Crítica de la película Free Guy
Entretenida comedia romántica camuflada de parodia de los videojuegos y el blockbuster.
Competente entretenimiento veraniego para todos los públicos, aunque bajo su piel más superficial de parodia del mundo de los videojuegos y el cine blockbuster encierra una comedia romántica simplona y tontorrona. El director de Noche en el museo es fiel a sí mismo. Y Ryan Reynolds es igualmente fiel a sí mismo (aunque resulte algo repetitivo de rutinas que ya le conocemos de otros largometrajes). De la reunión de los dos sale una comedia blanca para toda la familia en la cual todo el mundo hace lo que se espera de él sirviendo a una fábula que tiene su puntito de tono ochentero.
Tal como he dicho en su verdadera naturaleza es una comedia romántica. Una comedia romántica muy hípster en todo, para ser más claro. Hasta en los chistes. Chiste por chiste y cameo por cameo. El mundo del videojuego, y sus rutinas, características, fauna, etcétera, son el anzuelo para enganchar a los espectadores a una fábula que a ratos simula beber de la inspiración de El show de Truman (obvio el guiño del mar como frontera y sobre todo los primeros 40 minutos de película), pero tira argumentalmente de la fórmula Matrix cuando le conviene (con habilidad para servir a sus fines, todo hay que decirlo) y meter un despliegue de secuencias de acción espectaculares. Se pasea además por las bromas al cine de superhéroes, el cine de acción modo blockbuster y hasta el guiño a Bizarro, el alter-ego de Superman, cuando le parece oportuno. Y todo ello, en su conjunto, la convierte en un pasarratos muy entretenido, de modo que no tiene mucho objeto ponerle pegas porque consigue aquello que se proponía, aunque algunos pensemos que con ese material podría haberse propuesto ser un poco menos hípster y bien pensante y algo más vitriólica y cañera.
Sobre todo hay que valorar esta propuesta como una película que tiene muy claro sus objetivos, a pesar de su supuesto intento de reflexión sobre la existencia que más que fallido es una cortina de humo bastante autoconsciente de sus limitaciones. El monólogo del compañero-guardia del protagonista sobre lo que realmente importa dejará pasmados a los que crean que Filosofía es el nombre de una concursante del concurso televisivo de moda, pero como reflexión sobre la existencia se queda en la típica sopa ligerita y digestiva que suele despacharnos el cine de nuestros días cuando quiere ponerse intenso.
Detalle significativo que parece empeñado en respaldar ese aire hípster-revolucionario de pocas calorías: en su banda sonora incluye el tema Wrecking Ball, de Miley Cyrus, que creyó e hizo creer a muchos que había inventado la penicilina balanceándose como Lady Godiva en una bola de demolición y lo mismo ni sabía que eso ya se le había ocurrido en 1980, con más mala leche, más elegancia y más caña en la letra y sus motivos, a Grace Slick, ex cantante de Jefferson Starship, en su propio tema Wrecking Ball. Cosas del mundo hípster: creen estar inventando todo aquello que ya estaba inventado (el patinete es buena muestra de ello). En el caso de Free Guy, desde su irrefutable eficacia como entretenimiento y su muy digna de aplauso coherencia con su propia naturaleza de producto de evasión, sabe que no inventa nada nuevo y consecuentemente no aspira a añadir nada a, por poner un ejemplo, Ready Player One.
Lo que quiere ser Free Guy es una comedia blanca. Y lo es con solvencia. La acción, los ordenadores, los videojuegos, los gamers fichados como estrellas invitadas a modo de cameo, etcétera, se cruzan con su naturaleza finalmente dominante de comedia romántica disfrazada.
Ocurre que esa historia de chico y chica intentando conocerse está narrada a base de especular superficialmente con cierta crítica a la violencia de los videojuegos, la mutilación emocional de quienes se entregan a los mundos de ficción inventándose avatares, algún que otro palo de buen rollo a los llamados NiNis, mucha broma friqui y una pincelada crítica para quitarle hierro al asunto sobre comentarios castrantes respecto a qué chises se pueden y no se pueden contar para no traspasar el pellejo cada vez más fino del personal propenso a hiperventilar y montar una cruzada por cualquier cosa cada cinco minutos (opinión: el humor es libre o no es humor, es una estafa).
Y así esta comedia hípster sobre el amor, tan superficial, pero al mismo tiempo tan ingenua a la hora de intentar abordar asuntos más serios sin hacer sangre, sin ser realmente agresiva, gana algunos puntos sin dejar de ser totalmente coherente con su protagonista, el Free Guy del título. Es baja en calorías, o lo que es lo mismo: baja en gamberrismo, baja en mala leche a la hora de atizar el latigazo de su humor a los temas que aborda, y por tanto fácilmente consumible por todo tipo de público que quiera pasar el rato en el cine, en definitiva, un entretenimiento veraniego inofensivo.
Miguel Juan Payán
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