Crítica Troll de Roar Uthaug
Recupera el cine de monstruos gigantes y aventuras con eficacia y calidad.
Troll vuelve a demostrar que talento cinematográfico hay en todas partes y solo hay que alimentarlo con suficiente dinero para que pueda trabajar con eficacia para entretener desde una sólida propuesta de calidad, y con mayor capacidad para plantear cierto punto exótico y algunas variables estimulantes desde otras culturas que la monopolística, monotemática y cada vez más adicta a repetirse propuesta que nos llega desde Estados Unidos.
Siendo justos hay que decir que Hollywood ha sido la cuna del tipo de cine de entretenimiento que propone Troll. Un cine desinhibido a la hora de mostrarse en toda la plenitud de su naturaleza como sencilla propuesta de entretenimiento y evasión jugando con lo imposible. Y aunque puede faltarle el sentido del humor y las ganas de jugar con esa fórmula por un territorio más arriesgado y paseándose incluso por el territorio de la referencia cruzada y la autoparodia como hiciera con mayor eficacia Trollhunter (André Ovredal, 2010), su descaro a la hora de aplicar la fórmula a la que no duda en rendir homenaje, y que circula libremente como referente desde sus citas al King Kong (Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, 1933) en la secuencia del ataque con los helicópteros, película que a su vez inspiró a los japoneses el cine de monstruos gigantes, el Kaiju Eiga y el primer Godzilla en Japón bajo el terror del monstruo (Ishirô Honda, 1954), a la que también rinde homenaje esta película, o El asombroso hombre creciente (Bert I. Gordon, 1957) con las huellas del gigante y La batalla de los simios gigantes (Ishirô Honda, 1966), no es menos cierto que consigue articular un sólido, perfecto y muy funcional resumen de la fórmula a la que se acoge.
Esa fórmula es la misma que en los años cincuenta, con la fusión de ciencia ficción y terror que, manifestando el miedo a la ciencia nacido, como el propio Godzilla japonés, de Hiroshima y Nagasaki, dio lugar a las hormigas gigantes de La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954) o la araña descomunal de Tarántula (Jack Arnold, 1955), y en los años setenta, convenientemente mezclada con el miedo a la rebelión de la naturaleza contra la humanidad y dotada con alguna pincelada ligera de ecologismo de salón, se impusiera desde el ejemplo de la película Los pájaros (Alfred Hitchcock, 1963), influyendo en Tiburón (Steven Spielberg, 1975) y en el cine de catástrofe puesto de moda por aquella gigantesca ola que le dio la vuelta al trasatlántico protagonista de La aventura del Poseidón (Ronald Neame, 1972).
Trabajando desde la fidelidad a la fórmula que habitan estas producciones, de cine de pura evasión y esparcimiento sin complejos, Troll propone además una necesaria recuperación de esas fusiones de fantasía, ciencia ficción y aventura, con algunas ligeras pinceladas de terror, que en los últimos tiempos habían caído en dos extremos de la producción de ocio audiovisual, dando lugar a películas de superproducción de estudio, tipo la saga de Godzilla y los últimos King Kong, o bien siendo, literalmente, víctimas, del cine producido por firmas como Asylum y ocasionalmente SyFy, con guiones pobres o directamente malos, actores flojos, mal ritmo de desarrollo y en general limitado talento o puro oportunismo desganado a la hora de desarrollar su argumento.
Troll bucea en el folklore y la mitología y le saca partido planteando una historia sencilla pero competente a la hora de mover sus acontecimientos, su conflicto padre-hija que al mismo tiempo, por el camino de la Hypernaturaleza que materializa la amenaza, juega con la clave de rebelión de la naturaleza contra la humanidad para plantear una bien dosificada pincelada de ecologismo -la destrucción del paisaje para las obras públicas-, al tiempo que introduce en su trama la alusión al concepto del legado, el pasado perdido del folklore precristiano de Noruega.
Le sale bien la jugada y es un sólido pasatiempo audiovisual disfrutable.
Miguel Juan Payán
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