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viernes, abril 19, 2024
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El libro de Eli ***

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El estreno reciente de La carretera, película con la que inicialmente podríamos pensar que El libro de Eli tiene muchos puntos de contacto, podría perjudicar a esta curiosa película. Sin embargo lo primero que hay que aclarar es que más allá de la mera anécdota argumental: futuro postapocalíptico, gente que intenta sobrevivir después de la catástrofe, ocaso de la civilización, involución hacia la barbarie, no hay mucho más que tengan en común ambas películas, y conviene apartarse rápidamente de las comparaciones siempre odiosas entre ambas.

Para empezar, La carretera era un canto funeral en torno al hombre moral que llora por su humanismo perdido en la vorágine del colapso de la civilización, en tanto que El libro de Eli es justamente lo contrario, una celebración en clave de góspel, la música espiritual o evangélica, que sigue los pasos de un profeta capaz de caminar durante 30 años protegiendo un libro sagrado, papel que, dicho sea de paso, se ajusta como un guante a Denzel Washington, quien se mueve como pez en el agua en este empeño de representar la última esperanza de la humanidad.

Entretenida en su primera parte, con un claro tono de western en el que también encontramos otros  juegos de hibridación de géneros interesantes, podríamos decir que El libro de Eli es una especie de puzzle en el que encontramos piezas de distintas fantasías postapocalípticas familiares para los aficionados a la ciencia ficción literaria y cinematográfica.

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Quienes deseen buscar propuestas similares y rastrear las claves de inspiración de esta película tienen amplia oferta donde elegir, aunque yo les propongo algunas que son particularmente evidentes. Podrían empezar con Nueva York año 2012, en la que Yul Brynner encarnaba a Carson, un mercenario que se gana la vida como luchador y es un clarísimo precedente del personaje encarnado por Mel Gibson en la saga de Mad Max (especialmente en la segunda y tercera entrega). Luego no estaría mal darse una vuelta por Kamikaze 1999 (El último combate), esencial película del género dirigida por Luc Besson en 1983, y para continuar el periplo podrían echar un vistazo a El planeta de los buitres, dirigida en 1989 por Richard Compton con Richard Harris como protagonista de una odisea en un mundo devastado y dominado por las bandas de saqueadores que en aquel momento se ambientaba en el año 1991. Una buena manera de terminar este recorrido por los ilustres precedentes de El libro de Eli sería visitar Apocalipsis nuclear, que en el original se tituló A Boy and His Dog, Un chico y su perro, con un Don Johnson juvenil previo a su eclosión como estrella televisiva en la serie Corrupción en Miami y dirigida en 1975 por uno de los perseguidores del Grupo salvaje de Sam Peckimpah, L.Q. Jones, basándose en una novela de Harlan Ellison de la que surgió también un excelente cómic de Richard Corben.

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Pero los referentes no quedan ahí, porque El libro de Eli, que como digo se comporta inicialmente como un western, presenta otras claves que en lo literario me recuerdan algunos elementos de novelas como Cena en el palacio de la discordia, de Tim Powers, bastante más exótica, eso sí, o la más clásica y por supuesto imprescindible para los aficionados al género, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury.

Y por si todo lo anterior fuera poco, en lo visual, en el planteamiento de encuadres, El libro de Eli se nutre gustosamente, e incluso diría yo que se relame, tomando elementos del spaghetti western de Sergio Leone, al que incluso rinde un homenaje a modo de guiño con la cancioncilla que silba uno de los personajes, obra del compositor Ennio Morricone para una de las películas del padre de la llamada “trilogía del dólar” (Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo).  Ese mismo personaje que silba la familiar tonada, interpretado por Ray Stevenson, matón guardaespaldas y factótum del villano encarnado por Gary Oldman, sale de escena de una manera muy Leone que además cierra una etapa particularmente spaghetti western dentro del relato, en la que, como ocurría habitualmente en este tipo de producciones y siguiendo la pauta iniciada en las mismas por la paliza que recibe el pistolero sin nombre encarnado por Clint Eastwood en Por un puñado de dólares, el propio Eli pasa por su momento sadomasoquista de paliza al héroe demolido. Es ésta una herencia de la novela negra que llegó al también llamado western mediterráneo a través de Yojimbo, protagonizada por Toshiro Mifune a las órdenes de Akira Kurosawa, que fue el origen y la inspiración para Leone a la hora de montar el argumento de Por un puñado de dólares y a su vez era una adaptación muy libre de la novela negra de Dashiell Hammett Cosecha roja. De manera que podríamos decir que el personaje interpretado en esta película por Denzel Washington tiene muchos padres, pero es un descendiente directo del Yojimbo de Mifune tanto como del pistolero sin nombre de Eastwood, y reúne en su persona muchas de las características del ronin errante propio de las historias del Japón feudal, aunque haya sustituido la tradicional katana de los samuráis por un machete de grandes proporciones y el Bushido por la Santa Biblia.

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No tengo nada que objetar a este rico puzzle de referencias ni me parece que la abundancia de las mismas sea necesariamente síntoma de falta de originalidad en esta película, que me ha parecido muy entretenida y a ratos interesante en sus planteamientos, por mucho que no descubra nada nuevo bajo el sol. Mis pegas contra la misma derivan de otras cuestiones.

Por ejemplo estoy bastante cansado de ver a Gary Oldman repitiendo el mismo registro de villano caricaturizado en su bajeza moral, que en esta ocasión me ha resultado además menos divertido que en El quinto elemento. Creo, como mi colega y sin embargo amigo Jesús Usero, que este actor gana mucho cuando se dedica a interpretar papeles positivos y cae en el exceso cada vez que le toca encarnar a un villano y los directores no aciertan o renuncian voluntariamente a controlar sus alardes en el ejercicio de lo rufianesco.

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Por otra parte, en el momento en que la película debería haber crecido para caminar hacia su desenlace, esto es, cuando entran en escena los dos abueletes de la casa convertida en fortaleza (por cierto, también aquí los directores, hermanos Hughes, han tirado de la referencia y nos reproducen amablemente el alarde destroyer desatado contra la casa en la que se refugiaba Cint Eastwood con Sondra Locke en el principio de su accidentado viaje en Ruta suicida), se encadena un rosario de resoluciones de los conflictos planteados particularmente abruptas, aceleradas, como si de repente se hubieran quedado sin tiempo, que rompe totalmente el ritmo en un final claramente de anticlímax cuya sorpresa sobre la verdadera condición del protagonista no logra, por meramente anecdótica, respaldar un desenlace pobre frente a los acontecimientos narrados anteriormente.

Con todo, es una fábula entretenida, visualmente envolvente y muy lograda, que consigue atraer cierto interés y sin duda hará las delicias de los aficionados a la ciencia ficción postapocalíptica, aunque en su desenlace nos deje un tanto insatisfechos.

Miguel Juan Payán

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