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lunes, diciembre 9, 2024
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El rey del todo el mundo ★★★★

El rey del todo el mundo ★★★★

Crítica de la película El rey del todo el mundo

Saura nos invita a explorar límites del cine y nuestros hábitos perceptuales. .

         Confieso de partida que me ha costado procesar la última obra de mi admirado Carlos Saura, porque a la última propuesta de Saura hay que acercarse, hay que ir, liberados de los prejuicios generados en nuestra percepción como espectadores desde el cómodo sillón de los hábitos asumidos y suministrados por lo que los teóricos del lenguaje cinematográfico calificaron en su momento como el Modelo de Representación Institucional. Hay que ir  convencidos de experimentar precisamente con todo aquello que constituye la materia prima que nos hace disfrutar cuando vamos al cine al mismo tiempo que nos situamos en un juego de tratamiento de la narración y el espacio narrativo que rompe con muchas claves que suelen marcar el lenguaje del cine en sus formas más convencionales.

         Reflexionar sobre el lenguaje del cine y la música en una película difícil de clasificar e incluso esquiva a la valoración más convencional es lo que nos propone un Saura pletórico en su propia exploración de las fronteras del audiovisual. Eso le lleva a marcar el camino a otros creadores y al propio público en la redefinición de un medio que necesita este tipo de películas para reinventarse, desafiar los códigos, progresar y descubrir lenguaje, y en definitiva seguir siendo un reto.

El rey del todo el mundo ★★★★

         Saura tiene un aliado de lujo para jugar con las mismas desde una película donde podemos encontrar ciertamente huellas autorreferenciales del cine musical que ha cultivado a lo largo de toda su carrera. Vittorio Storaro poner la fotografía en este trabajo de exploración que juega con las fronteras narrativas del cine tanto como con las visuales, paseándose y paseándonos por el campo y el fuera de campo como estrategia para ganarse la complicidad del espectador.

         El riesgo, la clave, es precisamente esa: ganarse la complicidad del espectador. Y es posible que una parte del público menos aficionado a arriesgarse firmando contratos de atención distintos a los que está acostumbrado a firmar cuando va a el cine, recele, se resista, entre mal en la película de principio, escamado ante el empeño de Saura de centrar su propuesta en la propia interpretación artística sin hacer concesiones a la galería, viajando con su cámara entre las fronteras del campo para ampliar la mirada más allá de las reglas asumidas en un tipo de relato más clásico.

         El nuevo juego con el género musical de Saura altera más que nunca en su filmografía el discurso y al hacerlo en realidad multiplica el poder de mirar del espectador, invitándonos a mirar más allá de la zona de confort de las reglas y convenciones del relato cinematográfico, poniéndonos frente a un mosaico narrativo que puede resultarnos inesperado, pero donde hay mucha más conexión y coherencia de la que podemos percibir a primera vista. ¿Hay así que volver a aprender a mirar? No. En absoluto.  Simplemente hay que dejarse llevar por la película, que en ningún momento intenta arrastrarnos por la fuerza, sino deslizándonos con al fluidez y elegancia de los números musicales que sirven como motor principal de este interesante trabajo.

         Recuperamos así un Saura siempre dispuesto a jugar con las posibilidades del lenguaje, que solo necesita un espectador dispuesto a seguir ese juego, exponerse y disfrutar de las desbordantes propuestas visuales que brotan y brillan en los momentos musicales y del ejercicio de abstracción que plantea la trama del autor y su musa entrando y saliendo de lo real y la ficción en una danza sentimental sin música cuyo epicentro es ese coche siniestrado convertido en metáfora de una relación del pasado que no está del todo muerta. Hay que asumir incluso la puntual pérdida de ritmo o poder evocador de los fragmentos narrativos en la trama que gira en torno al personaje de la bailarina y el conflicto con su padre, que también forman parte del juego, aunque reconozco que son los momentos que me sacan más de la película.

         La pregunta es: ¿Encontrará ese nuevo juego de Saura con el lenguaje un nuevo tipo de espectador tan dispuesto a correr los mismos riesgos del director para disfrutar todo lo bueno que hay en los mejores momentos de El rey de todo el mundo?

         Si os gusta el cine, os invito a hacer la prueba y dejar los prejuicios de nuestros hábitos perceptuales en el guardarropa de la sala pera zambullirnos en el último trabajo de unos maestros, Saura y Storaro, que afortunadamente siguen apostando por arriesgarse.

                                              Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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