Hugh Jackman se reinicia con éxito como estrella del musical.
Tras su paso por las peripecias superheroicas de los mutantes de Marvel adaptados al cine por la Fox, Hugh Jackman se reencuentra con éxito con sus orígenes en el musical con una película capaz y solvente que puede convencer incluso a quienes no somos aficionados al género de los bailes y canciones, como ocurre con quien esto escribe.
Las claves del acierto de El gran showman son varias. En primer lugar, está organizada sobre un asunto que en ningún momento pierde entidad frente a los códigos del musical. Las canciones, los bailes, los números musicales, responden desde el primer momento a las necesidades de la historia. No al revés. Ese equilibrio de fuerzas dentro del largometraje, con una parte musical que aprovecha al máximo y se desenvuelve en pleno ejercicio de espectacularidad visual, y un argumento que funciona de manera sólida desarrollando los personajes en un tiempo ciertamente récord para las medidas que suelen estilarse en este género, son las mejores garantías para que la película funcione.
El segundo acierto es precisamente ese: su fluidez, su ritmo y su capacidad para saber hasta dónde llegar con el metraje sin acabar recreándose en exceso en la suerte. Equilibra su historia principal, aparentemente sencilla, para que cada personaje habite la trama contando con su propio momento de protagonismo. Es más: se advierte, en coherencia con el propio argumento, una intención clara que provocar un movimiento curioso de alternancia de protagonismo al frente del circo que se produce también en la propia película y hace que en el momento adecuado del metraje Jackman deje espacio, sin perder el desarrollo de su propio arco de desarrollo como personaje, a Zac Effron. Eso permite que se airee la trama, mostrando además otro de los puntos fuertes de la propuesta, que es su administración de tiempo, personajes y protagonismo. Da la sensación que de no han querido añadir ni un minuto más de lo que se habían fijado en principio para contar una trama que, al estilo de los musicales clásicos de Hollywood, tiene que contar una historia completa sin perderse en vericuetos secundarios que rompan el ritmo general del relato pero no se deje nada en el tintero.
Un detalle llamativo de la película es que, como consecuencia de lo que acabo de comentar, produce la sensación de ser una película sencilla cuando en realidad es mucho más elaborada y compleja de lo que puede parece.
Para empezar, no es tan corta como parece al espectador. Dura una hora y 45 minutos. Lo que ocurre es que es tan fluida en su manera de contar y alternar esa narración con la narración de las propias canciones y números musicales, que funciona con la perfección de un reloj suizo.
En ese sentido, creo que tanto en ritmo como en habilidad y solvencia para plantear personajes, tramas y conflictos, y resolverlos, la película consigue lo mismo que ese tipo de cine clásico al que en cierto modo rinde también homenaje: sencillez cuidadosamente ensayada, preparada, pensada, elaborada como mecanismo complejo de cruce de historias y personajes, da como resultado en este caso un buen espectáculo de evasión.
La base de eso es que tienen muy claro lo que quieren contar y por dónde y cómo lo van a contar.
Además, dejan que el público rellene ciertos huecos, utilizan la elipsis de manera inteligente, de manera que sugieren y dejan que el espectador saque sus propias conclusiones: dos ejemplos, la secuencia de arranque del relato, a modo de advertencia y ensoñación del personaje central, o la relación que éste mantiene con la cantante de ópera.
Ese uso de la elipsis les permite ser al mismo tiempo solventes en el tratamiento del arco de desarrollo de los personajes, y plantear lados más conflictivos de los mismos sin perder el carácter de cine familiar. Es algo que hacían muy bien en el cine del Hollywood clásico, trabajando la sencillez desde la complejidad, y que pienso recupera en cierto modo El gran showman.
Más opiniones y detalles en la videocrítica que podéis encontrar en esta misma página web y en Youtube.
Miguel Juan Payán
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