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lunes, diciembre 9, 2024
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Ira de Titanes ***

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Más grande, más épica y más divertida que su antecesora. Ira de Titanes toma lo mejor del cine de evasión de los ochenta para darnos un espectáculo visual de primer orden en el que lo que importa es hacer recuperar al espectador ese sentido de la maravilla propio de películas como Star Wars o la reciente John Carter, para darnos noventa minutos de acción y aventuras sin descanso, con momentos ciertamente épicos y mucho mejor resuelta a todos los niveles que la entrega anterior. Sí, eso incluye el 3D que tan criticado fue en la primera película. Aunque no fue lo único que dejó descontentos a los espectadores.

Furia de Titanes fue en 2010 una sorpresa en la taquilla. Su éxito arrollador, muy superior al esperado, se debió en gran medida a que se estrenó en 3D poco tiempo después de Avatar y el público estaba enganchado al 3D debido a la película de James Cameron. Siendo como era una película entretenida y simpática, con mucha acción y un gran reparto, en el recuerdo queda una conversión al 3D discreta, en el mejor de los casos, que se hizo deprisa y corriendo, sí, pero que no era lo único que ofrecía la película. La película era mucho más. Sabía homenajear al clásico de los ochenta del que era remake, sin caer en algunas de las debilidades de aquella película que protagonizó Harry Hamlin, como era el toque infantil del búho, remedo de R2D2, o la ausencia de carisma del protagonista.

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Sin embargo hoy todos la recordamos por el dichoso 3D. Y los responsables de la película lo saben y han sabido corregir ese error para darle al espectador lo que va buscando cuando entra en una sala a ver una película como Ira de Titanes. Más aun siendo una secuela. Más acción, más aventura y una sensación de estar viendo algo mucho más grande y complejo que en la película anterior. Y para ello ha sido vital el cambio en la silla del director, de Louis Leterrier a Jonathan Liebesman, donde el segundo ha traído algo de cordura y coherencia sobre todo en lo que a puesta en escena se refiere.

Tampoco nos engañemos que luego pasa lo que pasa. Esto no es Shakespeare y el que así lo crea lo lleva de colores. Ya lo verán por ahí, sin duda, pero alguno parece que entra a ver Ira de Titanes como si entrase a ver la última adaptación de Otelo y así nos va. Esto es cine de evasión pura. Si alguien piensa que el guión va a ser lo más destacado de la película, por favor, que se lo replantee, que respire hondo, y que salga de la sala antes de que empiecen las persecuciones y batallas. El guión es sencillo, discreto, busca no ofender, y está lleno de homenajes al cine de los 80, llegando a convertirse en un remedo de Star Wars con dioses griegos, y sumando líneas de esas que son lapidarias a los diálogos. Algo que parece haber tomado todo este tipo de cine desde que se estrenó 300.

Pero recordemos también la última película de cine de este género a la que nos enfrentamos, la muy inferior Inmortals. Recomiendo a todos los detractores de Ira de Titanes que repasen la escena de Teseo y el minotauro de aquella y la comparen con la de Perseo en ésta. Narración, decorados y minotauro incluido. Ira de Titanes gana por goleada. El hecho de que se haya optado por un minotauro de carne y hueso (y qué minotauro), le da un aspecto que a veces, por desgracia, pierde el resto de la película. Y el laberinto es visualmente impresionante.

Porque la historia es sencilla, los dioses enfrentándose a su último desafío, Zeus secuestrado y Perseo de vuelta a lomos de Pegaso para evitar esta vez que Cronos destruya el mundo. No hace demasiado hincapié en la historia de amor, ni tampoco se vuelve loco buscando esa seriedad y gravedad que tenía la primera y que aquí se aligera con bastante sentido del humor, sobre todo de la mano del personaje de Toby Kebbell, un auténtico robaplanos. O con la aparición de Bill Nighy, que incluye un homenaje/parodia a la película original de los ochenta simplemente brillante. Y es que, además, la película sabe reírse de sí misma.

Antes hablábamos de la coherencia que ha traído Liebesman a la película y eso es algo que se nota, por ejemplo, en el cambio de indumentaria de los dioses (Zeus ya no lleva un traje de papel de aluminio), el diseño de decorados (el Tártaro, el laberinto, la playa de la batalla final) o las escenas de acción, como la violenta pelea entre Perseo y Ares o el desenlace final, que no puede por más que recordarnos el asalto a la Estrella de la Muerte de El Retorno del Jedi. Y si alguien no me cree cuando digo que homenajea a Star Wars, observen el diálogo de despedida entre Perseo y su hijo.

Y todo ello con un 3D que esta vez sí funciona (ojo a la mantícora que asalta el pueblo y su cola, o el paseo por el laberinto, sin ir más lejos), una conversión excelente porque aprovecha lo más efectista del 3D y lo pone en una película que necesita y quiere ser efectista. Directa, rápida y divertida.

En definitiva, Ira de Titanes no pasará a ser un clásico del cine, pero sí supone un entretenimiento de primer orden que en apenas hora y media de proyección nos da aventuras, acción, épica y una buena colección de efectos especiales (aunque algunos sean… más especiales que efectos, como los cíclopes), con poco tiempo para la reflexión y aire a veces de videojuego, a veces de cine de aventuras de otro tiempo. Con un reparto que se lo pasa pipa en sus personajes (los duelos dialécticos entre Liam Neeson y Ralph Fiennes, el aire de héroe por error de Sam Worthington…) y unos espectadores que seguro se lo pasarán bien con esta secuela. Ni siquiera da tiempo a aburrirse…

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