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sábado, mayo 4, 2024
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El sicario de Dios ★★★

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Crítica de la película El sicario de Dios

La hibridacion de géneros y elementos procedentes de distintas fuentes preside esta propuesta de cine de evasión pura y dura que llega a la cartelera con el atractivo de recuperar a los vampiros como las alimañas molestafamilias que siempre han sido. Hay que ir a verla con la caja de palomitas adosada y con muchas ganas de festejar las piruetas visuales que se nos ofrecen. En sus tres cuartas partes es entretenida y funciona bien como relato de aventuras en el que se cruzan el western, la ciencia ficción, el terror y una influencia clarísima en lo visual y en la planificación de las escenas de acción del manga coreano.

Adiós a los romeos colmilludos. Adiós a los iconos románticos con adicción por morder la yugular ajena. Adiós los chupasangres torturados y con alma, sumidos en la angustia de enamorarse del ganado que les sirve como alimento. Hola a las alimañas noctámbulas que no aguantan el sol ni con una crema de protección de más de 100, viven en cuevas malolientes y además son tan feos como un pecado. Hola a los vampiros de la especie más letal y peligrosa, los que matan para comer, los que llevan años librando una guerra con los humanos, los que se agrupan como insectos en una colmena y son todo dientes y garras.

Solo por ese portazo a la imagen descafeinada de los vampiros como héroes románticos que nos ha venido proporcionando el cine en los últimos tiempos ya me hace gracia El sicario de Dios. Pero es que además creo que al menos en su primer y segundo acto se maneja muy bien con ese juego de hibridación de varios géneros en el que se mete de cabeza y con ganas dispuesta a sacarle el jugo a un argumento que claramente nos remite a un clásico del western, Centauros del desierto: veterano de una guerra ya terminada es abandonado como juguete roto cuando llega la paz pero encuentra la ocasión de reciclar sus cualidades más belicosas iniciando una cruzada para rescatar a su sobrina, en la película de Ford, de los indios, y en ésta otra de los vampiros, que son como indios pero con dientes afilados… Se repite claramente la idea del vínculo sentimental con la esposa del hermano. Se repite la asociación con un joven novato que añade el tema del camino de iniciación al resto del argumento de cruzada y rescate propiamente dicho. No hay caballos, pero hay motos. No hay indios, pero hay vampiros. Sí hay reservas, y desiertos, y sheriff y vendedores de pócimas milagrosas (el papel interpretado por Brad Dourif está algo desaprovechado, pero es todo un guiño a esos personajes secundarios que dan color a las grandes historias del western), y un asalto al tren… Incluso uno de los acólitos sirvientes de los vampiros encerrados en la reserva suelta el típico discurso en la línea de Gerónimo,  quejándose de lo que los blancos (traducido aquí: los humanos) han hecho con los indios (es decir, los vampiros), que eran guerreros orgullosos y han sido exterminados u obligados a domesticarse y vivir miserablemente en reductos infectos…

De manera que la primera pieza está clara: esto es un western, variante futurista, pero sobre todo western al fin y al cabo.

La segunda pieza ya no está tan bien manejada como la primera, esto es: resulta menos sólida en su desarrollo en pantalla, porque básicamente es algo epidérmico, el envoltorio exterior, el papel de celofán de la historia. Se desarrolla en las ciudades, donde nos encontramos con un planteamiento visual que podría parecernos remite a la influencia de Blade Runner en películas como Criatura perfecta, Daybreakers, Equilibrium o incluso Dark City… Es un boceto apresurado de ese mundo futuro, sumido en las tinieblas éticas impuestas por una dictadura de la religión que suena algo falsa y dibuja más como boceto apresurado, más endeble incluso que esa otra dictadura futurista de la religión mostrada en Babylon A.D., y por todo ello, meno temible o inquietante que aquella.

