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jueves, marzo 28, 2024
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El llanero solitario ***

El llanero solitario. Dibujo animado en imagen real que certifica la mutación del cine en la era blockbuster.

Antes de nada una aclaración necesaria. Para quien esto escribe, la película está entre las dos estrellas y las tres estrellas. Por eso no me cansaré nunca de recomendar a quienes consultan estas críticas que no se queden sólo en mirar las estrellas y nos presten algo más de su tiempo leyendo los comentarios hasta el final. Y de paso que digo esto aclaro también que es el tipo de película perfecta para poner a prueba al crítico por varios motivos que explicaré a continuación. En primer lugar las películas más fáciles de comentar y calificar suelen ser las que están en 1 estrella y las que están entre 4 y 5 estrellas. Las peores y las mejores. El territorio comanche de la crítica cinematográfica, donde si te descuidas la flecha de un lector descontento se te puede clavar en la cabeza, lo constituyen las películas que navegan entre las 2 y las 3 estrellas. ¿El motivo? Estas películas son aquellas que incluyen momentos y elementos flojos o mal concebidos junto a momentos y elementos interesantes. Pero el desequilibrio entre los mismos propicia más el ejercicio de la opinión personal subjetiva que el más loable, digno y exigente ejercicio de la opinión objetiva. Miren ustedes: sobre gustos no hay nada escrito, y yo he visto a mucha gente riéndose viendo algunos momentos de El llanero solitario que a mí personalmente no me hacían ninguna gracia. Y es en ese momento cuando decido que el espectador que todo crítico lleva dentro debe dejar aparcado todo atisbo de subjetividad para aplicar la máxima objetividad en el análisis.

A título de ejemplo voy a tirar de hemeroteca y recordar aquí unos ejemplos que pueden aclarar mejor lo que estoy intentando explicar respecto a mi encuentro y opinión frente a El llanero solitario. Cuando Andrew Sarris, uno de los más prestigiosos críticos norteamericanos, defendió Psicosis en un artículo de la revista The Village Voice, recibió lo que él mismo denominó: “un aluvión envenenado de réplicas por parte de los lectores de Voice de aquella época”. Algo así como lo que hemos tenido que aguantar mi colega Jesús Usero y yo en Twitter y Facebook por defender El hombre de acero… Curiosamente Sarris libró unos cuantos pulsos de opiniones diametralmente opuestas con otra célebre – y siempre polémica- crítica de cine norteamericana, Pauline Kael, que en 1974 desató la polémica con un artículo publicado en la revista The New Yorker poniendo en duda que Orson Welles fuera el legítimo autor de Ciudadano Kane, se cubrió de gloria en las páginas de esa misma revista poniendo a caldo Ricas y famosas, la última y gran película de George Cukor, pretextando que las secuencias de sexo protagonizadas por el personaje de Jacqueline Bisset (en la mejor interpretación de toda su carrera) eran “el resultado de una mente masculina deformada”, la de Cukor, reconocido homosexual de Hollywood, y como suele decirse popularmente, se le calentó la boca calificando Eyes Wide Shut de Stanley Kubrick como “una verdadera mierda”. Tal y como señalaba otro crítico, Philip Lopate, en su artículo Para su reconsideración: sobre cambiar de opinión acerca de una película, publicado en el número de Mayo-Junio de 2009 en la revista norteamericana Film Comment (y rescatado junto con otros muchos interesantes textos en el interesante y muy recomendable libro La mirada americana. Cincuenta años de Film Comment): “Pauline Kael afirmaba que jamás regresaba a una película, ya que deseaba fiarse de su primera impresión, mientras que Andrew Sarris ha tomado un acercamiento crítico opuesto respecto a la revisión: sopesando y alterando su posicionamiento respecto a una película a lo largo de décadas”. Un servidor, como Lopate, prefiere el método Sarris al método Kael, sobre todo en lo referido a sopesar mi propio posicionamiento frente a una película.

Lo que me ocurre frente a El llanero solitario es que no me convence del todo. Pero adivino en ella algunos momentos de puro dibujo animado disparatado, de cartoon con personajes de carne y hueso, tanto en su apertura, en el tren, como en su cierre, en los trenes. Y de repente es como ver a Johnny Depp (Tonto) y Armie Hammer (el Llanero) convertidos en algo así como el Coyote y el Correcaminos de los dibujos animados de la Warner. Tren arriba, tren abajo, poniendo a prueba la credibilidad del espectador hasta el límite, estos personajes no protagonizan una adaptación seria y sólida de El llanero solitario, algo así como lo que ha venido a ser El hombre de acero respecto a Superman, sino una gigantesca, muy costosa y muy arriesgada broma sobre la mitificación de los personajes de héroes y superhéroes enmacarados en el cine. Y eso me llevó a darle otra vuelta a la película, a sopesar mi opinión sobre ella, hasta llegar a una especie de pacto entre el espectador y el crítico que llevo dentro, entre mi primera impresión subjetiva y mi más meditada impresión objetiva respecto a lo que he visto en la pantalla.

