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Diario de Cannes (IV parte) lunes 19 y martes 20 de mayo de 2025

Diario de Cannes (IV parte) lunes 19 y martes 20 de mayo de 2025

Diario de Cannes (IV parte) lunes 19 de mayo de 2025

The loves that remains (de Hlynur Pálmason) ★★★★½

Tras la decepcionante jornada del domingo, tenía que descansar y buscar la manera de recargar las pilas. Abandoné la idea de levantarme temprano y decidí que mi plan de la mañana se desarrollaría en el Cineum, el complejo de multisalas a las afueras de la ciudad donde se reponen los títulos que ya no tienen sesión en el Palais. La mejor decisión del Festival.

Allí comencé con la inexplicable ausencia en competición por la Palma de Oro de la nueva película del director de una de las aventuras mas bellas de los últimos años: Godland (2022). Mas inexplicable aún tras comprobar que es otra pieza de singular belleza y desgarrador corazón ambientada en las gélidas llanuras de Islandia.

Una historia de divorcio matrimonial tratado con extrema madurez (los dos progenitores se quieren, se apoyan, siguen saliendo trabajando juntos y saliendo de excursión con unos hijos que, lejos de llorar, juegan y elucubran sobre la situación paternal) es estudiada desde la óptica superdotada de Palmason, que pone el ojo en todos los detalles de ese paraíso en la tierra en el que conviven con la naturaleza y un arte impreso en óxido imposible de borrar (como el amor del título que se profesan todos). 

Las dudas y la culpa por lo errores que siguen flotando son solo algunos de los elementos de un relato que mira siempre hacia la luz sin caer la inocencia de no saber que la corrupción de todo lo que les hace felices está a la vuelta de la esquina. Por eso tampoco rechaza un humor maravilloso ni la brillante invasión de los momentos poéticos, dando una clase magistral del uso de la metáfora en ese guardián-espantapájaros que guarda las lindes de lo que no quieren perder.

Una cinta en un paraje frío, pero con un corazón cálido que abarca con igual fascinación desde lo gigante hasta lo diminuto.

Diario de Cannes

Urchin (de Harris Dickinson). ★★★★½

Pero aún quedaba el remate final. Resulta que una de las películas que menos me llamaban la atención de toda la parrilla fílmica se ha terminado convirtiendo en mi favorita hasta el momento (que no la mejor)

Resulta que el actor Harris Dickinson, conocido por El triángulo de la tristeza (2022) o Babygirl (2024), se ha vestido del mejor Sean Baker para fraguarse un nombre que rivalice con el de Andrea Arnold a la hora de tratar la parte mas fea de la sociedad británica y se ha marcado una historia dolorosísima sobre un vagabundo que tras pasar por prisión busca reinsertarse en la sociedad. Claro, aquí suele ir un margen en blanco donde pone: “inserte donde quiere sobrecargar el melodrama”. Pues va a ser que no.

Esta enérgica joya que saca las vergüenzas al 90% de las demás películas presentadas hasta ahora no se amilana en ningún momento y resulta tan divertida como punzante, tan comprometida como madura, tan humana como inquisidora y es capaz de agitarte las entrañas sin un solo recurso de manual. Solo hay un ser tremendamente imperfecto encarnado por la mejor interpretación que yo he podido contemplar desde que llegué a Cannes.

Frank Dillane se ha acaba de convertir en un nombre a tener muy en cuenta con su salvaje encarnación de un ser infantil que se pregunta a sí mismo como puede seguir cayendo en los mismos errores mientras le echa la culpa a la sociedad (cosa que Dickinson le niega de continuo)

Una interpretación con la que enamorarnos hasta la médula de un superviviente negado a recibir la ayuda que evidentemente necesita ante la seguridad de tener siempre una opción mejor, aunque esta implique seguir hundiendo en la negrura.

Un ejemplo de como el cine con sus historias de siempre (el personaje circular en este caso) puede seguir ofreciendo pequeñas obras maestras en las (inesperadas) manos adecuadas.

Splitsville (de Michael Angel Covino) ★★★½

No puedo hacer otra cosa que aplaudir y dar las gracias a Michael Angel Covino por su descacharrarte Splitsville.

En un Cannes donde las muy necesarias sesiones de desconexión y fuga me habían fallado estrepitosamente (leer los diarios anteriores) la llegada inesperada de una burrada abiertamente romántica sobre la complejidad de las relaciones y lo muy dependientes que estas son de la parte física ha sido un bálsamo para mi y para toda la sala Debussy, a juzgar por las oleadas de carcajadas que la invadían a cada minuto.

Covino y Kyle Marvin, director y guionista inseparables, parten de la misma base que en Cima a la amistad (2019) para co-crear, volver a protagonizar y regalarse otro hilarante entretenimiento de colegas en crisis a partir de que uno de ellos mantenga relaciones sexuales con la mujer del otro, en este caso justificado por el divorcio del primero y la supuesta relación abierta que mantiene el segundo con su pareja. Con la única novedad de que los personajes femeninos ahora pasan sabiamente a tener el rostro de Adria Arjona y Dakota Johnson.

