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viernes, enero 24, 2025
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Enterrado (Buried) ****

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Rodrigo Cortés estrena Enterrado, película con la que ante todo rinde homenaje al espectador como entidad imprescindible y necesaria para completar ese espectáculo o herramienta de ocio que llamamos cine. Y eso es lo mejor de la película: que sitúa al espectador como epicentro de su esquema, al estilo de Alfred Hitchcock, teniendo muy claro desde el primer momento que quiere proporcionarnos una experiencia de primera mano de lo que le ocurre al personaje principal del relato. No permite por ello que nos mantengamos ausentes o pasivos frente a lo que ocurre en la pantalla, sino que, muy al contrario, nos hace participar en ello en la película más inquietante que se ha estrenado en el presente año por distintos motivos que explico a continuación.

Más allá de los indudables logros técnicos y narrativos –Enterrado es en sí misma toda una escuela de cine en miniatura, un estudio agudo sobre las posibilidades del montaje y las necesidades de planificación en circunstancias límite, un trabajo ejemplar sobre cómo contar una historia haciendo participar al público, una tesis sobre los ángulos de cámara y su significado y sobre cómo sacar el máximo partido al fundido a negro, y un auténtico solo interpretativo magistral por parte de su protagonista, Ryan Reynolds-, lo realmente importante de esta película es que nos devuelve la verdadera tensión e intriga al cine en con una intensidad que provocan una reacción puramente visceral durante su visionado.

Y, como digo, devuelven el verdadero protagonismo en lo que se refiere al cine como espectáculo social y colectivo al espectador. Y cada vez que una película consigue eso –como Rec, por citar un ejemplo más o menos reciente- consigue meterse el público y la taquilla en el bolsillo. Espero que Enterrado también lo consiga, porque sus logros cinematográficos y el talento invertido en su propuesta así lo merecen. Pero sobre todo le agradezco que sea una de esas películas que la hora de contar su historia ha tenido en cuenta desde el primer momento a los espectadores, y mejor aún, sin que ello signifique ofender la inteligencia de los mismos viajando por el camino más fácil. Todo lo contrario: su magia como cine radica en que nos da lo que queremos, pero no lo que esperamos, o cómo lo esperamos. Subvierte las normas de la narración más convencional, esquiva los tópicos, se fuerza a buscar el más difícil todavía como necesidad de calidad y no como simple reto  caprichoso.

Dicho de otro modo: pensar en el espectador sí, pero teniendo en cuenta que el espectador no es un borrego y no vale con darle más de lo mismo de siempre. Hay que ponérselo difícil. Hay que sorprenderle con una formulación de la historia que juega contracorriente para atender a las propias necesidades de coherencia con lo que se está contando.

Y no se confundan. No es una película compleja. Los suspenses de Hitchcock nunca lo fueron. La sencillez es total. La fábula es tan desnuda como la caja de madera en la que está metido el protagonista. Sin falsos barnices para dulcificar el relato. Me produjo la sensación de que podía pasar la mano por la madera y clavarme una astilla en cualquier momento. De que si abría la boca acabaría tosiendo con el polvo que flota allí dentro. De que iba a quedarme sin luz.

Y cuando creía que no podía pasar nada peor… me equivocaba. En Enterrado la situación siempre puede empeorar.

Otro logro destacado es su pulso, su astucia para mantener un rimo y una tensión creciente y saltar de una fase a otra del relato proporcionándonos siempre algo más, algo distinto, algo inesperado.

Otra clave esencial, sin duda la más importante, son las conversaciones, esas voces que llegan desde el exterior conformando la verdadera columna vertebral del relato y convirtiéndose en una especie de revelación para hacer reflexionar al espectador.

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Detrás de sus alardes y de su habilidad, lo esencial de Enterrado es que encontramos un relato sobre un tipo con el que cualquiera de nosotros podemos identificarnos. Sus motivos para estar en Irak podrían ser los nuestros, y su manera de exponerlos y explicarlos a su mujer también. Y su miedo. Sus lágrimas. La conversación con su madre, con su esposa, con la otra gente que está fuera… cada una de esas palabras son como un pequeño cuchillo que se nos clava en alguna parte y nos hacen caer en redondo dentro de la trama. Descubrimos de improviso que podríamos ser él. Y cuando a medida que se va desarrollando la película nos damos cuenta de ello, llegamos a un punto en el que llega la revelación total del absurdo mundo en que vivimos, en la última charla con el encargado de personal de su empresa, que aclara definitivamente la verdadera naturaleza de esa película: narrativamente y argumentalmente puede ser hija de Hitchcock, pero su alma es de Kafka.

Al salir del cine quedas profundamente tocado con ese momento de charla con el sicario de la empresa en el que se caen todas las caretas y la humanidad y la solidaridad desaparecen como si nuestras vidas como curritos fueran un retrete y alguien hubiera tirado de la cadena.

Al salir del cine y respirar el aire puro mientras recordamos esa escena es difícil no replantearse cómo está uno viviendo su vida, cómo está invirtiendo el tiempo que nos han dado en este mundo, en quién depositamos nuestra confianza, cuánto tiempo estamos dedicando a nuestra mujer y a nuestros hijos, o a nuestra novieta y a nuestros amigos. Cuánto tiempo les estamos quitando por otras cosas que en realidad no son tan importantes.

Ver Enterrado da ganas de echarle un vistazo más cuidadoso a nuestras vidas porque con su talento Rodrigo Cortés ha conseguido que todos seamos Paul Conroy.

Miguel Juan Payán

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