Crítica de la película El año de la furia
Tragedia de gente corriente viviendo momentos históricos inquietantes.
El año de la furia es una película interesante por su tema y que funciona en la clave de sus personajes tanto como en la de sus actores, con momentos de dirección muy potentes, como su terrorífico arranque. Sin embargo corre el riesgo de que dos de sus tres tramas acaben por incidir negativamente en sus mejores aportes y logros desde el punto de vista testimonial sobre la tragedia de la gente corriente en los difíciles momentos vividos por Uruguay en el paso a la dictadura durante los años setenta.
Son momentos como el del marido intentando enganchar la correa a su perro, momentos de hombre destruido por la represión, los que mejor funcionan en un extremo del arco de esta propuesta. En su otro extremo tenemos un poderoso registro visual en el arranque, con el seguimiento del personaje de Rojas (Daniel Grao) por ese pasillo del pesadillesco laberinto de la tortura. Es momento y relato del horror real y posible, en cualquier sociedad, en cualquier momento. Así arranca la película y será sin duda el contenido más poderoso de la misma el que rodea al ambiguo personaje en conflicto de Rojas, su historia con la prostituta Susana (Martina Gusman), con la repetición de sus encuentros sexuales y la consecuencia de los mismos como máquina de la película.
Ya solo con eso podría haber salido adelante toda la película. El problema es que a esa trama se unen otras dos que implican a personajes y conflictos de menor entidad frente a la del torturador Tanguero. Lo más potente está en su historia y lo que le vincula a Susana, con esa aparición casi mefistofélica de Silveira tan bien respaldada por un inquietante Miguel Ángel Solá. Pero la película se empeña en poner en el epicentro de la trama a los guionistas del programa de televisión, buscándoles sus propias subtramas sentimentales, y dando a la pensión en torno a la que gravitan sus historias una importancia que se insinúa pero apenas se materializa, dando la sensación de que, por ejemplo, el personaje de Maribel Verdú y su recorrido queda poco aprovechado y podría tener mucho más papel y recorrido en el conjunto, siendo ejemplo de esa gente corriente maltratada por el devenir histórico.
En lugar de ello tenemos la parte que menos me convence, la de los guionistas del programa de humor. Siendo bien defendidos por los actores, resulta la más tópica, previsible. Las tramas sentimentales del personaje de Diego (Alberto Amman), por ejemplo, o el peso del pasado en el personaje de Leonardo (Joaquin Furriel), quizá habrían tenido por derecho propio un mejor desarrollo de manera independiente, en su propia película, o en todo caso asociadas entre sí en otro largometraje. Pero padecen por una comparación que las deja en inferioridad frente a la potencia de la trama del torturador. Su aporte es menos interesante, encajan mal con la trama de los militares. Y de paso no encajan como gente corriente. Leonardo es profesor, escritor de éxito con la carrera abortada. Diego es guionista, luego periodista. Leonardo se nos queda bastante descolgado del resto, hasta que al final consigue asentarse por esa revelación de pasado que llega demasiado tarde al relato.
Así que hay una parte muy interesante, muy bien armada, y otras dos que quedan descolgadas a pesar del empeño por convertirlas en guías del conjunto.
Miguel Juan Payán
★
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