Desde su brillante principio, en el que se nos despista con la presencia de la muerte, lo que encontramos es un mordaz carrusel de mala leche y punzantes gags que recuerdan el poderoso don de la buena comedia para parecer inerte y mientras sacarte las tripas.

Lástima que en su segunda hora las aguas de la rom-com lleguen a una cauce bastante más positivo y convencional, pues de haber mantenido la inteligencia negra de una primera parte donde se citan desnudos integrales con miembros protésicos, luchas a muerte rodadas con inusitada maestría y una vendetta en forma de sobredosificación de ex-novios, estaríamos hablando de la mejor obra de enredos de la década. Pensándolo bien, es posible que aún así lo sea.

Diario de Cannes

Alpha (de Julia Ducournau) ★★½

La expectación en la Croisette era máxima. La ganadora de la Palma de Oro más radical que se recuerda presentaba a competición la promesa y el peso de seguir diseccionando los miedos modernos con la delicadeza de un martillo neumático mostrado en Titane (2021). Peso bajo el que se ha terminado hundiendo estrepitosamente.

Cuando, tras dos horas, Alpha funde a negro, la estupefacción es lo único que uno puede articular en el rostro. Un estupor que al principio señala a la falta de reposo de su aparente estructura multicapa, pero que, una vez unidos los puntos de herida (como nos invita Ducournau en la secuencia inicial) revela una obra que ha intentado compensar a granadazos líricos la pereza de su desarrollo.

Resumirla como una mirada de terror al paso a la edad adulta llena de sexo, drogas y enfermedad por parte de una niña de familia de tradición musulmana, tras la posibilidad de haberse infectado de un virus mortal al hacerse un tatuaje, podría ser también un dibujo bastante completo de lo que ha sido capaz de articular Ducournau en torno al Sida, porque en realidad nunca es capaz de proponer nada más que eso. Da igual que tenga a un magnífico Tahar Rahim en modo El maquinista (2004), un concepto de género interesante donde los convalecientes se convierten en mármol o que se atreva a una confrontación entre ciencia y religión en torno a la mitología islámica, porque la narrativa solo sabe andar en círculos confusos de rechazo y simbología torpe mientras lanza al vuelo distintos amagos inconexos de dobles lecturas que se convierten en callejones sin salida en cuanto los atrapas.

La sensación final es de que la propia autora no tuvo nunca demasiado claro hacia donde llevar su premisa o sobre qué pretende alertarnos (¿el negro futuro de las nuevas generaciones?, ¿el mundo post-Covid?, ¿el dolor del entorno cuando sus seres queridos se desvían del camino?, ¿todo lo anterior?), pero sí que sus intenciones se han centrado en sobrecargar la propuesta hasta ahogarla, por puro miedo a quedarse corto.

Por cierto, sobre lo de darle a Emma Mackey medio minuto de papel, mejor ni hablamos…

Diario de Cannes (IV parte) martes 20 de mayo de 2025) 

Diario de Cannes

Highest 2 lowest (de Spike Lee) ★★★★

¡Es imposible destilar mas flow!. Eso es lo primero que he pensado al terminar el pase de las 08:45 am en la sala Buñuel de un proyecto que parecía nacer directamente muerto. ¿Como se le puede ocurrir a alguien en su sano juicio que es buena idea remakear El infierno del odio (1963)?. La de Kurosawa se mantiene como una de las mayores obras maestras de la Historia del cine en general y del drama policiaco en particular que sigue estando de rigurosa actualidad gracias a su complejísima mirada hacia la dignidad y la moral; mirada que en Spike Lee siempre ha sido esencial, aunque antagónica a la del maestro japonés. Si no, comparad el final del film nipón con el de Haz lo que debas (1989) y veréis de lo que os hablo. 

Y es que lo último que esperaba era encontrar una respuesta tan contundente dentro de la cinta, la mejor del director desde The 24th hour (2002). Sin embargo, se las ha apañado para olvidar el tropiezo mayúsculo de su Oldboy (2013) y construir una obra  que reconfigura la dimensión ética del original desde un ángulo de thriller-comedia de ritmo desenfrenado donde hablar de la contaminación cultural afroamericana (esencialmente musical) en la época del capitalismo voraz. Es decir, se ha distanciado todo lo necesario de la fuente como para mantener el respeto al material de base (El esquema, la teatralidad, esas escenas a ambos lados de una cristalera,…) y a la vez crear un producto 100% Spike Lee.

Para jocosa sorpresa, ha tenido las santas narices de travestir la historia sobre un multimillonario que se debate sobre si pagar o no el secuestro del hijo de su chofer, en una tensa y desgarbada fábula plenamente neoyorquina que se pasa en un suspiro y en la que no faltan los choques de puños, las pistolas, el rap, el baloncesto, los Yankees, las burlas a Boston y las relaciones delicadas con otras culturas (clave el detalle de que el personaje de Jeffrey Wright sea musulmán) sin tener que recurrir al acartonado pulpitismo político en que se había estancado para resultar incisivo. 