En este futuro que se desarrolla como una aberración altamente improbable y renuncia a todo intento de hacer una prospectiva sólida y creíble de cómo pueden influir los credos y las religiones organizadas en el futuro, habría hecho falta mayor rigor y profundización, menos apresuramiento a la hora de pensar esa sociedad distópica de la que sólo se nos dice que la Iglesia se ha convertido en el poder absoluto, se nos insiste en el mensaje orwelliano que afirma que “ir en contra de la Iglesia es ir en contra de Dios” y se desperdicia a un actor como Christopher Plummer en un papel que es poco más que una caricatura apresurada del tradicional villano manipulador y despótico. Ese apresuramiento en el tratamiento de lo que podríamos denominar la parte urbana de la fábula acaba convirtiéndose en un lastre que perjudica a la parte de western, aunque incluye un plano muy curioso, el de los confesionarios puestos en fila,  y un fragmento, el de la confesión electrónica propiamente dicha, que con poco metraje acierta a decir muchas cosas sobre la situación en que vive el personaje y su relación con la Iglesia, así como sobre el tipo de sociedad en la que nos encontramos. Casi redime la parquedad en esa parte de la historia, y me hizo pensar en lo interesante y astuto que habría sido incorporar en la parte urbanita del relato elementos de la parte de la novela de Phillip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? que sirvió como base a Blade Runner. Me refiero a todo lo referido a la religión del mercerismo, la “caja de empatía” que opera electrónicamente y permite a los usuarios revivir el martirio y el ascenso de William Mercer, en un ciclo de vida, muerte y renacimiento que recuerda a la figura de Cristo. En Blade Runner se eliminó esa parte de la novela de Dick, pero aquí habría sido una buena oportunidad de darle algo más de fuerza a la representación de un régimen dictatorial de carácter religioso que tal como está queda casi como un espectáculo de guiñol tocado además por un peregrino y algo infantiloide anticlericalismo de libro, al parecer “políticamente correcto”.

El tercer elemento que aparece en este entretenido híbrido es el terror, aportado sobre todo de manera muy convencional por esa entretenida recuperación de los personajes de vampiro en clave de alimaña asesina y con todo el espíritu de la serie B fantástica de toda la vida,  la más festiva, con entradas en cuevas, peleas en galerías oscuras, aparición de bestezuelas varias, amputaciones de todas las formas y colores y efusiones sangrientas autorizadas para menores de 13 acompañados, esto es, en plan de aventuras fantásticas, más que de gore del duro, y sin echar tripas contra la cámara. Muy funcional, esta recuperación de las criaturas de la noche, que diría el Conde Drácula, es mero pretexto para aportar una amenaza monstruosa a la trama, y cumple con eficacia su función de adorno terrorífico para el relato.

Por  último el puzzle se completa con toda la influencia de la fuente de origen de la película, un manga coreano, la novela gráfica Priest, de Min-Woo Hyung, que además de servir como base argumental y de personajes para El sicario de Dios aporta ese giro hacia el spaguetti western que viene marcado por el personaje del vampiro humano (incluso su forma de vestir es propia de la variante de eurowestern practicada en corea en películas como El bueno, el malo y el raro, de Kim Jee-Woon), y nos lleva hasta un desenlace de enfrentamiento y combate con asalto al tren a base de coreografía con cables que recuerda también el anime y cierra la película con una espectacular escena de acción que inevitablemente trae a la memoria la resolución de Mad Max 2: el guerrero de la carretera. Aquí ya la manera de resolver visualmente el enfrentamiento es más floja, por demasiado prolongada en el tiempo y poco original en su propuesta visual, así como por su tendencia a acumular momentos de acción poco creíbles más propios de las exageraciones de un dibujo animado asiático que de una película en imagen real.

Esa resolución final estropea en parte el conjunto de la película, que cae así en lo más previsible.

A pesar de ello, creo que El sicario de Dios tiene elementos sobrados para ser una competente y entretenida película de palomitas.

Miguel Juan Payán

Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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