Las actuaciones de Helen Mirren y Donald Sutherland son lo más destacable de esta road movie, con la que el italiano Paolo Virzi debuta en el mercado anglosajón.
Tener a dos actores de la talla de Helen Mirren y Donald Sutherland, encerrados en una caravana durante cerca de dos horas, suele ser suficiente aliciente para que surjan destellos de genialidad; y eso es lo que sucede con esta comedia existencial, que firma el responsable de El capital humano.
Sin un guion especialmente brillante, basado en la novela The Leisure Seeker de Michael Zadoorian, el cineasta transalpino otorga el total interés de la trama al trabajo conjunto de la pareja formada por Mirren y Sutherland, quienes agradecen el encargo con unas caracterizaciones plenas de intensidad y cercanía: verosímiles y comprensibles ante los obstáculos a los que les enfrenta el argumento.
La historia comienza cuando un matrimonio de ancianos decide embarcarse en un viaje por carretera, con destino a la casa donde se suicidó Ernest Hemingway (meta situada en Key West). La aventura ha sido planeada por la mujer (Ella Spencer), simplemente para dar gusto a su marido John: un antiguo profesor de literatura que padece Alzheimer. Pero el trayecto no va a ser sencillo, ya que a la dama se le ha diagnosticado un cáncer terminal de colon.
Con la muerte como invisible compañera, Ella y John se esfuerzan por alcanzar su objetivo, pese a sus respectivas enfermedades y a la firme oposición de sus hijos; mientras en el camino salen a relucir algunos asuntos que han permanecido demasiado tiempo en secreto, y que dan una nueva perspectiva a la convivencia de ambos.
Helen Mirren, con su habitual energía, da a Ella una apariencia y un comportamiento realmente memorables, sin caer en ningún momento en la autocomplacencia o el exceso de dramatismo. La actriz británica muestra su envidiable buen hacer con los acentos, para meterse en la piel de una señora nacida en la nación de las barras y estrellas. Aunque lo más resaltable sea su naturaleza para cambiar, en cuestión de segundos, la gradación emocional de su personaje.
Por su parte, Donald Sutherland (¿para cuándo el merecido Oscar que lleva demasiados lustros mereciendo?) construye el contrapunto adecuado, con su contenida y despistada encarnación del olvidadizo John Spencer. El padre de Kiefer configura un rol a base de recuerdos quebradizos, a los que Donald se agarra mediante su mirada compleja y evolutiva.
Sin duda, ver a Mirren y a Sutherland juntos por cerca de dos horas es suficiente imán para atraer a los aficionados a las salas de cine, pero se echa en falta que el vehículo narrativo no acompañe al perfeccionismo escénico que ofrecen la inglesa y el canadiense.
Paolo Virzi se contenta con una puesta en escena demasiado convencional, y el argumento tampoco arriesga lo más mínimo, en cuanto a profundizar en la relación mantenida a lo largo de las décadas por Ella y John. Aparte, tampoco tiene suficiente calado el plantel de los secundarios, los cuales quedan absolutamente neutralizados por la grandeza vivencial que despliegan los protagonistas del filme.
Jesús Martín
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