Además, para la revolución cuenta con un glorioso Denzel Washington enmendándole la plana a Toshiro Mifune desde la avalancha gesticular. Todo una clase magistral de fisicidad hipercool que parece el siguiente nivel al de su reciente trabajo en Gladiator II (2024).

Una fiesta, vamos.

Diario de Cannes

A simple accident (de Jafar Panahi) ★★★

De manera totalmente fortuita un hombre atropella a un perro mientras conduce de noche con su familia. Este simple acto accidental, que da nombre al nuevo largometraje de Jafar Panahi tras salir de prisión en su país, va a iniciar un efecto mariposa de ese tipo de casualidades que solo se pueden dar en el cine. El conductor va a ser identificado por el hombre equivocado y este, convencido de que se trata de un antiguo torturador del régimen, va a tomar cartas en el asunto secuestrando para hacerle confesar junto a otros invitados que tampoco quieren perderse la oportunidad de cobrarse su venganza. El dilema llega cuando el raptado asegura no saber nada del asunto.

Durante un extenuante día de furia, Panahi expone el dolor por su patria con la habitual aspereza de sus colegas Farhadi y Rasoulof y nos enseña como la situación de la dictadura del Ayatolá en Irán se parece muy poco menos que a una olla a presión a punto de reventar donde a los actos sanguinarios de unos le van a seguir los de otros y así sucesivamente, en una espiral de violencia sin control que promete arrasar en los próximos años el estado persa.

El aspecto negativo llega cuando al querer ejemplificar esa rabia que rebosa por los poros de unos ciudadanos amputados de su felicidad en un momento u otro, siempre aparece el freno de un guión empeñado en ser frustrantemente expositivo antes que visual, haciendo que sus personajes vociferen una y otra vez su dolor fantasma en vez de permitir que el dinamismo tome el control. Tal vez porque Panahi en realidad tenga una tan cabreada que, en su ardor, esta tenga una combustión demasiado acelerada como para dejarla arder.

La desaparición de Josef Mengele (de Kirill Serebrennikov)  ★★★½

Venir a Cannes y no ver la nueva película del director ruso Kirill Serebrennikov hubiese sido como no venir. Se hace raro que el responsable de La fiebre de Petrov (2021), La mujer de Tchaikovsky (2022) y Limonov, the ballad (2024), todas en sección oficial en sus respectivos años, no haya entrado a competir la Palma de oro con su nueva adaptación literaria de otro complejo personaje político (como las anteriores). Supongo que cuatro veces consecutivas se habría tachado de favoritismo.

Esta vez, Serebrennikov ha convertido la novela de Olivier Guez sobre los años en el exilio argentino y brasileño del “ángel de la muerte de Auschwitz” en un retrato de pesadilla en blanco y negro de dos (y a veces tres) líneas temporales paralelas en el que un inconmensurable August Diehl (en el mejor papel de su carrera junto a Vida oculta, 2019) berrea, grita, proclama su inocencia, disculpa el horror y, finalmente, se muestra en toda su fragilidad como el mas débil de todos los seres en su evolución de elegante alemán a monstruo encorvado y pueril.

Por eso esta La desaparición de Josef Mengele no es tanto una historia sobre su evitación del castigo merecido como sí el inteligente retrato de una figura casi mitológica que se va deshaciendo entre refugios donde no es respetado, nuevos nombres que van opacando su origen, la desaparición de la esperanza por un nuevo Reich y una relación paterno-filial que le recuerda constantemente que lo mas cercano al amor que va a tener es el recuerdo de una instantánea fría.

Fuori (de Mario Martone) ★★½

Que tiempos en los que Italia presentaba a competición Caro Diario (1993) de Nanni Moreti o El árbol de los zuecos (1978) de Ermanno Olmi. ¡Diablos! si hasta hace nada la presencia de Matteo Garrone o Alice Rorhwacher (esta última con la obra maestra absoluta de La quimera, 2023) eran sinónimo de bomba del Festival. 

Vaya añito este. Si con la de Panahi se marcaba la casilla del cine iraní, con la de Martone ya han cumplido su obligación con el cine italiano anual, concretamente con el más tibio que uno se pueda echar a la cara.

Para ser justos, no hay nada especialmente molesto en esta fotografía al periodo de entreguerras en la vida de la escritora Goliarda Sapienza (best nombre ever) en el que, tras salir de la cárcel, comienza una relación de amistad/romance con una joven delincuente. En todo momento resulta ligera y amable, pero también insípida y algo inerte, lo que puede traducirse en pecado capital al hablar de una etapa sexualmente libre y culturalmente creativa como es la que precede a la L’universita di rebibbia, la obra póstuma que la convirtió en una de las literatas mas importantes del siglo XX.

Incluso tiene sus momentos de belleza decadente, esa que los herederos directos de Fellini y Rossellini han sabido captar a la perfección, pero esta luminosa reflexión sobre entrar para salir y la libertad que pueden otorgar unos barrotes nunca llega a meterse bajo la piel.

Miguel Ángel Espelosín

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