Crítica de la película El practicante
El realizador Carles Torras nos introduce en la turbia mente de Ángel, interpretado por un Mario Casas con aroma a premios.
Se le veía ilusionado con este papel desde hacía meses y no era para menos. Con El practicante, Mario Casas vuelve a acallar las voces más críticas con su carrera y demuestra que es uno de los actores más versátiles de nuestro cine. De los pocos que se comprometen con un papel a cualquier precio. Si en El fotógrafo de Mauthausen se esforzó por ofrecer una imagen demacrada de Francesc Boix, ahora se mete en el cuerpo y la perturbada mente de Ángel, en el que quizás sea el papel más extremo y oscuro de su filmografía.
El sujeto trepa y posesivo al que interpreta Casas trabaja como técnico en emergencias sanitarias a bordo de una ambulancia. Tras sufrir un grave accidente que lo deja en silla de ruedas, su vida y su relación con Vane (Déborah François) se desmoronan, lo que le hace obsesionarse con la idea de que ella le es infiel. A través de este personaje, Torras aborda las consecuencias del machismo y de las relaciones tóxicas, haciendo especial hincapié en la necesidad de control y la capacidad para la manipulación emocional que tienen estos psicópatas. Estas características ya las pudimos ver en el protagonista de Mientras duermes (a la que debe mucho El practicante) o en el de la reciente Hogar. Si al film de los hermanos Pastor se le criticó la falta de originalidad y de verosimilitud de ciertas situaciones, Torras apuesta más por construir un perfil psicológico a fuego lento que por retorcer los mecanismos del thriller para poner los nervios de punta al espectador, lo que hará que algunos se bajen del barco antes de tiempo. Esa atención absoluta en el protagonista hace que el resto de personajes apenas tengan espacio en la historia: algunas relaciones son demasiado forzadas, especialmente todo lo que atañe a Vane y a Ricardo (Guillermo Pfening); y ciertos elementos que nacen con vocación de subtrama, como el robo y el trapicheo de Ángel, se terminan desvelando como débiles plantings que sirven a la resolución argumental. Es cierto que el final es más satisfactorio que el de Hogar, más políticamente correcto, digamos. Aunque como ocurre con el resto de la propuesta, también es más inconsistente si tenemos en cuenta el comportamiento de cierto personaje en la película.
La dirección de Carles Torras, la selección musical y la banda sonora, que por momentos recuerda a la de Joker, otorgan a la película una atmósfera perturbadora, pero si por algo será recordada es por la actuación de su protagonista. Su forma de moverse, de hablar y de relacionarse con su entorno merecían un argumento a la altura, un viaje que realmente nos llevara a las entrañas del mal y no a otra historia convencional sobre un psicópata secuestrador obsesionado con su pareja. De haber aprovechado mejor su localización para generar tensión y pulido más los personajes estaríamos hablando de una digna heredera de la película de Jaume Balagueró.
Alejandro Gómez
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