Crítica de la película Estafadoras de Wall Street
Entretenida banalización de la estafa vendida como comedia picaresca.
Aunque ha saltado la campaña para vender el trabajo de Jennifer López como posible candidato al Oscar, lo cierto es que esta película es simplemente una entretenida fábula sobre la moderna picaresca erótico-festiva de las grandes urbes y vende un tema y un estilo no muy original que en todo caso puede convertirla en complemento menor para programa doble con la superior El lobo de Wall Street. Afeada con algunos momentos telefílmicos que le impiden volar más alto, como por ejemplo la tópica reunión final-familiar navideña, con regalitos y todo, de las “estafadoras-amigas”, cuyo oficio es drogar a sus clientes para vaciarles los bolsillos enredándolos con la promesa de favores sexuales -espero haber sido lo suficientemente políticamente correcto como para no despertar las iras de la policía del pensamiento-, la película acaba por debajo del nivel que podría haber alcanzado.
No dudo que este es, sin duda, el mejor papel de Jennifer López en toda su carrera. Que por ello merezca una nominación al Oscar ya no lo voy a comprar. Pero en todo caso no le hace ningún favor ese tonillo telefílmico que va pillando la cosa conforme avanza hacia su desenlace.
Tampoco es que la anécdota argumental se permita salir de lo previsible, y tirando a blanco, abordando un mundo y un tema en el que debería habernos metido en un laberinto de situaciones imprevisibles y más bien tirando a oscuro.
Su recatado -a pesar de la irrupción exhibicionista con la que se presenta el personaje de López para mayor promoción de su asegurado físico- abordaje del ambiente y los personajes que nos propone su argumento es el peor enemigo para que la película consiga ser más sólida e interesante. Para que se hagan una mejor idea de lo que quiero decir, es como si hubieran querido cruzar El luchador (Darren Aronofsky, 2008) con Streptease (Andrew Bergman, 1996), aquel divertido horror de película protagonizado por Demi Moore, o Showgirls (1995), el igualmente entretenido pero igualmente prescindible musical-disparate dirigido por Paul Verhoeven a golpe de neones. Y si al principio nos parece estar entrando en un sórdido viaje como el de El luchador, la película acaba acercándose al tono de postureo de Streptease y Showgirls y lo prometido va quedando en comedita televisiva mientras los responsables creativos del asunto empiezan a mostrar síntomas de haberse dado un empacho de las series Sexo en Nueva York y Mujeres desesperadas sin acabar de digerir qué factores eran realmente determinantes en el buen funcionamiento de esas propuestas.
En esa batalla, las actrices, sus protagonistas, acaban siendo el mejor aliado para que no se precipite todo a la calificación de dos estrellas. Jennifer López, alma de la fiesta, se ha volcado en su personaje como no le habíamos visto antes, pero sigue teniendo que lidiar con una situaciones que ponen en entredicho la solidez del mismo en el tercer acto de la historia, con tanto abrazo a la abuelita de su amiguita, tanta sonrisa, tanta “familia” postiza y ese giro de catadura de los personajes que no acaba de ser suficiente para darle interés al desenlace, y tampoco es demasiado original porque no está sino reciclando la propuesta de un clásico como es Eva al desnudo (1950, Joseph L. Mankiewicz), con bastante menos arte.
Entretenida y tramposilla. Sin más.
Miguel Juan Payán
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