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miércoles, mayo 1, 2024
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Hannibal: La bella y las dos bestias de Ridley Scott

Esta semana he leído en la revista británica Empire unas declaraciones de Ridley Scott en las que viene a lamentar haberse equivocado al elegir dirigir Alien Covenant en lugar de Blade Runner 2049, de la que afirma que es la mejor película de las dos.

Y ese dilema de elección entre secuelas en su carrera, significativo ahora que prepara Gladiator 2, me ha llevado a repasar mi reciente visionado de otra secuela en la carrera del director, Hannibal (2001), para una vídeo crítica a la carta que tenéis disponible en esta misma web de AccionCine.

Pienso que Hannibal Ridley Scott sitúa a los espectadores, como a la propia protagonista, entre dos bestias.

La primera de esas bestias, la Bestia con mayúscula, es la más interesante y perturbadora y materializa la excepcionalidad del incuestionable talento del director para dibujar audiovisualmente los rincones más oscuros del alma humana. Tal y como ocurre con el propio Hannibal interpretado por Anthony Hopkins, es la Bestia más turbia, reveladora y seductora.

La segunda bestia, con minúscula, es la pedantería casi exhibicionista que se filtra a veces en alguna de sus películas como una fétida huella de inseguridad creativa en forma de innecesario subrayado, obviedades que están claramente por debajo de su talento y evidente solapamiento de conceptos. Esa otra bestia está representada en esta película por algunos diálogos tan alambicados como algunos momentos de desarrollo de la propia trama, en el alarde de obviedad que preside la secuencia de la representación operística del infierno de Dante, con demonio alado incluido, y sobre todo en el apenas desarrollado, esquemático y desperdiciado personaje de Mason Verger, la víctima que sobrevivió, interpretado por Gary Oldman. Es significativo y casi digno de estudio que Scott repita el mismo tratamiento erróneo años después con el personaje enmascarado interpretado por Edward Norton en la fallida El reino de los cielos (2005).

Basta comparar este personaje con Búfalo Bill en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) para entender que estamos ante una redundancia de esquemas de la primera película en la segunda, aunque Búfalo Bill aporta mucho más a El silencio de los corderos desde su interesante equidistancia de respaldo con Hannibal definiéndose más plenamente a sí mismo en todo lo que le diferencia del doctor Lecter que Mason Verger, convertido en esta secuela en mera calcomanía del personaje de Anthony Hopkins.

Mason es obviamente la materialización de esa bestia de la pedantería que intenta competir patéticamente con los mejores rasgos de los retratos de la oscuridad recreados en los mejores momentos del doctor Lecter en esta película, pero no lo consigue. Lo más frustrante es que propio Hannibal cae en algún que otro charco de pedantería salpicándose los pantalones con el barro de lo obvio o lo excesivamente arquetípico, olvidando la naturaleza imprevisible del personaje. Es en algunos momentos el Hannibal que repite lo ya contado y sabido del personaje en El silencio de los corderos cuando debería ser un Hannibal capaz de sorprendernos y menos familiar, menos repetitivo, un agente del caos incontrolable.

La primera Bestia de esta película, la interesante, aquella que escribo con mayúscula, queda condenada a convertirse así en esa otra bestia con minúscula, adicta a la pose más que al caos.

Hannibal: La bella y las dos bestias de Ridley Scott

Pero eso no es todo. El duelo de las dos bestias adquiere otra naturaleza y es aún más interesante entrando en un territorio que sí podemos registrar entre los aciertos del mejor cine de Ridley Scott en el encuentro final de Lecter con Clarice. Matiz importante: no el encuentro de Clarice con Hannibal, dada la decantación de la verdadera vulnerabilidad hacia la cual se inclina él y la falsa vulnerabilidad reveladora de ella, en un coherente y significativo cambio de peso de mayor protagonismo dentro del coprotagonismo que ambos comparten que presenta Hannibal frente a El silencio de los corderos.

La secuencia en la que la agente del FBI interpretada por Julianne Moore se encuentra finalmente con Hannibal revela, desde la luz de la pálida y fantasmal belleza de ella rodeada de oscuridad, y al mismo tiempo devoradora de esa oscuridad que en definitiva representa al propio Hannibal, el giro dramático y la dominación final de la Bella dominando a la Bestia. Vemos en pantalla cómo Clarice nos invita a asomarnos desde la mirada de una brillante Julianne Moore a los abismos oscuros en los que habita el verdadero Hannibal Lecter.

Es ahí donde brilla esa gran Bestia que siempre acecha en las mejores películas de Ridley Scott.

Todo me hace sospechar que su Napoleón será una Bestia con mayúsculas, y solo espero que la bestia, con minúscula, no aparezca tampoco en Gladiator 2, porque nos merecemos disfrutar del mejor Ridley Scott.

                                                      Miguel Juan Payán

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Miguel Juan Payán
Profesor de Historia del cine, Géneros cinematográficos y Literatura dramática

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