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viernes, marzo 29, 2024
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El árbol de la sangre ★★★

El árbol de la sangre ★★★

Crítica de la película El árbol de la sangre

Julio Medem vuelve a diseñar un filme atmosférico al cien por cien, en el que sobran las palabras de los actores y el engranaje formal de la historia.

Vacas, Tierra, Lucía y el sexo, Los amantes del Círculo Polar…. El cine de Julio Medem es un cúmulo de imágenes en las que prevalece la esencia de lo intangible, más que el lenguaje racional de un guion clásico. La fuerza visual con la que el director vasco ha gestionado sus mejores obras hace palidecer a unas historias normalmente flojas en su componente dramático, lastradas por un exceso de ambición narrativa.

Tales vicios y virtudes están particularmente presentes en El árbol de la sangre: una epopeya familiar con ecos de las tragedias griegas, en la que el destino protagoniza la existencia de la totalidad de los personajes que conforman el relato.

El argumento comienza con la relación puntual de una chica y un sicario de la mafia rusa. Ambos se ven solo unos momentos, pero tras su instante de pasión sobre la arena de una playa surge un niño. En otra ciudad, en un tiempo semejante, una cantante embarazada alumbra a una niña sin padre biológico; aunque sí lo tiene en la figura de un supuesto fan de la progenitora. Estos dos seres se unen en su etapa adulta para escribir un guion a cuatro manos, en el que explican cómo han evolucionado sus respectivas existencias y las de sus parientes, sorprendentemente enraizadas en un mismo tronco consanguíneo. A través de los recuerdos de la Rebeca (Úrsula Corberó) y de Marc (Álvaro Cervantes), el pasado comienza a cobrar sentido; a la vez que surge la figura del pétreo Olmo (Joaquín Furriel), como nexo de unión entre los diferentes componentes de los dos clanes.

Como en muchos de sus largometrajes anteriores, Medem apoya la energía de la historia en el paisaje y en la naturaleza, a los que entrega un protagonismo escénico de primer orden. Sin ellos, la trama carecería de la contundencia que desborda en cada fotograma; siempre enfatizados por los sonidos los animales y los bosques.

La puesta en escena es sin duda la mayor virtud de esta película demasiado laberíntica desde el punto de vista argumental, y a la que le asaltan demasiadas incongruencias en su desarrollo.

Dentro de los naufragios dramáticos se encuentra la escasa verosimilitud de la mayoría de las situaciones planteadas, en las que el azar en que se suceden no ayuda a formar un decorado compacto y sólido donde situar a los deslavazados personajes.

Resulta sorprendente la perspectiva simplona y videoclipera que Medem ofrece de las mafias rusas en España, por no mencionar la incorporación deslucida de asuntos como el del tráfico ilegal de órganos. Estos y otros borrones se encargan de despojar de cualquier profundidad a lo que cuenta la movie; y al final todo estalla en una traca de feria, tipo reality televisivo en pleno debate semanal.

Dentro del mencionado esquema, los personajes se tornan en marionetas al hilo de las revelaciones inverosímiles que se suceden sin el mínimo concierto. Un caótico panorama del que únicamente se salva el rol que encarna Joaquín Furriel (el pétreo Olmo); precisamente, el que menos habla a lo largo del metraje.

Jesús Martín

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Jesús Martín
Soy un auténtico apasionado de las películas que despiertan la imaginación

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