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domingo, mayo 19, 2024
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La conspiraciĆ³n ****

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Robert Redford nos da una lecciĆ³n de cine en una de las mejores pelĆ­culas del aƱo. La conspiraciĆ³n es cine de gĆ©nero, concretamente de juicios, pero servido con singular maestrĆ­a visual por el director, que desde su madurez es capaz de incorporar nuevas estrategias del lenguaje cinematogrĆ”fico, como el frenĆ©tico seguimiento de la cĆ”mara sobre los personajes en el prĆ³logo de su historia, donde narra el atentado contra Abraham Lincoln, adoptando estrategias de narraciĆ³n que nos acercan a los personajes. Pasado ese primer estadio del relato, Redford empieza a desplegar un lenguaje mĆ”s clĆ”sico, construyendo una sĆ³lida muestra de cine comercial de calidad en el que tienen tambiĆ©n cabida el talento del autor, tal y como suele ocurrir con las pelĆ­culas dirigidas por Clint Eastwood, otro actor pasado a la direcciĆ³n con singular solvencia que ademĆ”s sabe sacarle el mĆ”ximo partido a los actores por haber estado a ambos lados de la trinchera cuya frontera queda marcada por la cĆ”mara.

Un ejemplo del talento del director es su capacidad para forjar y presentar toda la personalidad del protagonista en una sola escena de arranque, en la guerra civil, cuando, herido, pide que los camilleros se lleven antes a su compaƱero que a Ć©l. Para ello ha de ejercer el mando, afirmando que es una orden, un detalle esencial que de paso introduce el que, junto con la culpa, es el tema central sobre el que gravita toda la historia: el ejercicio del poder. Y los sacrificios que comporta. Redford ha sido suficientemente astuto como para no caer en lo maniqueo ni buscar hĆ©roes y villanos. En su pelĆ­cula hay un protagonista obligado a ponerse del lado de la coherencia durante la mayor parte del metraje. Es ademĆ”s un protagonista condenado a seguir el mismo camino que siguieron la mayor parte de los personajes que interpretĆ³ el director durante su etapa como actor: personajes marcados por el fracaso. Pero lo que no hay en su pelĆ­cula son villanos, si bien hay antagonistas, porque son necesarios para exponer una idea central: la democracia tiene reglas claras que impiden la venganza del estado incluso contra los perpetradores de los actos mĆ”s execrables y sangrientos que quepa imaginar. Hay lĆ­mites. Traduzcan eso como discurso o advertencia polĆ­tica poniĆ©ndole el filtro de GuantĆ”namo, por poner un ejemplo. O de la guerra contra el terrorismo iniciada despuĆ©s de los atentados del 11-S. El antagonista en esta ocasiĆ³n es Edwin Stanton (Kevin Kline), encargado de dirigir un paĆ­s que estĆ” saliendo de una guerra civil y necesita estabilidad, en su opiniĆ³n incluso a costa del estado de derecho y la vida de una inocente.Ā  Su papel como antagonista se prolonga y multiplica en el papel del fiscal interpretado por Danny Huston. La razĆ³n de estado es la que domina sus acciones, y el espectador es quien debe decidir si dicha razĆ³n de estado los justifica o no. Frente aĀ  ellos, el protagonista, un abogado al que da vida con su notable y habitual solvencia James McAvoy, lo que podrĆ­amos definir como ā€œhĆ©roe a la fuerzaā€. Es clave esa reticencia que el defensor arrastra durante todo el metraje a la hora primero de creer y luego de apoyar a su defendida, Mary Surratt, la cabeza de turco del escarmiento a los perpetradores y conspiradores del magnicidio, servida por una impresionante Robin Wright que, si me permiten la opiniĆ³n, bien podrĆ­a ser la mĆ”s merecedora del Oscar a la mejor actriz principal del aƱo.

Ya con estos y otros pesos pesados en el reparto, y proponiendo una reflexiĆ³n interesante, como Āæhasta dĆ³nde se pueden conculcar o manipular los principios constitucionales en aras de un beneficio comĆŗn en tiempos de crisis?, tenĆ­a Redford todos los elementos para construir una pelĆ­cula interesante. Lo que convierte La conspiraciĆ³n en una lecciĆ³n de cine y en una gran pelĆ­cula es que a todo lo anterior le aƱade una maestrĆ­a para mantener visualmente el pulso de la historia que atrapa al espectador casi con cualidades hipnĆ³ticas.

El primer elemento de esa maestrĆ­a es la sobriedad. En primer lugar en el guiĆ³n, en los diĆ”logos. La pelĆ­cula es capaz de explicar muchas cosas del momento que atraviesa el paĆ­s con una cualidad casi periodĆ­stica para reducir la informaciĆ³n al quiĆ©n, cĆ³mo, cuĆ”ndo, dĆ³nde, por quĆ©, y sacar de ello un titular y una entradilla. Lo cual es coherente con el papel que segĆŗn nos explica el epĆ­logo jugarĆ” con posterioridad al asunto que se nos cuenta el protagonista de la pelĆ­cula. Un ejemplo es la frase de Edwin Stanton cuando le dicen que el vicepresidente quiere presentar sus respetos tras el atentado: ā€œĀ”ApĆ”rtele del licor! PresentarĆ” sus respetos cuando yo se lo digaā€. Se dice mucho con muy poco: sobre el poder que ejerce Stanton en ese momento, sobre el papel de segundĆ³n polĆ­tico del vicepresidente, sobre el vicio por las bebidas espirituosas del buen hombreā€¦ Estoy seguro de que a los seguidores de la serie televisiva El ala oeste de la Casa Blanca este fragmento les habrĆ” traĆ­do tan buenos recuerdos como a mĆ­.

