fbpx
AccionCine tu revista de cine y series
10.5 C
Madrid
sƔbado, diciembre 2, 2023
PUBLICIDAD

La conspiración ****

la-conspiracion-cartel1

Robert Redford nos da una lección de cine en una de las mejores películas del año. La conspiración es cine de género, concretamente de juicios, pero servido con singular maestría visual por el director, que desde su madurez es capaz de incorporar nuevas estrategias del lenguaje cinematogrÔfico, como el frenético seguimiento de la cÔmara sobre los personajes en el prólogo de su historia, donde narra el atentado contra Abraham Lincoln, adoptando estrategias de narración que nos acercan a los personajes. Pasado ese primer estadio del relato, Redford empieza a desplegar un lenguaje mÔs clÔsico, construyendo una sólida muestra de cine comercial de calidad en el que tienen también cabida el talento del autor, tal y como suele ocurrir con las películas dirigidas por Clint Eastwood, otro actor pasado a la dirección con singular solvencia que ademÔs sabe sacarle el mÔximo partido a los actores por haber estado a ambos lados de la trinchera cuya frontera queda marcada por la cÔmara.

Un ejemplo del talento del director es su capacidad para forjar y presentar toda la personalidad del protagonista en una sola escena de arranque, en la guerra civil, cuando, herido, pide que los camilleros se lleven antes a su compaƱero que a Ć©l. Para ello ha de ejercer el mando, afirmando que es una orden, un detalle esencial que de paso introduce el que, junto con la culpa, es el tema central sobre el que gravita toda la historia: el ejercicio del poder. Y los sacrificios que comporta. Redford ha sido suficientemente astuto como para no caer en lo maniqueo ni buscar hĆ©roes y villanos. En su pelĆ­cula hay un protagonista obligado a ponerse del lado de la coherencia durante la mayor parte del metraje. Es ademĆ”s un protagonista condenado a seguir el mismo camino que siguieron la mayor parte de los personajes que interpretó el director durante su etapa como actor: personajes marcados por el fracaso. Pero lo que no hay en su pelĆ­cula son villanos, si bien hay antagonistas, porque son necesarios para exponer una idea central: la democracia tiene reglas claras que impiden la venganza del estado incluso contra los perpetradores de los actos mĆ”s execrables y sangrientos que quepa imaginar. Hay lĆ­mites. Traduzcan eso como discurso o advertencia polĆ­tica poniĆ©ndole el filtro de GuantĆ”namo, por poner un ejemplo. O de la guerra contra el terrorismo iniciada despuĆ©s de los atentados del 11-S. El antagonista en esta ocasión es Edwin Stanton (Kevin Kline), encargado de dirigir un paĆ­s que estĆ” saliendo de una guerra civil y necesita estabilidad, en su opinión incluso a costa del estado de derecho y la vida de una inocente.Ā  Su papel como antagonista se prolonga y multiplica en el papel del fiscal interpretado por Danny Huston. La razón de estado es la que domina sus acciones, y el espectador es quien debe decidir si dicha razón de estado los justifica o no. Frente aĀ  ellos, el protagonista, un abogado al que da vida con su notable y habitual solvencia James McAvoy, lo que podrĆ­amos definir como ā€œhĆ©roe a la fuerzaā€. Es clave esa reticencia que el defensor arrastra durante todo el metraje a la hora primero de creer y luego de apoyar a su defendida, Mary Surratt, la cabeza de turco del escarmiento a los perpetradores y conspiradores del magnicidio, servida por una impresionante Robin Wright que, si me permiten la opinión, bien podrĆ­a ser la mĆ”s merecedora del Oscar a la mejor actriz principal del aƱo.

Ya con estos y otros pesos pesados en el reparto, y proponiendo una reflexión interesante, como ¿hasta dónde se pueden conculcar o manipular los principios constitucionales en aras de un beneficio común en tiempos de crisis?, tenía Redford todos los elementos para construir una película interesante. Lo que convierte La conspiración en una lección de cine y en una gran película es que a todo lo anterior le añade una maestría para mantener visualmente el pulso de la historia que atrapa al espectador casi con cualidades hipnóticas.

El primer elemento de esa maestrĆ­a es la sobriedad. En primer lugar en el guión, en los diĆ”logos. La pelĆ­cula es capaz de explicar muchas cosas del momento que atraviesa el paĆ­s con una cualidad casi periodĆ­stica para reducir la información al quiĆ©n, cómo, cuĆ”ndo, dónde, por quĆ©, y sacar de ello un titular y una entradilla. Lo cual es coherente con el papel que segĆŗn nos explica el epĆ­logo jugarĆ” con posterioridad al asunto que se nos cuenta el protagonista de la pelĆ­cula. Un ejemplo es la frase de Edwin Stanton cuando le dicen que el vicepresidente quiere presentar sus respetos tras el atentado: ā€œĀ”ApĆ”rtele del licor! PresentarĆ” sus respetos cuando yo se lo digaā€. Se dice mucho con muy poco: sobre el poder que ejerce Stanton en ese momento, sobre el papel de segundón polĆ­tico del vicepresidente, sobre el vicio por las bebidas espirituosas del buen hombre… Estoy seguro de que a los seguidores de la serie televisiva El ala oeste de la Casa Blanca este fragmento les habrĆ” traĆ­do tan buenos recuerdos como a mĆ­.

