Laika se erige como uno de los estudios de animación más imaginativos de la actualidad, con esta película que combina elementos de la tradición oriental con las últimas técnicas en efectos visuales.
Desde el comienzo del filme, la sensación colectiva es la de visionar una producción propia del cine clásico oriental, el mismo que acumulaba horas de proyección en las salas de sesión continua hace unas cuantas décadas.
Travis Knight (quien participó en otro de los grandes títulos de Laika, como fue Los mundos de Coraline) cuida mucho de que cada fotograma del largo evoque la época legendaria de las artes marciales de antaño, y lo ilustra con un universo telúrico plagado de brujas, fantasmas, luchas con seres todopoderosos y demonios amenazantes.
En medio de este panorama de negrura voluntaria, el director otorga los momentos luminosos a un héroe atípico y vulnerable: un niño con un único ojo llamado Kubo, capaz de levantar ejércitos inverosímiles a través del instrumento que porta. Él es quien desborda la sucesión de aventuras en torno a un viaje de reconocimiento personal, donde el chaval y sus amigos pueden perder la vida fácilmente.
Tal escenario le sirve a Knight para montar un libreto rico en escenas brillantes, y en el que el inteligente uso de la música y del arte del origami hacen que la película se disfrute como si se asistiera a una función en un teatro de marionetas.
Precisamente, semejantes emociones coincidentes en lo artesanal, ayudan a Kubo y las dos cuerdas mágicas a ser concebido como un espectáculo que aúna tiempos pasados y presentes, y en el que persiste el excelente trabajo de ambientación orquestado por Laika.
Esto hace que la odisea de los protagonistas no pierda interés, sino que gane con una puesta en escena que bien podría pertenecer a un título de Akira Kurosawa. Sin embargo, la determinación de situar el argumento en un campo más propio de una cinta de terror que de un cuento infantil provoca que el contenido pueda desconectar con audiencias más jóvenes.
Knight parece darse cuenta de este problema conceptual de la movie, e intenta resolverlo aligerando el terrible mensaje que la historia lleva implícito. De esta manera, los personajes de la mona y del escarabajo que acompañan al protagonista son los papeles encargados de aclarar los universos ténebres del filme. Ellos despliegan su humor con chascarrillos y peleas constantes, con lo que las tesis de los destinos trágicos parecen diluirse un poco.
Una fórmula que TK aplica igualmente al desenlace, lo que resta efectividad a un libreto resuelto con unos ingredientes inusuales, para una película de dibujos animados en la era de Internet. Laika vuelve a mostrar su querencia hacia un tipo de cine de profundidades sinuosas, capaz de entretener a base de ingenio; algo que es de agradecer en un mundo en el que se suele buscar la satisfacción inmediata, sin referentes visuales reconocibles.
Intenciones que los responsables de Kubo enmarcan con una brillante banda sonora, donde destaca el tema “While My Guitar Gently Wheeps”: el clásico de George Harrison, versionado para la ocasión por Regina Spektor.
Jesús Martín
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