamos imaginar desde nuestra piel de cristal y nuestra actual tendencia a la estridencia, el lamento y la lágrima.
Exilio del victimismo gritón
El victimismo está exiliado de este notable viaje por la vida de un hombre que puede amar, pero en ningún momento parece ser capaz de odiar, convertido así en un ejemplo de sencillez en el que parece convertirse como ser humano en ese espejo de las montañas que en todo momento le rodean en uno de los mejores ejercicios de paisajismo con sentido que nos ha dado el cine.
Es en ese ejercicio del visualmente espectacular y la sencillez narrativa que se convierte en espejo de pensamiento y conducta del protagonista, donde encontramos nuestro lugar como espectadores arrancados de la realidad gritona, llorona y estridente que nos rodea continuamente en nuestros días, como si entráramos en un paréntesis similar al que el cine fue capaz de proporcionarnos en un pasado no tan remoto y sin duda más satisfactorio como experiencia cinéfila.
Miguel Juan Payán
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Crítica Toda una vida película dirigida por Hans Steinbichler con Stefan Górski y August Zirner