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Harry Potter y las reliquias de la muerte, parte 2 ****

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El tan esperado final ha llegado. Una de las películas más anticipadas del año y posiblemente de los últimos tiempos, se estrena por fin entre nosotros. Es la última película de una de las sagas cinematográficas más importantes de la historia del cine pero, ante todo, es la despedida de un personaje que se ha hecho un importante hueco dentro de la cultura popular. Un hueco que ahora queda huérfano y será muy difícil volver a llenar. Harry Potter sólo hay uno, y en su adiós nos ha dejado un sabor agridulce en la boca.

Un sabor agridulce cargado de sensaciones entremezcladas. La emoción de ver cómo concluye la historia para aquellos que no conocen los libros, o de ver cómo se ha plasmado en pantalla para los que sí los han leído. La tristeza para los fans de saber que hasta aquí hemos llegado, no hay más tela que cortar. Y para el espectador común quizá una sensación de “¿esto era todo?” que no deja de ser paradójica, pues muchos ya estaban hartos del joven mago y sus aventuras. Y es que siendo de los mejores episodios de la saga y una película en la que no paran de suceder cosas, que entretiene y pone un excelente punto y final a esta singladura, no deja de quedarnos la sensación de que podía haber dado más de sí. De que había mimbres para ser mejor película. Para convertirse en un referente para las generaciones futuras. Una pieza de culto. Una obra maestra. Es una buena película, pero le ha faltado algo para llegar hasta el final con más valor. Con más fuerza.

 

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Sigo pensando que David Yates ha sido lo mejor que le ha sucedido a Harry Potter desde su primera película. El director británico ha imprimido a la saga un carácter adulto, oscuro, cínico a veces, épico y clásico que no tenía en las primeras entregas. Su clasicismo formal unido a un trabajo formidable en los aspectos técnicos y un interés por los personajes más que por la acción en sí, han logrado en cuatro películas lo que otros no lograron en las cuatro anteriores. Y aquí vuelve a demostrar que no sólo era la elección adecuada para terminar la saga, sino que parece la única decisión posible. Su forma de narrar, su modo de introducirse en las escenas de acción sin olvidarse nunca de la trama o los personajes, crean en el universo de Harry Potter momentos memorables y con una fuerza única, como esa brillante escena en la que los profesores levantan las defensas sobre la escuela, visualmente arrebatadora y con una épica espectacular. Ese anticipo de la última batalla es tan importante como la batalla en sí. Quizá incluso más.

También hay un notable esfuerzo por poner las cosas en su sitio con varios personajes como el Severus Snape de Alan Rickman. Su peso en la película, no sólo en la trama sino en las decisiones de los personajes, por fin toma el relieve que se le suponía en la sexta entrega de la saga. Su historia es quizá la más interesante de la saga, aunque peca de dejar a medias lo que insinúa. No vamos a destripar la película a nadie, pero hay un dato que se deja entrever y que, puestos en faena, o te lanzas por completo y lo dejas claro, o no te metes en jardines. Incluso dejando cierta incoherencia en el resto del relato, era un momento que debería haber dado más juego. Pero el personaje al fin alcanza la gloria que se merece.

Y es que desde el inicio tenemos aventura y acción a raudales, siempre conducida por los personajes y no al revés, como el robo del banco de magia o la huida en el pueblo. Lo que ocurre es siempre importante y no nos deja la sensación de que se hayan atropellado las cosas. Es claro, conciso, bien planteado (ojo a la escena con el hermano de Dumbledore o a la llegada a Hogwarts de Potter y compañía). Pero con todo y con eso, con esa batalla final que promete más de lo que ofrece (se hace corta), con escenas de acción tan espectaculares como la de la sala de los menesteres, con unos actores brillantes (en especial el trío protagonista), con una banda sonora de Alexander Desplat que es maravillosa… Con todo, le falta algo.

Le falta emoción y épica en determinadas partes. La batalla final llega antes de lo previsto, se termina antes de tiempo, nos impide ver qué les sucede a muchos personajes, porque sólo vemos los resultados finales, y nos deja pidiendo más. La tregua sucede y uno espera que se reanude la batalla, pero no lo hace. Durante un largo tramo la película se vuelve algo derivativa, pierde el ritmo, se ralentiza y despista a todo el mundo. La escena de sueño en King Cross o el momento de Harry rodeado de espíritus recordándole la fuerza del amor y demás, son un pelín moñas y no nos dan lo que esperábamos, más épica, más sentimiento real y no tan impostado. La película se queda fría.

Remonta con muchos detalles y uno nunca siente que le estén tomando el pelo. Ni tampoco llegas a pensar que van a tirarlo todo por la borda de un momento a otro. El resultado final es, como decía, muy bueno, pero se notan los mimbres, se intuyen las formas, de lo que podía haber sido simplemente grandioso. Y hay demasiados grandes actores y personajes cuya aportación a la película es un cameo de 30 segundos, empezando con Emma Thompson y Gary Oldman. Casi se prefiere que no aparezcan en absoluto.

En definitiva, broche de plata, no de oro. O de oro no muy lustroso. Entretiene, da lo que la gente pide, seguramente. Pero se dejaba ver que podía haber llegado mucho más lejos. Y eso deja ese peculiar sabor agridulce, como una batalla vencida. La alegría de la victoria junto a la tristeza de los camaradas caídos.

Cuando todo termina, epílogo incluido, sólo nos queda decir, buen viaje señor Potter.

Jesús Usero

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