Crítica de El insoportable peso de un talento descomunal
Crítica de la película El insoportable peso de un talento descomunal
Divertido homenaje a Nicolas Cage en clave de autoparodia.
Nicolas Cage convertido en personaje sin dejar de ser él mismo. En principio ya esa idea es interesante y tiene potencial. Pero además de la entrega absoluta a la causa del propio Nicolas Cage, que hace gala de notable inteligencia en su capacidad para bromear sobre sí mismo y jugar la sátira y la autoparodia hasta arrancar carcajadas en algunas secuencias, la película cuenta como aliados a un Pedro Pascal igualmente entregado que desarrolla una nada fácil pero finalmente muy eficaz química con Cage ante las cámaras, y a Paco León como tercera pieza del duelo a tres bandas.
Ese trío de actores sostiene la parte más difícil de la película, aquella en la que la comedia quizá se toma demasiado en serio eso de convertirse en trepidante película de acción en algunos momentos del tercer acto y no vuelve a respirar como comedia hasta llegar a su segundo y falso desenlace.
En toda su primera parte, de planteamiento, con Nicolas Cage haciendo autoexamen de su propia imagen pública y su carrera como estrella, a modo de metáfora sobre el estrellato, la facilidad para generar juguetes rotos entre sus protagonistas que muestra el cine estadounidense, y el conflicto entre vida privada e imagen pública que rodea a las grandes figuras de las fantasías audiovisuales, la película explota bien todo el potencial de su protagonista para generar comedia cobrando una inteligente distancia entre su imagen pública, la críticas y comentarios de sus seguidores y detractores, y su propia persona. Hay algo también de juego de crítica a cómo funciona el cine de nuestro tiempo con la adicción a las franquicias, los superhéroes y los efectos especiales, y mucha mitomanía bien llevada, que además arranca con uno de los momentos más divertidos de la carrera de Cage en el blockbuster, el desenlace con el conejo de peluche de Con Air.
Es en ese primer acto donde brilla mejor la comedia de la película jugando con las situaciones cotidianas a la sombra del estrellato, por ejemplo en la cita con la psicóloga. Ese es el mejor tono de la película, al que renuncia sin embargo en otros momentos del metraje en los que le habría venido muy bien mantener esa capacidad de análisis cómico de la situación de las estrellas maduras en una industria donde vales tanto como el rendimiento de tu última película. Es un territorio argumental que casualmente ya había tratado la propia prima de Nicolas Cage, Sofia Coppola, en su película en Somewhere (2010), en clave diferente, eso sí, pero girando en torno a otra relación padre-estrella con hija adolescente, en aquel caso interpretados por Stephen Dorff y Elle Fanning. Pero a aquella película le faltaba el combustible de la cualidad como icono de la cultura popular que es Nicolas Cage, y que opera a lo largo y ancho de El insoportable peso de un talento descomunal.
El segundo acto vive y respira en torno al juego interpretativo de colaboración y complicidad desarrollados por Nicolas Cage y Pedro Pascal, ambos entregados, cada cual a su manera, a un ejercicio propio de autoparodia del tipo de personajes que les dieron la fama, porque no podemos olvidar que Cage no es el único integrante del reparto que está jugando con claves de recreación de su realidad personal en la ficción de la película. La propia actriz encargada de interpretar a su hija en la ficción, Lyly Mo Sheen, es hija de Kate Beckinsale y Michael Sheen, lo que claramente le da suficiente experiencia personal como hija de padres famosos para alimentar a su personaje.
Ese segundo acto abunda aún más en los guiños de mitomanía monotemáticamente orientada a Nicolas Cage y su carrera como estrella e icono de la cultura popular a través de diálogos, objetos significativos, incluso alusiones a las propias aficiones más friquis del actor -el momento en el que intenta comprar su propia imagen, por ejemplo-, pero también hay hueco en el mismo para hacer guiños a otras películas míticas ajenas al universo de Nicolas Cage, como por ejemplo la definición de la relación entre su personaje y el de Pedro Pascal a través de esa caída al vacío al agua, que claramente alude a Dos hombres y un destino (1969), el western dirigido por George Roy Hill con Paul Newman y Robert Redford dando vida a Butch Cassidy y Sundance Kid.
Es en la segunda mitad del segundo acto, cuando se deriva la película a la acción el momento en que deja de desenvolverse tan bien en su juego con la comedia, teniendo como punto más flojo la falta de desarrollo y resolución sólida de los agentes del gobierno estadounidense y el inesperado empeño por tomarse demasiado en serio la acción.
Miguel Juan Payán
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