Luego esa sobriedad en guiĆ³n y diĆ”logos, con personajes que dicen mucho con muy poca frase, se extiende al tratamiento visual. Un ejemplo es la escena que muestra a la hija de la acusada recogiendo la piedra que han tirado contra la ventana de su casa y poniĆ©ndola sobre la repisa de la chimenea junto a otra piedra mĆ”s grande que los agresores anĆ³nimos tiraron anteriormente. Ā Sirve para investir de arrolladora dignidad a ese personaje atrapado por la ira, los deseos de venganza y la tendencia al linchamiento de nuestra sociedad, pero ademĆ”s nos muestra cĆ³mo es y cĆ³mo va a ser la vida de esa joven inocente perseguida por los actos de su hermano.Ā  Es uno de esos momentos en los que el cine consigue convertirse en un espejo perfecto para reflejar la realidad. Y sin palabras. La imagen lo dice todo sobriamente. La pelĆ­cula estĆ” repleta de esos momentos basados en las miradas de los personajes tanto como en la mirada del espectador, como ese plano general de los miembros de la compaƱƭa teatral agrupados tras las rejas de la celda cuando el protagonista acude por primera vez a la cĆ”rcel para ver a su defendida. Redford transmite no ya en una escena como la de la piedra, sino incluso en un solo plano el terrible momento que viven esos personajes de los que no volveremos a saber nada, que quedan asĆ­ congelados en esa mirada, como nĆ”ufragos perdidos en los giros kafkianos del laberinto del proceso judicial.

Finalmente encontramos la manera en la que Redford aborda todos y cada uno de los elementos que integran la intriga del relato judicial propiamente dicho. El enlace perfecto entre todos los elementos de la trama, con momentos intensos en los que domina la sobriedad y una manera muy sencilla de explicar y dejar claras las cosas al espectador. En el primer encuentro del defensor con su defendida, en la celda, una luz casi beatĆ­fica envuelve al abogado, investido en su Ć”nimo de prĆ­stinos y casi virginales deseos y ambiciones de justicia social, incluso contra una persona a la que no quiere defender porque la considera culpable del mĆ”s horrible crimen. Frente a Ć©l, la acusada parece habitar en las sombras. Pero posteriormente la pelĆ­cula va a ocuparse de reducir esa distancia inicial entre los personajes y acercarlos fĆ­sicamente, al tiempo que invierte el tratamiento de la luz sobre los mismos, de forma que ella irĆ” saliendo de la oscuridad hacia la luz y Ć©l viajarĆ” desde ese falso halo que le cubrĆ­a en principio hacia una paulatina oscuridad, a medida que avanza el proceso. MĆ”s tarde, cuando ambos estĆ”n el patio de la cĆ”rcel, Redford consigue que ella acabe poniĆ©ndose visualmente por encima de Ć©l merced al juego de plano contra plano, y en la celda, en el momento en que ella confiesa, Ć©l acaba estando desdibujado en un segundo plano para no quitarle protagonismo a ella, pero no desaparece, sĆ³lo queda desdibujado, porque Ć©l es nosotros que escuchamos esa confesiĆ³n de la acusada. Finalmente, en lo referido a la columna vertebral del relato, que es la relaciĆ³n entre el abogado y su defendida, es interesante fijarse en cĆ³mo se filman los planos de entrada y salida del abogado del juicio y de la cĆ”rcel, que tienen su propio significado en el relato.

El desenlace de esa primera escena de encuentro entre abogado y defendida que he mencionado es otra clave de sencillez que ademĆ”s de abrir paso a la entrada en el relato de otro personaje que hace avanzar la trama y la intriga, sirve para dejar claro el cruce de caminos, el terreno de frontera en el que estĆ” entrando el abogado: la acusada le pide que vaya a visitar a su hija, y Ć©l recibe el encargo atrapado en el quicio de la puerta de la celda, a mitad de camino entre el encierro de ella y la libertad hacia la que se dirige. Otro aspecto interesante es el juego de planos que integran la escena en la que registra la habitaciĆ³n del hijo, empezando por la entrada en la misma con un ligero contrapicado desde dentro de la habitaciĆ³n, hasta la revelaciĆ³n de la nota escrita. O la manera en la que, durante el juicio, Redford deforma visualmente el flashback del tipo que estĆ” declarando en falso, para evidenciar la mentira y romper el curso del relato con ese falso testimonio.

Cada momento de la pelĆ­cula merece ser revisado para aprender de la manera en que el director aborda esta impecable narraciĆ³n de clave judicial.

Lo dicho: una de las mejores pelƭculas del aƱo.

Miguel Juan PayƔn

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