Así, tengo que aclarar que en general, esta versión de El llanero solitario me ha parecido floja. Más floja que Piratas del Caribe, construida por sus mismos artífices, que aquí han intentado replicar la misma fórmula de alternancia del humor con las aventuras trepidantes pero no consiguen los mismos resultados. Su tono me ha recordado más otra curiosa película del oeste plagada de disparates varios, Wild Wild West, o la adaptación de la serie Los Vengadores que protagonizaron Sean Connery y Uma Thurman, o Batman y Robin. Tal y como les ocurrió todas ellas, está dotada de la misma dosis de espectacularidad visual y ritmo frenético incuestionable reforzado con el trabajo de sus actores –en este caso con Johnny Depp ejerciendo como máquina que tira de todo el tren-, pero su abuso del tono paródico acaba por agotar y confundir al espectador, que no sabe a qué carta debe quedarse, esto es: si se trata de una broma hipertrofiada en su metraje, esto es, como un chiste largo, o si al mismo tiempo nos quieren contar una peripecia épica del lejano y salvaje oeste. La repetición del chiste del pájaro muerto al que Depp alimenta una y otra vez acaba por perder su gracia y es un buen ejemplo de cómo en algunos momentos el argumento parece andar en círculos sin dirigirse realmente a ninguna parte.

Pero al mismo tiempo recuerdo el momento en que el Llanero despierta de la inconsciencia en una construcción elevada por su compañero Tonto, una secuencia que sirve como ejemplo de todo lo anterior y manifiesta ese tono de gran despliegue visual épico para generar un chiste simple me ha hecho pensar que puede haber algo más detrás de todo lo que no me convence de esta película (como por ejemplo el error de casting de Armie Hammer como el Llanero, o la mala dirección que le mantiene haciendo el payaso durante todo el metraje en lugar de hacerle evolucionar desde lo paródico hacia lo heroico en una línea más cercana a lo que hicieron con el personaje de Orlando Bloom en Piratas del Caribe…). Si en la superficie la película se me antoja algo floja respecto a las expectativas creadas, rascando un poco, haciendo ese ejercicio de sopesar y cuestionar sin miedo mi primera impresión como proponía Lopate, he llegado a la conclusión de que El llanero solitario es un intento, quizá fallido en parte, pero no en todo, de dibujar una sátira del cine blockbuster y las saga de personajes del cómic que invaden la pantalla en estos tiempos. La imagen del niño enmascarado que entra en la feria y se encuentra cara a cara con uno de sus mitos, descubriendo la parte de farsa y de gran guiñol que habita en todos los mitos a través de la representación a ratos chaplinesca de Johnny Depp como Tonto, o el caballo blanco, Plata, que puede subirse a los árboles, o los roedores de la pradera, auténticas criaturas de dibujo animado gamberro al estilo Warner Bros., me hacen pensar que hay dos películas habitando en El llanero solitario. Una que no me interesa absolutamente nada, que es la protagonizada por Armie Hammer, y otra que me interesa mucho más, la protagonizada por Johnny Depp, con ese dibujo paródico de los mitos y los héroes, que si bien repite chistes como el del pájaro y está inevitablemente lastrada por los fragmentos heroicoparódicos protagonizados junto al Llanero, tiene la cualidad de ser una especie de apunte ligero en tono de cartoon sobre la muerte del cine clásico, a cuyo entierro llevamos asistiendo desde que naciera el sobreexplotado y frenético cine de blockbuster, tal y como ya anunció el padre del espagueti western, Sergio Leone, a mediados de los años ochenta cuando preparaba una de sus dos obras maestras, Érase una vez en América (la otra, si me permiten la opinión, es Hasta que llegó su hora): “Yo pertenezco a una generación que se caracteriza por el amor al cine de verdad, pero, sinceramente, sé que por desgracia el cine está a punto de cambiar de forma radical y para siempre”.

El cine se aproxima a completar esa mutación de la que ya nos avisara Sergio Leone, y El llanero solitario, con sus fragmentos de autoparodia a ritmo de cartoon que además explotan las características más obvias, físicas y superficiales de esa mitificación de la realidad esencial en un género clásico de Hollywood, el western, son un buen aviso de lo que nos espera.

Miguel Juan Payán

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