Crítica de la película Jóvenes y brujas
Zoe Lister-Jones realiza una mixtura entre secuela y reboot, para recuperar esta película de terror adolescente.
Jóvenes y brujas alcanzó una sorprendente popularidad en 1996, merced a la apuesta de Andrew Fleming por mostrar el desfogue en plan aquelarre de cuatro amigas hermanadas por la magia negra; quienes experimentan las siniestras consecuencias de sus aventuras sobrenaturales. Resulta muy interesante comparar los parámetros artísticos de esa cinta, con los que ahora presenta la movie de Zoe Lister-Jones: un actualización mucho menos arriesgada que la anterior, y bastante más dada a no jugar demasiado con los conceptos éticos y morales que suelen venir asociados con las actividades de las denominadas hechiceras.
El argumento de Jóvenes y brujas en 2020 no dista mucho del de su precedente fílmico, y arranca con la relación entre cuatro adolescentes con poderes increíbles para practicar sortilegios y conjuros. Entre ellas sobresale Lily (Callee Spaeny): una chica huérfana de padre, cuya madre aspira a casarse con un hombre de un carisma especial y atrayente. Nada más llegar a su nueva casa, la muchacha entra en contacto con Lourdes (Zoey Luna), Frankie (Gideon Adlon) y Tabby (Lovie Simone): tres compañeras de clase, que buscan un cuarto miembro para su hermandad de magas. Poco a poco, Lily descubre sus auténticos poderes; al tiempo que sale a la luz un terrible secreto, sobre su nacimiento y sus orígenes.
Esta historia, cuyas coordenadas prometían un espectáculo de sustos y sorpresas constantes, queda rebajada en esencia por una puesta en escena bastante rutinaria; y un punto de vista demasiado light como para destacar en el género del terror cinematográfico, pese a estar concebido para el público teen.
Las protagonistas de esta nueva adaptación de Jóvenes y brujas no consiguen transmitir similar química activa a la desarrollada por las recordadas Robin Tuney, Fairuka Balk, Neve Campbell y Rachel True. Spaney, Luna, Adlon y Simone parecen como atadas ante la cámara, por un libreto que únicamente da pinceladas psicológicas a sus respectivos roles. Un mal generalizado, que se traslada al resto de los personajes que deambulan por esta cinta entretenida; pero no atrayente.
En medio de semejante voluntad difusa, los problemas existenciales de Lily quedan diluidos en una especie de abismo juvenil, sin precisar sentimientos o comportamientos afectivos especialmente notables. Algo que se contagia, como en un juego de fichas de dominó, al resto de la trama; en la que quedan demasiadas partes en blanco.
No obstante, si hubiera que resaltar algún elemento de interés de cara a los seguidores de la movie de 1996, este sería el cameo de la enigmática Fairuza Balk, en la piel de una desquiciada Nancy Downs. Una colaboración a la que se suma la presencia de David Duchovny. El actor que encarnó al agente Fox Mulder, en la serie Expediente X, da vida en esta ocasión a un rol muy diferente al del celebrado investigador televisivo del FBI.
Sin la carga perturbadora de su modelo fílmico de 1996, esta versión de Jóvenes y brujas despliega un terror de pose a lo Buffy y Crepúsculo. Posicionamiento que sirve para sacar conclusiones sobre cómo ha cambiado el público cinematográfico teen, en estos últimos veinticuatro años.
Jesús Martín
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