Luego esa sobriedad en guión y diÔlogos, con personajes que dicen mucho con muy poca frase, se extiende al tratamiento visual. Un ejemplo es la escena que muestra a la hija de la acusada recogiendo la piedra que han tirado contra la ventana de su casa y poniéndola sobre la repisa de la chimenea junto a otra piedra mÔs grande que los agresores anónimos tiraron anteriormente.  Sirve para investir de arrolladora dignidad a ese personaje atrapado por la ira, los deseos de venganza y la tendencia al linchamiento de nuestra sociedad, pero ademÔs nos muestra cómo es y cómo va a ser la vida de esa joven inocente perseguida por los actos de su hermano.  Es uno de esos momentos en los que el cine consigue convertirse en un espejo perfecto para reflejar la realidad. Y sin palabras. La imagen lo dice todo sobriamente. La película estÔ repleta de esos momentos basados en las miradas de los personajes tanto como en la mirada del espectador, como ese plano general de los miembros de la compañía teatral agrupados tras las rejas de la celda cuando el protagonista acude por primera vez a la cÔrcel para ver a su defendida. Redford transmite no ya en una escena como la de la piedra, sino incluso en un solo plano el terrible momento que viven esos personajes de los que no volveremos a saber nada, que quedan así congelados en esa mirada, como nÔufragos perdidos en los giros kafkianos del laberinto del proceso judicial.

Finalmente encontramos la manera en la que Redford aborda todos y cada uno de los elementos que integran la intriga del relato judicial propiamente dicho. El enlace perfecto entre todos los elementos de la trama, con momentos intensos en los que domina la sobriedad y una manera muy sencilla de explicar y dejar claras las cosas al espectador. En el primer encuentro del defensor con su defendida, en la celda, una luz casi beatífica envuelve al abogado, investido en su Ônimo de prístinos y casi virginales deseos y ambiciones de justicia social, incluso contra una persona a la que no quiere defender porque la considera culpable del mÔs horrible crimen. Frente a él, la acusada parece habitar en las sombras. Pero posteriormente la película va a ocuparse de reducir esa distancia inicial entre los personajes y acercarlos físicamente, al tiempo que invierte el tratamiento de la luz sobre los mismos, de forma que ella irÔ saliendo de la oscuridad hacia la luz y él viajarÔ desde ese falso halo que le cubría en principio hacia una paulatina oscuridad, a medida que avanza el proceso. MÔs tarde, cuando ambos estÔn el patio de la cÔrcel, Redford consigue que ella acabe poniéndose visualmente por encima de él merced al juego de plano contra plano, y en la celda, en el momento en que ella confiesa, él acaba estando desdibujado en un segundo plano para no quitarle protagonismo a ella, pero no desaparece, sólo queda desdibujado, porque él es nosotros que escuchamos esa confesión de la acusada. Finalmente, en lo referido a la columna vertebral del relato, que es la relación entre el abogado y su defendida, es interesante fijarse en cómo se filman los planos de entrada y salida del abogado del juicio y de la cÔrcel, que tienen su propio significado en el relato.

El desenlace de esa primera escena de encuentro entre abogado y defendida que he mencionado es otra clave de sencillez que ademÔs de abrir paso a la entrada en el relato de otro personaje que hace avanzar la trama y la intriga, sirve para dejar claro el cruce de caminos, el terreno de frontera en el que estÔ entrando el abogado: la acusada le pide que vaya a visitar a su hija, y él recibe el encargo atrapado en el quicio de la puerta de la celda, a mitad de camino entre el encierro de ella y la libertad hacia la que se dirige. Otro aspecto interesante es el juego de planos que integran la escena en la que registra la habitación del hijo, empezando por la entrada en la misma con un ligero contrapicado desde dentro de la habitación, hasta la revelación de la nota escrita. O la manera en la que, durante el juicio, Redford deforma visualmente el flashback del tipo que estÔ declarando en falso, para evidenciar la mentira y romper el curso del relato con ese falso testimonio.

Cada momento de la película merece ser revisado para aprender de la manera en que el director aborda esta impecable narración de clave judicial.

Lo dicho: una de las mejores pelƭculas del aƱo.

Miguel Juan PayƔn

{youtube}X6LtNiTfCi4{/youtube}

ArtĆ­culo anterior
ArtĆ­culo siguiente

AccionCine - Últimos números

Paypal

SUSCRƍBETE - PAGA 10 Y RECIBE 12 REVISTAS AL AƑO

ArtĆ­culos relacionados

PUBLICIDAD

Últimos artículos