El extraordinario viaje de T.S. Spivet, la versión masculina y más intrépida de Amelie.
He observado que de un tiempo a esta parte se ha puesto de moda atizarle palos a Jean-Pierre Jeunet, al que muchos parece que todavía no le han perdonado que tuviera la osadía de renunciar al cine fantástico “de autor” que rodaba en Europa para zambullirse en las procelosas aguas del blockbuster “made in USA” con Alien Resurrección. Pero lo cierto es que sigue siendo el director de al menos dos grandes películas, Delicatessen y La ciudad de los niños perdidos, y que incluso cuando se pone muy moñas en Amelie, ese monumento a la ingenuidad hipster tan bien tramado visualmente, tan bien contado y con un ritmo tan interesante que incluso los antihipster como yo podemos aguantarlo sin echar la pota hasta que se nos caigan los ojos al retrete, Jeunet sigue siendo un narrador interesante, original y muy competente. Cierto que Largo domingo de noviazgo es un poco fraude por su indefinición genérica, aunque incluye escenas y planteamientos argumentales curiosos que alimentan la intriga cuando no le da por dejarse llevar por la alargada sombra hipster de Amelie. Y cierto es igualmente que Micmacs es un poco farsa. Pero después de ver El extraordinario viaje de T.S. Spivet, creo que Jeunet retiene ese buen pulso de sus primeras obras, y que si le dan la mínima oportunidad para demostrarlo, incluso puede sacarse de encima la sombra de la niñata Amelia.
Ojo, Amelie era una muy buena película. Pero no me interese a título personal absolutamente nada y la vea más falsa que el alma del propio Judas, o que un euro de madera, si a ustedes les va más lo crematístico que lo religioso.
A diferencia de Amelie, creo que El extraordinario viaje de T.S. Spivet, sin ser más creíble y aun reteniendo en sus venas esa visión del mundo en plan Calle de la Piruleta que tanto les gusta acunar a los hipster, es más entretenida. Quizá se debe a que es una road movie, una historia de carretera, frente a la historia de ritual de tránsito y autoconocimiento que era Amelie. Si hablamos en términos de los grandes argumentos universales, creo que la asociación o parentesco de estas dos películas es el ejemplo perfecto para explicar la fórmula argumental de la búsqueda del tesoro, que puede ser conocerse a sí mismo construyendo la trama en círculos, viajando hacia el interior, caso de Amelie, o viajando en línea recta hacia el exterior para conocer el mundo y al mismo tiempo conocerse a sí mismo, que es lo que hace T.S. Spivet.
Ambos personajes comparten una similar identidad como “prodigios” que se salen de lo habitual y escapan de lo cotidiano merced a una incontenible curiosidad y una imparable intrepidez que les lleva a ponerse a prueba y siembra lo imprevisible en el relato sin renunciar a la verosimilitud de lo cotidiano. Pero creo que teniendo más “paisaje” físico para pintar ese proceso en esta otra película, Jeunet consigue hacer el viaje más entretenido acercándose a las peripecias de los héroes clásicos de Mark Twain. Digamos a modo de pista que Amelie era más Tom Sawyer, mientras que el viajero T.S. Spivet es más Huckleberry Finn.
Eso sí, se le ha ido de tiempo, mucho, tiene uno de esos dobles finales o prolongaciones que se convierten en un lastre más que en un aporte al resto de la historia, y, como todo el cine de Jeunet posterior a Amelie, no puede evitar caer en ciertos tópicos incluso visuales.
De manera que ciertamente no es el Jeunet de Delicatessen o La ciudad de los niños perdidos, pero es lo más parecido a eso, lo más que puede acercarse a esas películas trabajando temas para público más general lejos del fantástico, y personalmente me resulta más entretenida que Amelie, aunque no sea mejor que aquella.
Miguel Juan Payán
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